Bahía Blanca | Miércoles, 24 de abril

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El único escultor en madera de la Armada y un oficio en riesgo de discontinuarse

Horacio Pavón es puntaltense y su trabajo es un arte cuyo resultado es casi imperecedero, pero en unos años se jubila: "Si no nos apuramos, el oficio desaparece", dice.

Fotos: Gaceta Marinera

   Horacio Pavón (55 años, puntaltense) empezó a trabajar en el Taller de Modelos del Arsenal Naval Puerto Belgrano en 1981, cuando tenía 19 años. Había egresado como modelista naval de la Escuela de Oficios e ingresado directo a poner en práctica los saberes de un arte único. Como él, que es el único escultor en madera en toda la Armada.

   Aprendió a esa edad de otro artesano ya jubilado: Mariano Rojas, que cuando vio a un Horacio pibe agarrar un trozo de madera y tallar un gauchito le dijo: “Vos vas a ser escultor y yo te voy a enseñar”.

   Lo primero que le encargaron fue el modelo del escudo del Club de Golf Puerto Belgrano. Todavía está.

   “Es algo que te tiene que gustar —cuenta Horacio, que habla con la paciencia y la concentración de un escultor del mármol renacentista—. Este es mi trabajo y también mi hobby. Afuera conocen mi trabajo gracias a la Armada.”

   Pero en 10 años se jubila y es necesario incorporar más escultores o aprendices. “Si no nos apuramos, el oficio desaparece”, advierte.

No es una carpintería

   El Taller de Modelos puede parecer una carpintería a simple vista, pero el trabajo de quienes trabajan ahí es plasmar en madera los modelos que después el Taller de Fundición llevará al bronce, al hierro o al aluminio.

   Anclas, propulsores, piezas mecánicas de todo tipo, placas alegóricas, figuras humanas o escudos de cada uno de los buques y destinos de la Armada nacen en madera antes de relucir en el metal.

   Cuando Horacio llega al taller, el depósito de Modelos Navales se convierte en su refugio, entre claroscuros, aserrín y formas del pasado. Es verdaderamente un museo que habla de nuestra historia naval.

   Tiene piezas únicas, como partes que pertenecieron al crucero “Belgrano” o al acorazado “25 de Mayo” o incluso a la Casa de Bombas del Arsenal. También hay figuras tamaño natural como la del Almirante Guillermo Brown que está en distintas partes del mundo, como Irlanda o Francia, por ejemplo. Hay moldes que se pierden en el cuenco de una mano y otras imposibles de mover si no es entre dos o tres personas.

   Sobre una mesa al final hay un bulto bajo una sábana que Horacio descubre y se dispone a darle un soplo de esa vida inmóvil e imperecedera que tienen las esculturas. Es el rostro de Nuestra Señora del Buen Ayre, parte del mascarón de proa de la Escuela-Goleta “Santa María de los Buenos Ayres”. Lo empezó hace varios años y la obra está casi lista. Antes de que llegara la madera, Horacio dibujó el frente y perfil de la figura. La primera semana que tuvo en sus manos el bloque de madera virgen no podía dormir. Y cuando podía, soñaba cómo empezar a darle forma.

   Lo primero que hizo fue golpear con una masa los pedazos más gruesos de la madera, pero después trabajó todo el tiempo con gubias y formones. Horacio toma un formón chato y le quita volumen a la sien. La proporción del cuerpo es difícil, pero lo más complicado es el rostro.

   “Si sale la cara, sale todo”, dice con apariencia despreocupada.

   El trabajo del tallador pasa también por saber seleccionar la madera apropiada o el tipo de papel para lijar o las herramientas específicas para cada corte. Su mesa parece la de un quirófano.

   Horacio transforma la madera en arte hasta que la figura es la que soñó. Lo que sigue después es el lustrado de la pieza, el brillo final.