Bahía Blanca | Miércoles, 24 de abril

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La extraña criatura del Puente Negro

El testimonio de un testigo inesperado que rompe el silencio, más de 40 años después.

Fernando Quiroga / Especial para "La Nueva."

fernandodepunta@gmail.com

   Fíjense que por más inverosímil que parezca (¿o debo utilizar simplemente el término “extraño”?) ya no hay ningún patrón para arribar a un común denominador en los relatos sobrenaturales que llegan a nuestra redacción. Los hay de diferentes tiempos, de diversas procedencias, pero lo único que los emparenta es el carácter de sorpresa que imprimen, tanto en quienes los investigamos como en ustedes; ávidos lectores que no dejan de expresar con profundo y sincero interés, un estupor algo incómodo. Esta sección (que ya lleva dos años en el diario) puede suscitar fuertes debates en el café o en la sobremesa dominguera, pero nunca (jamás) pasar desapercibida. Que lo fantástico, lo no natural, esté esperando a la vuelta de la esquina, es una condición claramente alarmante.

   El relato que hoy nos ocupa, nace del testimonio de Don Adasme Molinaro, viajante hoy jubilado que residió en nuestra ciudad hasta 1980

   -En la época del 'deme dos' a mí me fue muy bien. Yo andaba bien con los milicos; seguramente muchos me criticarían por decir esto, pero es mi verdad…y te podrás imaginar, Pibe –enfatiza el adjetivo, toma una bocanada de tabaco negro y me mira por encima del puente de los lentes bifocales– que a los 75 pirulos poco me importa lo que digan…

   -¿Tiene familia en nuestra ciudad?

   -Sí, mi hija y mis nietos; uno de ellos, ´el del medio´, me convenció de que les cuente esta vivencia.

   -Me dijo que lo que tenía para contarme era muy inquietante… ¿siempre lo consideró así?

   -Ahora 'se usa‘ ir al psicólogo. En mi época las cosas pasaban y si hablabas eras un “trastornado”.

   -¿Por qué cuenta ahora la historia? 

   -Bueno, por dos cosas. Primero, porque falleció mi amigo de toda la vida, quien vivió el hecho conmigo… -Adasme hace una pausa y se quiebra. Permanece serio ante la emoción; como si revelar su interior fuese desacertado–. El Ruso era como mi hermano, y hace unos años en una navidad me dijo muy angustiado que nos habíamos equivocado; que tendríamos que haberlo compartido con gente que lo entienda, que no nos discrimine. Entonces eso contesta también la segunda razón por lo cual ahora decido contarlo: porque existe este espacio en el diario, y porque estoy absolutamente convencido de que lo que vi, fue real.

   Hay muchos tipos de cuentos extraños que pululan. En el afán de protagonizar algo que salga de lo común y de alguna manera jerarquice a las personas (más en el contexto de discusión sobre estos temas que hoy, es propicio en la sociedad) nos llegan gran cantidad de historias, muchas de las cuales son inconsistentes y hasta a veces ridículas. Hollywood, con su cultura de industrialización del miedo, instituyó parámetros de fantasía, con niveles estéticos comunes, que suelen atiborrar las narraciones de los fabuladores amateurs. De la gran cantidad de relatos que llegan a la redacción, publicamos aquellos que revistan cierta solidez; una condición que en la narración de Adasme, abunda.

   -Hace poco me enteré que recién hace nada más que 10 años se extendió Cerri (habla sobre la avenida) hasta calle Montevideo, mi hija me dice que eso hizo que se demoliese el paredón que se levantaba sobre Cerri, y que ya muy poca gente usa el puente porque pueden cruzar normalmente por tierra. Lo que yo viví con el Ruso, lo viví muchos años antes, allá por el 77… sí, digo bien –respira pensativo Adasme– un año antes del mundial –habla y mientras fuma, deja el cigarrillo apretado en los labios morados y con la misma mano que lo sostenía se frota la frente.

   -Eran otros tiempos Quiroguita –me habla enarcando las cejas, lento y pausado–  ...yo tenía una siambretta modelo 61; mi viejo me la había acondicionado. Nos encontrábamos con el Ruso en la placita de Brown y nos íbamos a “Rancho X” (hace alusión al popular local bailable). Yo vivía a la altura de la segunda cuadra de Brown, y si bien el Ruso en esa época vivía en White, tenía una tía que lo albergaba los fines de semana en Villa Mitre, cerca de lo de una novia con la que “afilaba” todo el tiempo –al decir afilaba, rompió a reír–. Generalmente a la vuelta, el Ruso tenía ´el berretín´ de pedirme que lo cruce a Villa Mitre por el Puente Negro en moto y a todo lo que daba… ¡qué inconciencia!. Eramos pibes, pensalo –me dice divertido y un poco alarmado – además no es como hoy que tiene chapones seguros, eso era todo enclenque y con unas maderas que hacían un ruido tremendo…aparte teníamos que cargar entre los dos la Siambretta por la escalera, para subirla y bajarla…por donde lo pienses era una locura…

   -Usted cuando me llamó por teléfono me habló de una Criatura… me refiero a una especie de entidad que vieron una noche sobre la escalera que subía por Cerri, ¿es así?

