Bahía Blanca | Domingo, 29 de junio

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Recuperó la vista luego de un trasplante: “Luché con mil demonios internos y hoy soy feliz”

María Valeria Sardi es tucumana, hija de un bahiense, y a los 22 años descubrió que tenía una enfermedad genética que degradaba su visión. Casi no veía cuando recibió las córneas de un donante de EE.UU. Hoy lleva una vida plena y ayuda a más personas.

A sus 48 años, María Valeria Sardi, oriunda de Tucumán, hija de un bahiense, transformó una discapacidad visual progresiva causada por el Queratocono (una deformación de la córnea) en una segunda oportunidad de vida. Tras someterse a dos trasplantes de córnea, casi cuando había perdido la totalidad de su visión, recuperó el 100% de la vista en ambos ojos.

Hoy, lleva una vida plena, participa activamente en natación, deporte que comparte con otros trasplantados, y es una incansable promotora de la donación de órganos, compartiendo un mensaje inspirador y realizando tareas solidarias que le valieron múltiples reconocimientos.

El año pasado, luego de 10 años de no hacerlo, volvió a Bahía Blanca y visitó los lugares a los que iba de niña y en los que fue muy feliz con sus abuelos, tíos y primos.

Fue al Teatro Municipal, al Parque de Mayo, al club Alem y viajó a Sierra de la Ventana y Monte Hermoso donde siempre veraneaban en familia. Y pudo recorrer la casa de los abuelos paternos Juan y Soledad, en Sarmiento al 500, que hoy conserva su tía María Teresa Sardi.

En su visita a Bahía Blanca visitó los sitios en los que fue feliz en su infancia, como la Plaza Rivadavia.


Valeria nació en 1976, en Tucumán, (su padre se mudó por trabajo) con visión normal, pero la fue perdiendo gradualmente. A los 22 años, durante un control oftalmológico, descubrió la enfermedad y supo que era la única portadora en su familia. Como había desarrollado distintas formas de adaptarse al mundo casi no era consciente de que estaba prácticamente ciega.

“Había agudizado tanto mis otros sentidos que llegué a no darme cuenta de lo poco que veía. Reconocía a las personas por su forma de caminar, por su perfume, por su tono de voz o por el contorno de su cuerpo”, narró.

 “Mi ojo izquierdo estaba muy dañado, veía solo el 3%, y del otro veía el 30%”, contó.



En esos años usaba técnicas de supervivencia: cruzaba la calle cuando todos lo hacían, escribía con los colores que distinguía (no reconocía ni el negro ni el azul) y usaba el pie para reconocer los escalones o el cordón.

Una consulta en Buenos Aires, donde le recomendaron a un médico tucumano, le cambió la vida. El doctor Roberto Adrián Cohen, quien realizaba trasplantes con córneas de los cuerpos NN que no eran reclamados en EE.UU, la aceptó como paciente. No aceptaba a cualquiera. Mantuvieron una larga charla y él le explicó qué era un trasplante, lo que ella necesitaba y el tiempo que llevaba. Hasta 2005 era una práctica legal.

“Cuando mi médico me explicó el procedimiento, la única persona que debía decidir era yo y aposté a la vida y a ver de nuevo. Volver a ver fue una sensación maravillosa.”, dijo.



“Fui una privilegiada porque no tuve que esperar mucho y mis padres contaban con los medios económicos para solventarlo. Por eso, me propuse difundir hasta el último día de mi vida acerca de la donación de órganos”, dijo.

El primer trasplante fue en 2003, a sus 23 años, duró 9 horas y hasta pudo elegir qué música escuchar durante el procedimiento que se realizó en Tucumán. Recibió 36 puntos: 16 superficiales y los otros internos que se fueron cortando a medida que cicatrizaron.

Durante seis meses, debió permanecer aislada, y solo su madre podía estar con ella ya que sus defensas estaban bajas. Para bañarse, utilizaba una pileta y un jarrito, para evitar que el agua o el vapor tocaran su cara.



También usó una prótesis ocular especial de cristal que cubría la frente y el ojo, la cual solo podía retirarse para aplicarse las numerosas gotas que usaba cada media hora o cada pocas horas. Aunque la remoción de los puntos, fue impresionante para ella, no fue dolorosa. Nunca tomó medicamentos y no sintió dolor antes, durante ni después de los trasplantes

“El segundo trasplante fue en 2005. Fue un cambio total. El trasplante nos ayuda a mejorar la calidad de vida”, sostuvo.

La valentía de aquella decisión es hoy la cosecha de una mujer que avanza, cumple metas y se siente feliz de poder ayudar a más personas.

Valeria realiza controles anuales de la vista y solo toma precauciones como evitar amontonamientos o golpes.



“Tengo una vida normal como cualquier otra persona. Practico deportes, me recibí, trabajo y, a veces, soy estudiante”, confió.

Es Profesora de Lengua y Literatura con formación en pedagogía, neurolingüística y lingüística y se desempeña como docente.

“Es una satisfacción poder decir ‘llegué’ o ‘puedo hacer tal cosa’. Nunca me sentí discapacitada visual. Ver poco no significaba quedarme en casa. Salía, iba a bailar. Mi forma de ser no me permitió quedarme encerrada ni sentarme a llorar en una silla”, dijo.

