Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

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Alberto y la apuesta a los intendentes para salir del brete…

La columna dominical de Eugenio Paillet, corresponsal de La Nueva. en Casa Rosada.

NA y Archivo La Nueva.

   El miércoles por la tarde, en medio de la conmoción que provocaba a esa hora la novedad de los hisopados en medio gabinete -empezando por el presidente Alberto Fernández- por el positivo detectado al secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Beliz, otra de las noticias verdaderamente impactantes del día quedaba momentáneamente disimulada detrás de esa saga sanitaria, como fue el despido de María Eugenia Bielsa. 

   No es que la salida de la arquitecta rosarina no haya sido casi una crónica de un despido anunciado según reflejaba cualquier archivo y que terminó de ponerle fecha de salida aquella carta de Cristina Fernández al presidente en la que se quejaba de los “funcionarios que no funcionan”. La hermana del entrenador Marcelo Bielsa era una abonada a los rumores sobre el malhumor en el Instituto Patria y también en el principal despacho de la Casa Rosada por su bajísimo perfil y una abultada subejecución presupuestaria en un área clave para los planes oficiales.

   La verdadera noticia de impacto que sucumbía momentáneamente ante aquel alerta por el coronavirus fue la movida monumental que significa para los planes del gobierno de aquí a las elecciones legislativas del año que viene el desembarco del ultracristinista intendente de Avellaneda, Jorge Ferraresi, en el ministerio de Desarrollo Territorial y Hábitat que deja vacante Bielsa.

   Una jugada que a primera vista podría haberse anotado cómodamente en la saga que albertistas y cristinistas vienen protagonizando con mayor o menor virulencia desde que llegaron al poder y que se potenció con aquella dura carta de la doctora a su pupilo en el que le hizo saber con otras palabras que ella es la que manda, pero que un eventual fracaso de las políticas del gobierno será responsabilidad de su delfín.

   No sólo no fue así sino que habituales fuentes de la Casa Rosada aseguran que el desembarco de Ferraresi en Hábitat, al margen de que ciertamente implica una nueva demostración de poder  -y hasta de sometimiento se quejan algunos albertistas de paladar negro-  de Cristina sobre Alberto, forma parte de un plan mayor para empoderar a los intendentes, en especial a los del Conurbano bonaerense y del interior provincial, en una jugada de manual que, si le preguntan, el presidente dirá que la aprendió de su maestro. 

   Néstor Kirchner consideró siempre que los jefes comunales son quienes retienen el verdadero poder político en sus territorios, y nunca, o no del todo, los gobernadores provinciales.

   El presidente, con mayor o menor injerencia de Cristina en la designación o para calmar sus rabietas contra un gobierno que efectivamente no funciona en varias áreas, llamó a Ferraresi para que comande a partir de ahora el más formidable aporte de fondos públicos para obras y ayuda a los sectores más necesitados o más castigados por las consecuencias de la pandemia que se viene en la gestión. 

   Son más de 126.000 millones de pesos que impactarán de lleno en el arranque del año electoral que se avecina. Alberto dice en la intimidad a sus colaboradores que el ministerio de Hábitat, junto con Gabriel Katopodis (otro intendente)  de Obras Públicas y como tercera pata el asistencialismo a través de la cartera de Desarrollo Social, que en el siguiente recambio iría a manos de otro importante jefe comunal de Zona Norte, serán los pilares sobre los que basará su segundo año de gestión con la mirada puesta en recuperarse en las encuestas, disimular de paso las rispideces internas más que externas que le va a deparar el compromiso de ajustar algunas cuentas, como volver a los aumentos de tarifas en enero, y colocar al oficialismo en una buena posición para ganar las elecciones parlamentarias. Empezando por la provincia de Buenos Aires, otra vez madre de todas las batallas en donde el presidente y todo su gobierno, más allá del “mundo Cristina” y sus afanes por acomodar a su aire la trama judicial, creen que es necesario ganar para fortalecer por arrastre el triunfo en el resto de las provincias.

   Ciertamente esperan al presidente algunos tropiezos, más allá del sostenimiento en el conteo diario de casos de coronavirus y fallecimientos por la pandemia. Y en ese marco la certeza de que no está descartada una segunda ola a la europea después de fin de año, mientras el tema de las vacunas y cuándo estarán disponibles para el común de los ciudadanos atraviesa por etapas de incertidumbre y también de algunas mezquindades políticas que no podían faltar. 

   Por caso, la denuncia de dirigentes de Juntos por el Cambio que responden a intendentes del palo del conurbano que dicen que Kicillof será el mayor beneficiario, y los intendentes afines, se entiende, de las millones de dosis de la vacuna rusa que comprará el gobierno argentino. Un disparate.

   La CGT, que como se dice hasta ahora le había dado todo el hándicap necesario al presidente, con tibios reparos aquí y allá pero siempre en tren de acompañamiento, ahora endureció sus posturas. El acuerdo con el Fondo, cuyo ajuste viene disimulado en la tradicional dialéctica presidencial y de dirigentes a quienes fastidia tener que salir a “militar” un tema espinoso para el kirchnerismo, destapó una puja con la central obrera de final incierto. Porque se suma el pataleo de los caciques por la nueva fórmula jubilatoria, los salarios y la inacabable pelea por los fondos de las obras sociales.

    No es casual que en ese marco Máximo Kirchner haya desempolvado el impuesto a la riqueza, una forma poco disimulada de compensar aquellas vergüenzas ajenas de la propia tropa.