   -Sí, paramos como siempre… como te decía, para cargar la moto entre los dos hasta arriba del puente. Lo notable era que no habíamos tomado nada. Siempre lo aclaro porque erróneamente se cree que la borrachera puede ser la causante de una alucinación tan precisa como ésta… naturalmente los que lo piensan se equivocan.

   Adasme describe una figura humana, me dice que primero pensó que era un mendigo; estaba de espaldas a ellos, a mitad de la escalera. Era una persona, aparentemente alta y desgarbada, que se inclinaba sobre algo. Pensaron que, al tratarse de un pordiosero, se encaramaba sobre una bolsa de basura o algo similar, sin embargo, el Ruso notó que asomaban por un costado, las patas inmóviles de un animal.

   -En ese momento, si me preguntabas qué era, no hubiese sabido que responderte …el Ruso empezó a llorar como una criatura, y eso me dio un poco de miedo, porque el ruso era bastante corajudo; y yo, que no me quedaba atrás, te juro –se besa el índice en forma de cruz dos veces y girándolo– casi me muero… empezamos a escuchar un ruido bastante fulero, era como si succionaba…

   Lo cierto es que cuando se dio vuelta, Adasme recordaría la más pavorosa de las miradas, jamás vuelta a ver por nadie.

   -No te puedo describir los ojos… eran como dos cuencas oscuras, vacías; como si no hubiera nada…

   Acá comienza la descripción de la singularidad de la Criatura. Adasme es muy puntual y garbatea sobre una hoja oficio, una imagen por demás incómoda. Lo miro al hacerla y permanece impasible. Como si por fin la pudiese sacar de adentro.

   La figura cadavérica parecía un tata dios. A modo de una mantis religiosa, las manos, delgadas y como cuchillas heladas, pendían de la rigidez de los brazos. Los ojos desmesurados, la boca sin forma, una grieta supurante y vaporosa que babeaba sobre el cuerpo del perro. Y lo peor, era la lengua. Adasme guarda silencio y hace una mueca de incomodidad.

   -El Ruso señalaba hacia la cara y lloraba, mudo. Yo no me daba cuenta…”la boca” me gritó, y no pude creer lo que veía. Es como si te digo que le salía de la boca (en realidad de la garganta directo) como una lengua, que en realidad parecía algo más grueso, como si fuese un tubo de carne, que se movía y se pegaba sobre el cuerpo del perro muerto que tenía adelante. Cuando nos miró, giró la cara, pero esa lengua (por llamarla de alguna manera) seguía sobre el lomo como “agarrada”. Juraría que cuando el Ruso le tiró una piedra, escuché otro ruido que no me lo puedo sacar de la cabeza por el asco que me dio; al soltar al animal y ver como se movía asquerosamente la lengua por el aire, entre sonidos guturales extraños, creí haber oído una ventosa soltándose.

   Sobre la escalera de acceso del Puente Negro sobre Avenida Cerri, la figura espantosa, encaramada sobre el cuerpo del animal, parecía estar consumiendo el interior del cadáver. El Ruso recordaba que, en los pocos segundos que se quedaron atónitos “descubriendo” ese horror, las vértebras del animal se retraían a la vez que veían como la criatura parecía latir de fortaleza.

   La piedra pegó sobre unos peldaños más arriba y la criatura saltó de golpe con una agilidad que impresionó. El cuerpo del perro, ya tomado por el rigor mortis patinó viscoso, escalera abajo.

   -Y ahí pudimos verlo bien –dice Adasme, con algo de resignación que solapa la impresión ya desdibujada por los años y la vida–. Tenía una especie de gabán oscuro y descolorido. Estaba desnudo y la piel era asquerosa; gris, como si tuviese erupciones y costras.

   -¿Qué hicieron?

   -No me preguntés porqué, pero los dos soltamos la moto y corrimos hacia eso…

   -¿Lo enfrentaron?

   Adasme recuerda que la criatura saltó con un movimiento horrible hacia atrás y se les perdió de la vista, saliendo del ángulo de visión. Subieron la escalera rápidamente y, agitados, vieron que no estaba más.

   -En ese momento, nos quedamos en silencio y fue tremendo… tomamos conciencia y quisimos rajar. Nos dimos vuelta para bajar corriendo y sentimos un ruido tremendo en el puente. Volvimos la cabeza por el golpe sobre las maderas y lo vimos… estaría a cincuenta metros; como si hubiese caído desde arriba…

   -¿Desde arriba?

   -Sí, esa fue la sensación. Corrimos a la moto para rajarnos, y cuando la poníamos en marcha sentimos como corría hacia nosotros. Me di vuelta y alcancé a verlo como un animal, en cuatro patas, moviéndose como una bestia, acercándose con rabia. No te puedo describir la impresión.

   Arrancaron la moto con desesperación y llegaron a ver a la criatura de reojo, suspendida en el aire, mientras saltaba con voracidad sobre ellos. El cuerpo pesado cayó sobre la mancha de aceite que dejó la moto, y el Ruso llegó a ver la efigie oscura husmeando el rastro que dejaban.

   -¿Qué cree que fue lo que vieron? ¿Alguien? ¿Algo?

  -Me lo pregunté y me lo sigo preguntando de todas las formas posibles

   -¿Volvió al lugar alguna vez?

   -Sí, cada noche y en cada pesadilla.