Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

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Los candidatos, entre las promesas y las chicanas...

La columna dominical de Eugenio Paillet, corresponsal de La Nueva. en Casa Rosada.

Archivo La Nueva.

   Se ha dicho hasta el cansancio que la política es el arte de lo posible. Desde Aristóteles, pasando por Nicolás Maquiavelo y Winston Churchill, y hasta nuestra propia versión argenta en boca del expresidente Carlos Menem, la frase tiende a sostener que para un político no hay imposibles si posee "el arte" para hacer realidad ese concepto. 

   Si lo sabrán en estos días Mauricio Macri -aunque en su caso no sin una buena dosis de herejía- Alberto Fernández, Roberto Lavagna, y hasta el candidato antiabortista José Gómez Centurión, que pide que la gente lo vote no por lo que propone sino porque Cristina Fernández y su candidato designado están a favor de la despenalización del aborto.

   Macri es el primero de esa lista que sabe de qué se trata. Debe repechar una cuesta imposible, o al menos eso es lo que le recuerdan cada día las encuestas que lee en su despacho, convencido de que es posible dar vuelta la historia. 

   No importa si en ese camino plagado de piedras deba echar mano a unas cuantas herejías. El presidente inició la marcha del "Sí se puede" con recorridas durante un mes que van a incluir una propuesta por día. Nada menos, en boca de un mandatario que las tiene todas en contra y que ha alcanzado un descrédito pocas veces visto desde la restauración democrática hasta el presente.

   Sería conveniente aclarar que las promesas diarias de Macri, algunas ya se conocen como que ahora sí se viene la recomposición de los salarios, que de paso le da pie a la oposición para preguntarle en modo chicana por qué no lo hizo antes, son en sí mismas herejes. 

   Es decir, se van a cumplir sólo en el caso de que Macri gane la reelección en octubre o noviembre. De lo contrario, esas promesas quedarán incumplidas y que se haga cargo el que venga detrás suyo. En este caso, altamente probable, Fernández. 

   Lo de la herejía viene a cuento por un dato de la historia reciente que puede encontrarse en cualquier archivo de la época. 

   Macri remeda al caudillo santiagueño Carlos Arturo Juárez, que en 1993 y antes de que el "santiagazo" se lo llevara puesto, iba a las villas a entregar una zapatilla. Y les prometía a los "beneficiarios" de esas barriadas pobres: "Si gano, te doy la otra".

   En otras palabras, el presidente está obligado a prometer lo que seguramente sabe que no podrá cumplir, pero no le queda otro recurso para torcer una historia que parece escrita de antemano, a menos que "el arte de lo posible" en política alumbre el improbable milagro. 

   Su último spot televisivo, donde con rostro dolido asegura que entendió el voto castigo del pasado 11 de agosto, es un gesto tan desesperado como aquel otro que le sugirió Jaime Durán Barba antes de las PASO, cuando la mesa chica sabía cómo podían terminar las cosas pero se lo ocultaba a su militancia y a los votantes: el célebre "p... pero votame".

   Alberto Fernández no le va en saga en esto de decir una cosa y parecer otra para demostrar antes que nada que el cristinismo puro y duro no volverá, y que en cambio él encarna el "kirchnerismo bueno" que viene a restaurar la República y librarla de los tremendos males que le provocó el macrismo. 

   También sirve en un escenario absolutamente enrarecido donde lo primero que el candidato opositor todavía no puede torcer, es justamente la idea de que detrás suyo y muy a su pesar se encuentra el cristinismo agazapado y sediento de venganza. 

   Fernández por caso critica el paro de pilotos de Aerolíneas, y le reclama a los dirigentes que conduce "El Barón" Pablo Biró para congraciarse con los sufridos usuarios de la línea de bandera. Pero al día siguiente lo recibe en su departamento de Puerto Madero y se muestra comprensivo con el reclamo salarial. 

   Del mismo modo que promete que no le pagará a los bancos la abusiva tasa de las Leliqs, y que con esos fondos aumentará los haberes de los jubilados. 

   Por derecha se reúne con la cúpula de la UIA para prometer que durante su gestión los empresarios volverán a estar contentos como en la época del matrimonio Kirchner, aunque esta vez sin el látigo y sin la amenaza del escarnio público para el que se desacate.

   A Fernández se lo vio incómodo en el acto de reunificación de la CGT y la CTA. Allí se rejuntó con lo peorcito de la dirigencia sindical, a la que criticó en el pasado pero ahora necesita para el improbable pacto social con empresarios que debería congelar salarios y servicios durante seis meses si le toca asumir. A su izquierda sentó a Gisela Marziotta. Venía de cruzarla por su apoyo a una Conadep del periodismo. El Príncipe no lo hubiese hecho mejor...