Bahía Blanca | Sabado, 16 de agosto

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Bahía Blanca | Sabado, 16 de agosto

Chipá, tereré, humedad y tráfico: la otra cara de los Panamericanos Junior

Durante dos semanas, la capital de Paraguay vive una celebración única donde el talento deportivo se une a la diversidad cultural de toda América.

Fotos: La Nueva.

Bajé del avión y lo primero que escuché no fue un anuncio de altoparlante ni el golpeteo metálico de las valijas contra la cinta. Fue música.

En el hall de arribos del Aeropuerto Silvio Pettirossi, un grupo de bailarines y músicos recibía a cada pasajero como si fuera un invitado esperado desde hace años. Trajes típicos, pasos que dibujaban el compás en el suelo, sonrisas amplias. Las cámaras de los recién llegados intentaban atrapar el instante, pero en vivo se siente mucho más de lo que la imagen puede contar.

Afuera, el tránsito ya empezaba a mostrar uno de los grandes efectos colaterales del evento: colectivos abarrotados y a destiempo, además de desvíos improvisados en una ciudad que no tiene red de subtes y que, incluyendo el área Metropolitana, llega a los 2,3 millones de habitantes.

Engorroso en todo sentido y uno de los dos grandes desafíos (el restante es la operatividad de su aeropuerto) si quiere organizar, allá por 2031, le versión adulta de estos Panamericanos y recibir miles de personas más.

En el centro de prensa, la bienvenida también tuvo música, pero para el paladar. Entre acreditaciones, planillas y mapas de sedes, se repartían bolsas de chipá. Pequeños, redondos, dorados por fuera y tiernos por dentro, con ese aroma a queso y almidón de mandioca que no respeta distancias. El café, infaltable en todo acontecimiento de este tipo, completaba la escena.

Cobertura espacial de los Juegos Panamericanos Junior

Una colega paraguaya, sin dudarlo, me ofreció un tereré con agua fría (sí, únicamente agua fría). Dudé por un segundo, pero… ¿cómo iba a rechazarlo? Debo admitir que no se convirtió en una de mis opciones favoritas, aunque sí descubrí que es realmente refrescante. Con el paso de los días, las invitaciones a compartirlo se volvieron cada vez más frecuentes.

Para mi sorpresa, me enteré de que existe un Día Nacional del Tereré, que se celebra cada último sábado de febrero. Esta fecha fue establecida por ley para honrar y preservar esta tradición, reconocida por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Y entre tantas tradiciones que se beben o se bailan, hay otra que se mira. En agosto, pleno invierno, Asunción se tiñe de rosa. Son los lapachos, que florecen como si ignoraran el calendario, cubriendo calles y plazas con pétalos. Caminás y no sabés si levantar la vista para admirar las copas o bajar la mirada para pisar la alfombra que dejan, incluso en veredas que piden auxilio.

La ciudad, mientras tanto, vibra al ritmo de los Juegos Panamericanos Junior. Hoteles completos, restaurantes que extienden horarios y choferes de apps que multiplican viajes. Todo ganancia.

Las calles se llenan de turistas con indumentarias que rara vez se ven por aquí: Antigua y Barbuda, Santa Lucía, Barbados, Dominica, Islas Caimán… Un mapa de acentos que, al mezclarse con el guaraní y el español local, transforma cada esquina en un cruce cultural.

Claro que no todo es fiesta. Como ya dije, el tráfico es un rompecabezas diario y los locales duplican los cálculos de tiempo para llegar a cualquier lado. Los colectivos viajan con atletas, voluntarios y vecinos que, ajenos al evento, intentan sostener su rutina.

Las críticas no faltan: obras que llegaron con retraso, señalización confusa, y hasta albañiles colocando baldosas a metros del pebetero el mismo día de la Ceremonia de Apertura. Pero, incluso en la queja, aparece una certeza: es una oportunidad para que el mundo mire hacia Paraguay.

En las tribunas, los colores de todos los países se mezclan con el rojo, blanco y azul. El deporte es la excusa, pero la cultura es el escenario.

Podría irme con las estadísticas y el medallero bajo el brazo, pero lo que me llevaré de Asunción no entra en una planilla: el aplauso acompañado de una tribuna que mezcla idiomas, el guaraní cantado entre sonrisas, el zapateo de un baile típico, el olor del chipá flotando entre las multitudes, la humedad pegajosa, mucho tereré, pétalos de lapacho y la paciencia infinita para esperar un transporte que quizá nunca llegue.

Los Panamericanos Junior 2025 pasarán, pero este retrato de una ciudad que se vuelve escenario, anfitriona y protagonista quedará guardado en el recuerdo de todos los que, aunque vinimos por el deporte, terminamos quedándonos también por la cultura.