Bahía Blanca | Domingo, 14 de septiembre

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Devoción por tu verdugo

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Finalizado el proceso electoral en la provincia de Buenos Aires, retomamos la Psicología “pura y dura” . Como es habitual en este espacio propongo preguntas para pensar y esbozar algunas respuestas.

Seguramente conocés esa cuestión -grave- en la que una víctima desarrolla simpatía, afecto, devoción, por su victimario. Ahora bien: ¿Qué mecanismos mentales se ponen en juego para que eso suceda? ¿Se puede dejar de ser rehén de quien nos violenta?

En 1973, en Estocolmo, Suecia, dos delincuentes armados tomaron a cuatro personas de rehenes durante seis días. Durante ese tiempo, las víctimas fueron “bien tratadas” por los criminales a tal punto de protegerlos ante la policía. Una vez liberados, los rehenes experimentaron una sorprendente lealtad y empatía con los captores a tal punto que se negaron a testificar en contra de ellos y hasta recaudaron fondos, casi al estilo Maratea, para pagar la defensa de los delincuentes.

Este evento es lo que da nombre al “síndrome de Estocolmo”, fenómeno en el que las víctimas desarrollan una conexión emocional con sus captores durante el período que dura el evento. Este “vínculo” despertó desde entonces el interés de la Psicología, pues esa conexión se repite en otros eventos tales como abuso, obviamente secuestro, y hasta se deja entrever en la película “la Bella y la Bestia.

En definitiva, el caso no fue solo el acontecido en 1973, sino que se conocen casos similares en todo el globo. La gran pregunta es; ¿qué ocasiona que una persona desarrolle empatía por quién le infringe semejante daño?

Las investigaciones revelan diferentes explicaciones. Una teoría defiende que, ante una situación extrema, de peligro y tensión,  se desarrolla un mecanismo de supervivencia para poder enfrentar la situación. Ante una situación límite, el cerebro recurre a estrategias de afrontamiento extremas para mantener la calma lograr sobrevivir. Así se desarrolla un vínculo de simpatía y una conexión emocional con el victimario de forma tal de obtener el beneplácito y evitar un daño mayor.

A su vez, en esta cuestión de “aprobar al verdugo” hay una serie de factores emocionales y psicológicos que entran en juego. La negación de la gravedad de lo que está aconteciendo es una de ellas, luego lograr una sensación de control en un escenario que de otro modo sería asfixiante, y por último hasta la identificación con quien ejerce la violencia.

Así, vemos al delincuente o “loco” como figuras protectoras, de autoridad, de admiración intelectual, sensación de protección, máxime si tienen alguna actitud “bondadosa” mientras dura la situación traumática.

Las dinámicas de poder tienen un rol clave. El violento ejerce un control sobre las vida de sus víctimas y obviamente la relación es asimétrica y desequilibrada. Ante esta relación desigual, los más vulnerables, ante la desesperación, intentar ganarse el favor, la aprobación del agresor.

Lo que se pudo comprobar es que el síndrome de Estocolmo no se desarrolla solamente ante un secuestro. La evidencia muestra que en relaciones donde hay una relación desigual de poder y se intenta identificarse con el verdugo como una forma de sobrevivir emocionalmente, el maltratado termina siendo rehén del síndrome.