Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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El saldo trágico que tuvo el descontrol de alguien que debía controlar a los demás

A fines de 1982, un inspector de tránsito de Patagones asesinó a un automovilista luego de labrarle una infracción. Fue declarado inimputable e internado en un neuropsiquiátrico.

   Una noche de finales de 1982, la oscuridad fue mucho más densa que la natural, porque la tragedia puso al descubierto algunas impericias que dejaron en superficie aspectos de una precariedad laboral que el tiempo fue diluyendo, aunque situaciones distintas y con similares resultados suelen seguir sorprendiéndonos.

   En aquella ocasión, un inspector de tránsito, que estaba automedicado luego de haber permanecido internado en un neuropsiquiátrico, hacía su trabajo armado y mató a un automovilista, poco después de labrarle una infracción urbana.

   El hecho se registró el 17 de noviembre, y 6 meses después -el 27 de mayo de 1983- la justicia resolvió sobreseer las actuaciones y ordenar la internación del imputado en el Instituto Neuropsiquiátrico de Seguridad (Unidad Nº 10) de Melchor Romero.

   Es que Feliciano Acosta, según las pericias, era jurídicamente inimputable en la causa que se le siguió por el homicidio de Juan Carlos Morel, y que tramitó ante el Juzgado en lo Penal Nº 1, a cargo de Jorge Félix Conget.

   Pero antes del fallo, claramente, hubo algunos errores.

   La causa consta de 208 fojas y en la 122, Jorge Guillermo Bosch Estrada, dijo que en agosto de 1981 ingresó en la municipalidad para desempeñarse como jefe del cuerpo de inspectores y que como éstos “no cumplían eficazmente, llamó a concurso para cubrir vacante”.

   Una de esas vacantes permitió que Acosta -quien en 4 oportunidades había intentado sin éxito entrar en la policía- accediera al puesto en abril de 1982, sin que se tuviera en cuenta que durante casi todo septiembre de 1973 estuvo internado en un hospital neuropsiquiátrico por un cuadro fóbico y trastornos psicosomáticos, registrándose 5 consultas desde de junio de 1969 hasta febrero de 1982.

   En esas entrevistas se determinaba que “se pudo observar que se trata de un individuo con habilidad emocional en una personalidad inmadura dependiente con componentes fóbicos”.

   “En cuanto a su capacidad intelectual, se constata a través de pruebas psicométricas administradas, un bajo rendimiento (nivel intelectual deficiente)”, sostuvo en un informe el médico Arturo A. Philip, director del Neuropsiquiátrico.

   En su declaración testimonial admitió que luego del hecho se enteró, por comentarios, que Acosta había estado internado y suponía que “por tratarse de personal contratado no fue examinado”.

Antecedentes

   Previo al trágico desenlace, Acosta había protagonizado un par de incidentes conflictivos, propios del ejercicio de su función, pero en su declaración indagatoria reconoció que en uno de ellos se había visto obligado a “extraer el arma que portaba”, cuando un menor lo amenazó con una llave cruz.

   Esa situación no le era ajena a Bosch, quien confesó que en algunas oportunidades vio que Acosta portaba un arma, advirtiéndole que ello no podía ocurrir.

   Ante el juez, el acusado declaró que llevaba el arma “con la intención de intimidar con ella a cualquiera que quisiera agredirlo”.

   Evidentemente, quienes debieron saberlo desconocieron que “estamos frente a un sujeto con una grosera perturbación de su juicio crítico y de la realidad, condicionado por un delirio interpretativo de contenido persecutorio”, consignó por entonces el perito  psiquiatra Néstor Cantarelli.

La noche trágica

   "De quién es el coche que está mal estacionado; que lo saquen, si no le haré una multa”, dijo Acosta cuando ingresó en el quiosco de Comodoro Rivadavia 232. 

   "Si tenés que hacer la multa, hacela; yo no tengo ningún inconveniente, si es tu obligación”, contestó Morel, mientras salía del negocio con su hija (de 2 años), tras comprar pañales y golosinas.

   La quiosquera aseguró escuchar que la víctima le dijo al inspector que “antes de hacer la multa, podía tener educación y al entrar en un comercio saludar”.

   A pocas cuadras del negocio volvieron a cruzarse y se produjo el tremendo final. 

Declaró y buscó mejorar su posición

   Feliciano Acosta intentó mejorar su posición diciendo que Morel lo atacó, presentándose en la comisaría -donde entregó el revólver calibre 39 largo utilizado en el hecho- con la vestimenta desarreglada y el faltante de algún botón de la camisa.

   El médico cirujano Alberto Antonio Redolfi declaró que “un hombre vestido de uniforme color gris, caminaba en forma lenta, con el brazo derecho a media altura y empuñado un revólver”, haciendo hincapié en que en ningún momento le llamó la atención que “éste funcionario estuviera con su uniforme desalineado, sino en forma correcta”.

   Agregó que pudo ver cuando esa persona “guardó el arma sobre el lado derecho, debajo de la chaquetilla o saco”, llamándole “poderosamente la atención cómo una persona uniformada guarda un arma y camina como si nada hubiere pasado”.

   Tiempo después Acostá volvió a intentar quedar mejor posicionado dentro de la causa. Mencionó que al momento del hecho atravesaba por un período de nerviosismo porque esperaba el nombramiento en la municipalidad, pues hasta ese momento se desempeñaba como personal jornalizado y que “se había propuesto hacer mérito en la comuna para que el nombramiento le llegara con más facilidad”.

   “Presenta una estructura básica esencialmente insegura de sí mismo, imaginativo, sugestionable, extremadamente sensible a las influencias ambientales, hipercrítico. Vivencia el mundo como amenazante y hostil”, indicaba el informe de uno de los peritos que evaluó al imputado.

   Respecto del grupo familiar del hombre, el profesional describió “relaciones con el padre conflictivas debido a la severidad de éste en el trato (exigencias inapropiadas y castigos corporales)”.