"La infancia no se juega en pantallas: Un llamado a habitar el cuerpo, el tiempo y el vínculo"
Este Día de las Infancias propongo una revolución mínima pero radical: devolverle al niño su lugar como autor de su juego.
Por: Mariana Savid Saravia.
Psicopedagoga, especialista en Neuroeducación y Educación en Ciudadanía Digital.
M.P. P:13-5610
Las pantallas han secuestrado algo esencial: el cuerpo del niño en su experiencia lúdica. Hoy, cuando un pequeño juega, ¿dónde está su mirada? ¿En los ojos de su madre, o en el brillo frío de una tableta? El lema "Desconectá la pantalla" no es una consigna moralista: es un acto de resistencia frente a una cultura que roba a la infancia su derecho a existir en el tiempo propio, en el gesto espontáneo, en el abrazo que no necesita filtros.
Como psicopedagoga, he visto cómo la pantalla mutila el deseo: el niño ya no inventa juegos, consume entretenimiento prefabricado. Pierde la capacidad de sorprenderse, de aburrirse (¡ese maravilloso motor creativo!), de habitar su cuerpo en el espacio. ¿Dónde quedó el placer de correr sin motivo, de rodar por el piso, de sentir el lápiz arañando el papel?
Este Día de las Infancias propongo una revolución mínima pero radical: devolverle al niño su lugar como autor de su juego. Y esto, queridos padres y madres, empieza por nuestro propio despertar corporal.
El juego verdadero nace del vacío (y las pantallas lo llenan demasiado pronto)
Un niño frente a una pantalla es un actor pasivo de algoritmos diseñados para capturar su atención. Pero cuando jugamos con él sin guion predeterminado, con un trozo de tela, unas cajas, nuestra propia voz le permitimos construir su pensamiento.
La próxima vez que tu hijo diga "estoy aburrido", no corras a resolverlo. Quédate cerca y observa: ese vacío es donde nace la creatividad. Ofrécele materiales simples (una caja, piedras, lápices, tizas) y espera. Verás cómo, poco a poco, el deseo reaparece.
Antes que hablar, el niño habita el mundo a través del movimiento. Cuando saltamos juntos, construimos fortalezas con almohadas o nos arrastramos como serpientes, estamos tejiendo vínculos desde el cuerpo.
Estas experiencias son fundantes: enseñan sobre límites, fuerza, ternura. ¿Un ejercicio? Jugar a "espejos": ponerse frente al niño e imitar sus movimientos. Así, validamos su existencia corporal sin necesidad de palabras.
Cuanto más hace un juguete, menos hace el niño. Una muñeca que llora, camina y habla sola roba el lugar de la fantasía. En cambio, un trapo anudado puede ser un bebé, un superhéroe o un barco pirata. Los juguetes deben ser “simples” (para que la imaginación sea rica).
Propongo el cajón de los desechos: retazos de tela, corchos, cajas, tapas. Materiales que no dicen "esto soy", sino que preguntan "¿qué podrías hacer conmigo?". Así el niño se vuelve poeta de lo cotidiano.
Nuestro rol no es enseñar "cómo se juega", sino estar disponibles para el asombro. Si tu hijo convierte la mesa en una cueva, no lo corrijas: métete con él, pregúntale qué ven en la oscuridad, susurra historias.
Este Día de las Infancias, mientras envolvemos regalos, recordemos esta verdad simple pero profunda: el juguete más valioso que podemos darles... somos nosotros mismos.
Ese auto de carrera será olvidado en un mes, pero el recuerdo de tu voz haciendo "ruidos de motor" mientras lo empujaban juntos, eso perdurará. Esa muñeca quedará en un estante, pero el momento en que te sentaste en el piso a "tomar el té" en su casita de juguete eso se grabará en su corazón.
Los niños no recuerdan sus juguetes, recuerdan cómo se sentían jugando con las personas que aman. Esa complicidad al construir una torre, esa risa cuando el peluche "habla" con tu voz graciosa, ese orgullo en sus ojos cuando les decís "¡Qué bien está hecho!"
Este año, regalemos esto:
Al abrir el regalo, dediquemos 20 minutos sagrados para jugar como si nada más importara
Guardemos el celular en otra habitación (¡el mundo puede esperar!)
Sigamos su imaginación, aunque nos parezca "aburrido" o "sin sentido"
Porque cuando tu hijo/a de 30 años revise sus fotos de infancia, no dirá "Ahí está mi camión favorito"... dirá "Ahí está papá y mamá, jugando en el piso conmigo".
Ese es el verdadero regalo que perdura.