Hace un par de años sus padres se mudaron desde el interior a vivir con ella a Tucumán capital.



“Sin ellos mi vida, desde el primer momento, no hubiese sido magnífica como lo es hasta hoy. Recuperar la vista fue lo mejor que me sucedió. Recuperé el 100% de ambos ojos”, dijo.

“De todas las discapacidades con las que uno puede nacer o transitar jamás hubiera elegido la ceguera. Cuando sos ciega te imaginás las cosas de una forma, pero verlas es otra. La vista es inigualable”, reflexionó.

Su experiencia como promotora, difusora y concientizadora

A partir de todo lo vivido comenzó a hacer campañas de difusión y concientización acerca de la donación de órganos y tejido, tanto en Tucumán como en Salta, donde se reúne con grupos de trasplantados para hacer campañas, intensificando su labor en jornadas como el 30 de Mayo, Día Nacional de la Donación de órganos y tejido.

“Es un día muy importante donde podemos ver que la vida puede continuar. Por cada persona fallecida son siete las que pueden vivir. Hay una lista de espera bastante larga que incluye pacientes pediátricos”, remarcó.

Una experiencia de las tantas maravillosas que la marcó en estos años fue conocer a Lucrecia, en la ciudad de Güemes, en Salta, quien con tan solo 5 años le contó que estaba en diálisis.

“Me invitaron a una entrevista y estaba ella. El año pasado le hicieron su trasplante renal. Fue un gran emoción de verla feliz, jugando y ver cómo cambiaron sus ojitos, su piel y su cabello”, expresó.

“Las personas necesitamos mejorar nuestra vida y el trasplante te ayuda a mejorar, a cumplir lo sueños y apostar a la vida y, a su vez, saber definir la empatía, la solidaridad, los valores y el altruismo”, añadió.

Vale sabe que contar su historia a otras personas es tan importante como estar presente con un abrazo o una palabra de aliento para que quienes están sufriendo

Este año, en Embarcación (Salta) una señora se acercó a agradecerle ya que luego de escucharla, toda su familia decidió donar órganos.

“Me dijo: ‘Te vengo a conocer. Te escuché en la radio y necesitaba venir a darte un abrazo’. Fue algo maravilloso”, agregó.

“Son campañas muy enriquecedoras y lo mejor es poder dejar el legado para que las personas se animen y digan sí a la donación”, remarcó.

El activo presente de Valeria incluye también al deporte. La natación la llevó a integrar el plantel de ADETRA (Asociación de Deportistas Trasplantados de la República Argentina) con quienes participa de los Juegos Nacionales Argentinos para Trasplantados. También compiten en los juegos latinoamericanos, donde comparten con deportistas de Brasil, Chile, Bolivia, Paraguay y Uruguay en categorías como ciclismo, vóley, atletismo, handball y tenis. Además, existen los mundiales para trasplantados.

“¿Si volvería a transitar lo mismo? Sí, hoy en día puedo decir que la vida es maravillosa y mejor aún cuando uno puede transitar un trasplante acompañado por la familia. Es imprescindible: eso y los cuidados”, subrayó.

“Es importante que todos los pacientes sepan que existe la vida después del trasplante y que es una esperanza y una armonía necesaria para mejorar”, dijo.

Para ella, cuerpo y alma tienen que estar alineados.

“Necesitamos una espiritualidad y agradecer a Dios y a nuestros donantes es muy importante”, concluyó.

Por su labor en estos años recibió la distinción Gaviota de Plata Trasandina y el premio Madre Teresa Angel’s entre otros además de haber sido destacada por la Legislatura de su provincia y por la ciudad de Güemes en varias oportunidades.

Adonde viaja lleva una bandera que simboliza lo que vivió y lo que quiere comunicar: una flor con dos hojas-ojos que le recuerda los duros años 2003 y 2005 y representa años de lucha, conciencia y amor por la donación de órganos, tejidos, sangre, plaquetas y médula. Y que donar es un acto de amor necesario.

“El perfume de Bahía es de añoranza por mi niñez y de felicidad”

Los abuelos paternos, Juan y Soledad, siempre estuvieron presentes en su vida. La visitaban en Tucumán dos veces al año y ella los frecuentaba en Bahía.

“Eran dos personas mágicas, maravillosas, nobles y generosas además de muy cultas. De esos abuelos que cuentan cuentos y mandan cartitas”, contó.

“Hoy, además de mis tíos y primos, mi plus en Bahía es mi tía Nora Carricaburu, prima de mi papá, a quien adoro y tiene eso que la hace auténtica, noble y genial”, subrayó.

Valeria (de rosa), su hermana Vero y su hermano Omar y sus primos Alejandro y Mariano Bartolomé con los abuelos paternos Juan y Soledad.


También mencionó su querencia con Monte Hermoso y Sierra de la Ventana.

“No hay playa más hermosa que la de Monte. Tiene ese sabor a niñez y adolescencia, a juntar almejas, caminar por la playa, levantarte temprano y ver sus atardeceres mágicos. Sierra tiene la magia de caminar en sus callecitas o sentarte a tomar chocolate con churros en la Avenida. Bahía, su tierra, sus olores y alrededores son magia en mí”, concluyó.