Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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Un país inmunizado: mi vida en el feliz futuro pospandémico de Israel

El programa de vacunación es uno de los más exitosos del mundo; los inmunizados son certificados con un “Pase Verde” que les permite practicar todas las actividades.

Fotos: Dan Balilty - NYTNS

   Cuando arrancó la música y bajaron las luces, una audible oleada de excitación recorrió a la multitud. A varias filas de distancia, alguien ululó de alegría, como en las bodas en Medio Oriente.

   Había ido al estadio de fútbol de Bloomfield, en Tel Aviv, para un recital de Dikla, una cantante israelí de origen egipcio e iraquí, que fue recibido por la ciudad como la “fiesta de regreso de la cultura”. Se trataba de la primera actuación en vivo a la que asistía en más de un año. En ese estadio que suele albergar a casi 30.000 personas había apenas 500 israelíes vacunados, pero era extrañísimo y revitalizante estar en medio de un gentío, del tamaño que fuese, después de un año de cuarentena intermitente.

   Confinado a sus butacas con aforo, el público cantó y bailó sin sacarse el barbijo. Pero los ánimos eran desbordantes y confirmaban mi estatus de integrante de una nueva clase privilegiada: los vacunados con ambas dosis.

   Nosotros, el grupo que incluye a más de la mitad de los 9 millones de habitantes de Israel, estamos probando un anticipo del futuro post-pandémico.

   Y la pertenencia a esa clase queda certificada por un Pase Verde, un documento que se puede descargar y llevar en el teléfono y que incluye una especie de GIF, una pequeña imagen animada de personitas verdes que caminan felices, como una familia totalmente inmunizada.

   El programa de vacunación de Israel ha sido notablemente expeditivo y exitoso. En las últimas semanas, el número de nuevos casos de Covid-19 en Israel cayó drásticamente, de un pico de 10.000 casos en un día de enero a años pocos cientos a fines de marzo. La economía del país ya ha reabierto casi por completo. Y así como Israel se había convertido en un laboratorio del mundo real para probar la eficacia de la vacuna, ahora se está convirtiendo en un caso testigo de una sociedad vacunada y post-cuarentena.

   El Pase Verde es la entrada a ese nuevo mundo. Los portadores del Pase Verde podemos comer en el interior de los restaurantes, alojarse en hoteles y participar de encuentros culturales, deportivos o religiosos a aire libre o a puertas cerradas, con otros miles de personas. También podemos ir al gym, el natatorio o el teatro. Y podemos festejar nuestra boda en un salón de fiestas.

   De hecho, festejamos la Pascua y el receso de primavera en compañía de familiares y amigos.

   Los diarios y la televisión israelíes ya promocionan escapadas para los vacunados a países listos para recibirlos, como Grecia, Georgia y las Islas Seychelles.

   Y cuando llamás a un restaurante para reservar mesa, te preguntan si ya estás vacunado: “¿Tienen Pase Verde?”

   El sistema es imperfecto, y más allá del Pase Verde, llamarlo “sistema” es una exageración en más de un sentido, porque su implementación ha sido bastante chapucera. También hay preocupantes interrogantes sobre lo que pasará con los que no se vacunaron y acaloradas discusiones en tiempo real —que en algunos casos terminan en los tribunales— sobre las reglas y responsabilidades que entraña volver a una cuasi-normalidad.

   Además, no hay garantías de que este sea realmente el comienzo de un futuro pospandémico. Cualquier combinación de factores —retrasos en la producción de dosis, la aparición de una nueva variante resistente a las vacunas y la gran cantidad de israelíes que siguen sin vacunarse— podrían romper la ilusión.

   El nuevo mundo también ha puesto de relieve las desigualdades y las divisiones entre las sociedades con más o menos acceso a la vacuna. Mis amigos y colegas de Cisjordania y Gaza aún no han podido vacunarse.

   La campaña de vacunación palestina recién está comenzando, con dosis donadas en gran parte por otros países, en medio de un ríspido debate sobre las obligaciones legales y morales de Israel para con la salud de los habitantes de los territorios ocupados. Israel ha vacunado a unos 100.000 palestinos que trabajan en Israel o en asentamientos de Cisjordania, pero se le critica no haber avanzado más.

   Más de 5,2 millones de israelíes han recibido al menos una dosis de la vacuna de Pfizer, y hay aproximadamente 4 millones que siguen sin vacunarse, la mitad de ellos, menores de 16 años que aún no son elegibles para recibir la vacuna y que están a la espera de autorizaciones regulatorias y de más ensayos clínicos en niños. Además, Israel acaba de incluir a su programa de vacunación a cientos de miles de ciudadanos recuperados que ya cursaron el COVID.

   Hasta ahora, un millón de israelíes han optado por no vacunarse, a pesar del envidiable suministro de dosis que tiene el país.

