El que solo se ríe...
Hay diferencias entre lo que es una sonrisa, una risa, una carcajada, una carcajada forzada y una mueca. Como esto es un artículo y no un ensayo, pido que se me excuse de exhaustivos análisis. Diré simplemente, a título de referencia, que una sonrisa es una expresión que se produce en el rostro, más precisamente con la boca, donde se manifiesta agrado, afabilidad, ternura, comprensión, ante un suceder que nos es luminoso; por su parte, la risa implica una gracia sostenida sobre la que no se tiene mucho dominio, aparecida como consecuencia de un acontecer cómico inesperado; la carcajada podría ser una especie de risa más subida; la carcajada forzada tiene que ver más bien con una simulación, con algo que, sin mover realmente a la hilaridad, hace como que a uno en verdad algo le ha producido gracia estrepitosa; se identifica con aquello del poeta Juan de Dios Peza: “El carnaval del mundo engaña tanto, que las vidas son breves mascaradas; aprendemos a reír con llanto y también a llorar a carcajadas”. Por último, la mueca involucraría, entre otras cosas, a una suerte de sonrisa fingida, acaso utilizada para, mediante una ironía labial, expresar enfado, desencanto, desaprobación. Pero nos detendremos en la risa, y, más precisamente, en una suerte de máxima que sobre ella se hizo.
Comúnmente, el refrán “el que solo se ríe, de sus picardías se acuerda” quedaba reservado para los niños o los adolescentes, cuando en reuniones o juntas en la que ellos hacían actos de presencia, alguno, sin aparente motivo, se ponía a reír. Digo que “quedaba reservado”, pues no sé, en realidad, si aún el aforismo tiene mucha vigencia. Al menos, en lo que a mí respecta, hace tiempo no lo he vuelto a escuchar. Se lo asociaba a alguna travesura, a algún recuerdo de cierta picardía que irrumpía en la mente del joven produciéndole la risa. A pesar de lo anterior, cuando se habla de picardía, no debe relacionárselo necesariamente a alguna maldad --al menos no es ese el significado al que aquí me refiero--, sino a cualquier hecho sano que sea suficiente para hacernos reír. No está demás memorar la distinción de Cicerón: “Hay dos clases de bromas: una incivil, petulante, malévola, obscena; otra elegante, cortés, ingeniosa y jovial”.
En el fondo, la frase con la que he titulado este escrito, esconde algo más rico, y, por qué no, algo demasiado olvidado. Esconde una cuota de inteligencia, de imaginación (creatividad), de memoria, y de la hoy escasa capacidad de poder divertirse (reírse), aunque sea por breves segundos, uno solo. Inteligencia, para poder formular o hacer algo que nos haga reír. En tal orden de cosas, queda entonces descartada la exclusiva reserva que de la frase se lleva a cabo respecto de los más jóvenes. Cualquiera a cualquier edad puede muy bien reírse solo por cosas que hizo y recuerda. Reír solo también supone imaginación, esto es, la capacidad que se tuvo o se tiene para figurar lo que luego moverá a risa. Dado el mundo virtual en que se sumerge a los más niños y jóvenes, y dado el mundo de salvaje economía en que viven inmersos la mayoría de los mayores, parece haber cada vez menos lugar para el ejercicio de la frase de marras. Con la inteligencia y la imaginación, la frase podría servir para hacer reír respecto de un hecho futuro que no sucedió en la realidad (mundo externo), pero que acaba sí de suceder en el propio espíritu que lo produjo (mundo interno). Hay también un ejercicio de la memoria, gracias a la cual, por la evocación del momento recordado, se puede hacer presente de manera muy parecida, lo que otrora nos resultó cómico. Por último, hablaba de la capacidad de poder reírse solo, cosa bastante desconocida, en parte por las razones apuntadas anteriormente. No se trata de hacer las veces de un payaso o chifladito que va riéndose por la calle como un sonso; no se trata de una simulación, ni se trata tampoco, reitero, de la risa producto de alguna maldad por mínima que sea. Se trata, me atrevo a decir, de una loable complicidad con uno mismo, traducida como la facultad de poder auto alegrarse a través de la risa.
Reírse sólo, muchas veces también implica reírse de uno mismo, forma esta de reconocer nuestras limitaciones, por el ejercicio de la introspección, de la reflexión sobre nuestra finitud.
Tomás I. González Pondal es abogado. Reside en Buenos Aires.