Bahía Blanca | Sabado, 20 de abril

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De la ex Yugoslavia a Sudáfrica; de una guerra a un Mundial de fútbol

Las coberturas periodísticas internacionales han sido otro aspecto distintivo de “La Nueva Provincia” en todos estos años.

Por Walter Gullaci / wgullaci@lanueva.com

   Aquellos días en la ex Yugoslavia, en plena desintegración de un país hermosísimo que dejaba al descubierto una etapa vergonzante de Europa, marcaron al periodista. Pero seguramente mucho más al hombre. Aún joven. De 32 años.

   Corría 1995 cuando surgió, desde el diario, la posibilidad de acudir al corazón de una guerra surgida por tensiones económicas, políticas y culturales, pero sobre todo étnicas y religiosas, que la convertirían en una sucesión de hechos cruentos. Inconcebibles.

   Y así emprendimos viaje junto al fotógrafo Miguel González, y las fuerzas de paz argentinas que iban a instalarse allí, en medio del caos.

   “No te compliques en pintar las razones del conflicto. Buscá historias. Humanas”, fue el consejo, casi un susurro, de ese personaje fascinante que era Martín Allica en un apartado de la Redacción.
Había que hacerle caso. Y así fue.

   ¿Cómo no humanizar aquel conflicto? Si pocos años atrás esos ahora archienemigos convivían en un mismo terreno. Con un mismo líder –el mariscal Tito-. Croatas, serbios, eslovenos, bosnio-musulmanes… Todos eran, simplemente, yugoslavos.

   Era obvio.

   Las historias comenzaron a brotar. Sin pausas. La mayoría, lacerantes. Otras, ridículas por su contexto. Todas, en medio de una escenografía plagada de edificaciones derruidas por las bombas y metrallas, de suelos imposibles de transitar.

   Porque estaban minados.

   Semejante desprecio visceral hacia el “vecino” sucedía a un puñado de minutos en auto del “primer mundo”. ¡A una hora de Venecia!

   Aún recuerdo la primera imagen de Zagreb a oscuras, en estado de alerta, con las rutas de acceso ocupadas por francotiradores serbios.

   “¿Qué es ese hoyo en el patio?”, preguntamos ya apostados en un hotel, durante el amanecer.

   “Cayó un obús hace tres días”, fue la respuesta casi desinteresada de Mila, nuestra traductora, una jovencita de sangre croata y serbia de nacimiento. Dividida en dos. Humillada, entonces, por los unos y los otros.

   La vista, tras desayunar, se situó en un grupo de jóvenes croatas que en forma distendida disfrutaban de una pileta termal. Y que lucían, mutilados.

   Así arrancó aquella cobertura para “La Nueva Provincia”, que transitaría por varias situaciones traumáticas. Como cuando literalmente tomé a Miguel por la espalda y de un tirón lo metí dentro de la combi que nos trasladada porque a un uniformado croata se le ocurrió apuntarle con su arma. Creo que al pecho. O quizás, a su cabeza. Nunca lo sabré, como tampoco si aquel militar tuvo intenciones reales de apretar el gatillo. Sucedió en Pakrac, una ciudad devastada. En ruinas.

   Ya alejados de ese periplo por el horror, en Praga, y gracias al escritor Abel Posse que presidía la embajada argentina en República Checa, pudimos enviar todo el material periodístico al diario.

   Trabajo que al año siguiente me gratificaría con un reconocimiento otorgado por la Sociedad Interamericana de Prensa, en Los Angeles, Estados Unidos.

   Pero aquello, más que una enorme experiencia profesional, fue un motivo para interpretar mucho mejor el significado de lo verdadero y lo esencial.

   Quince años después, en medio de otra escenografía maravillosa pero regada, también, de hostilidades internas, aunque en este caso encubiertas, aterricé en Sudáfrica.

   Otro trabajo periodístico lejos de casa. 35 inolvidables e intensos días con alguien que me marcaría para siempre: El Negro Rafael Emilio Santiago.

   Alguien que, como pocos, sabía de grandes e increíbles coberturas en el exterior.

   De Pretoria a Johannesburgo, pasando por Polokwane, luego por Ciudad del Cabo, y la mayoría de los estadios mundialistas.

   Aún recuerdo las conferencias de prensa de Diego Maradona –convertidas en verdaderos homenajes-, el intento de boxear a un periodista porteño muy maleducado –y el rostro incrédulo del Negro-, las pinceladas de Messi, la dura caída ante Alemania, el título de España gracias al gol de Iniesta frente a Holanda, la presencia lejana de Mandela, los negros sumisos, los blancos dominantes, las insufribles vuvuzelas.

   También el codearse en una sala de prensa con Bianchi, Zamorano, Zico, Rumenigge... Esa charla “riquelmiana” por la interminable escalera del Soccer City con Horacio Pagani… La agitación única que sólo ofrece la pelota.

   Así pasé de una guerra a un Mundial de fútbol.

   Todo, quedó resumido en innumerables páginas ya amarillentas de “La Nueva”.

   Hoy, quizás inconscientemente, continúo en la búsqueda de mejores títulos que aquellos.

   De eso se trata esta magnífica profesión.

   De eso se trata…