Reticentes

   Algunos se oponen a la inyección por motivos ideológicos, mientras que otros tienen dudas y prefieren esperar para ver el efecto de la vacuna en los demás. Esa gente concita simpatía de la opinión pública en general y los funcionarios de salud los han criticado por dejarse llevar por lo que describen como noticias falsas difundidas en las redes sociales.

   La situación de los “reticentes” plantea complicadas cuestiones morales y legales. ¿También deberían tener derecho a reintegrarse al mundo? ¿Es ético discriminarlos? ¿Sería justo obligar a quienes han hecho todo lo posible para protegerse, vacunándose, a compartir espacio con personas que decidieron no hacerlo?

   Para resolver el dilema y también dar respuesta a los menores de 16 años, el gobierno ahora permite que los lugares donde asiste público ofrezcan pruebas rápidas como alternativa al Pase Verde. Pero muchos propietarios y encargados de locales, responsables de ordenar y financiar las estaciones de testeo, dicen que esa logística es impracticable.

   Pero a diferencia de los recitales y los partidos de fútbol, para la mayoría de las personas ir al trabajo no es un lujo ni una distracción.

   Una asistente pedagógica de una escuela para niños con necesidades especiales se negó a vacunarse, y en su lugar, su empleador, la ciudad de Kochav Yair-Tzur Yigal, le exigió presentar semanalmente una prueba COVID negativa.

    Con el respaldo del consejo municipal, la escuela le prohibió entrar al trabajo.

   La asistente pedagógica se llama Sigal Avishai y apeló ante el Tribunal Laboral de Tel Aviv. Avishai argumentó que las exigencias del consejo municipal “atentaban contra su privacidad”, que no tenían “base legal”, y que el requisito de un testeo semanal “era con el objeto de presionarla para que se vacune, en contra de sus creencias”, según consta en su presentación judicial.

   El mes pasado, el tribunal falló en su contra, diciendo que sus derechos debían equilibrarse con los derechos a “la vida, la educación y la salud” del personal docente, los niños y sus padres. El fallo también hizo referencia a la vulnerabilidad especial de los niños en cuestión.

   En un país con abundancia de dosis para repartir, el acceso a la vacuna no es un problema, dice Gil Gan-Mor, director de la unidad de derechos civiles y sociales de la Asociación de Derechos Civiles en Israel.

   En Israel, dice Gan-Mor, “cualquiera que se queje recibe la vacuna mañana mismo”.

   Pero a falta de legislación específica, los empleadores están aplicando sus propias políticas. Al menos una universidad tomó como precedente el fallo del Tribunal Laboral contra Sigal Avishai para exigirle a todo el personal y a todos los estudiantes la presentación del Pase Verde para asistir a clases en el campus.

   En otro caso que llegó a los tribunales, el Ministerio de Salud intentó distribuir listas de personas no vacunadas a las autoridades locales para que pudieran, por ejemplo, identificar a los maestros no vacunados que habían regresado a la escuela e intentar persuadirlos de que se vacunen.

   Varios grupos de derechos civiles hicieron presentaciones judiciales para evitar que el ministerio distribuyera esas listas, argumentando que se trataba de una invasión a la privacidad y que la información médica no puede ser difundida de ese modo. El caso llegó a la Corte Suprema y está a la espera de una definición.

   Incluso cuando la normativa existe, es difícil de hacer cumplir.

   El recital en Tel Aviv fue la primera vez que me pidieron que mostrara mi Pase Verde, y la última. Desde entonces, mi familia pasó un fin de semana en un hotel en Galilea, donde el desayuno para todos los huéspedes, incluidos los niños no vacunados, se servía en un salón cerrado. Y un restaurante italiano de la zona, que estaba lleno de gente, nos dejó en claro que no estaba cumpliendo con las regulaciones al ofrecernos asientos en el interior con un niño de 7 años.

   De vuelta en Jerusalén, cuando llamé a mi restaurante favorito para reservar mesa para dos, me preguntaron si ambos teníamos el Pase Verdes. Pero cuando llegamos, nadie nos lo pidió.

   Las mesas estaban tan juntitas como siempre, los desconocidos estaban sentados codo con codo en la barra de tragos, y la joven camarera deambulada sin barbijo. En la mesa de al lado, un comensal se preguntó en voz alta qué tan seguro contra el COVID era todo lo que estaba viendo, pero luego se encogió de hombros y siguió atacando su postre.

   En lo personal, siento una especie de liviandad y de alivio en mi nueva vida de vacunado. El otro día, hasta me descubrí a mi misma sin barbijo entre las góndolas del supermercado, donde todavía es obligatorio su uso, como en todo lugar público.

   Ahora vivimos en un espléndido aislamiento. Las restricciones por el virus siguen haciendo que cualquier viaje parezca un incordio y a los no-israelíes prácticamente no se les permite el ingreso al país. Extraño a mi familia del extranjero. Pero hasta que el resto del mundo nos alcance, Israel tendrá que vivir en su propia burbuja. (The New York Times)

   Traducción de Jaime Arrambide / Escrito por Isabel Kershner