Las mascotas, parte de la estructura familiar: una tendencia que llegó para quedarse
Con la natalidad en caída y la maternidad en transformación, se convirtieron en el vínculo profundo y cuidado que antes se reservaba a los hijos.

Periodista y técnica en Comunicación Digital. Desde 2022, integra el equipo de redacción de La Nueva., donde cubre eventos sociales y políticos a nivel local, regional y nacional para la edición impresa y digital.
Audionota: Danilo Belloni
La maternidad y la paternidad tradicionales dejaron de ser certezas. Para muchas personas jóvenes, construir una familia ya no implica necesariamente tener hijos, y esa decisión no siempre es voluntaria. Evelyn, de 30 años, lo resume sin rodeos: "Siento que no le voy a poder dar la vida que se merece en el contexto socioeconómico en el que nos encontramos". Frente a esa realidad, eligió otro camino: adoptar una mascota.
Cada vez más, los animales ocupan un lugar central en los hogares. Ya no se los ve solo como compañía, sino como destinatarios de cuidados antes reservados a los humanos: atención veterinaria de primer nivel, terapia emocional, entrenamientos especializados, alimentación gourmet, cochecitos, ropa, perfumes y hasta fiestas de cumpleaños temáticas.
"En las últimas décadas se dieron cambios enormes en la forma en que los humanos nos relacionamos con los perros", explicó Ariel Sarachaga, médico veterinario y etólogo.
"Antiguamente estos canes tenían funciones de guardia, caza o cuidado del ganado y vivían en caniles fuera del hogar. Hoy el principal cometido es la compañía y el apoyo emocional conviviendo con los humanos", señaló en diálogo con La Nueva.
Este giro tiene raíces claras: dificultades para acceder a una vivienda, altos costos de crianza, precarización laboral y una búsqueda creciente de autonomía llevan a que muchas personas posterguen —o directamente descarten— la maternidad o paternidad convencional. En ese contexto, las mascotas emergen como protagonistas de nuevas formas de familia.
"La estructura familiar tradicional se está modificando. Hogares sin hijos o unipersonales, mayor urbanización, nuevos estilos de vida… Todo esto habilita a incorporar a los animales no humanos en profundos vínculos interespecíficos", dijo Sarachaga.
No sorprende escuchar a alguien decir "es mi hijo" al hablar de su perro, o referirse a su hogar como una "familia multiespecie".
Ahora bien, este nuevo paradigma no está exento de tensiones y Sarachaga advirtió sobre el riesgo de humanizar a los animales: "La industria del mascotismo nos hizo creer que la forma de amarlos es tratarlos como humanos. Esto lleva a una inversión económica en cosas inútiles. Lo importante es el respeto por la otredad".
¿Estamos frente a una paternidad simbólica o a un vínculo completamente distinto? "Hay un poco de las dos cosas", respondió el etólogo. "El cuidado de un perro tiene elementos propios de la maternidad o paternidad como cuidar, proteger, educar, alimentar. Pero debemos ser conscientes de que son animales de otra especie, con sus propias necesidades, y no ven en los humanos a una madre o padre sino a un compañero".
Proyectar emociones humanas sobre ellos no es un problema en sí mismo. El riesgo aparece cuando se desdibujan los límites y se impone una lógica humana sobre sus necesidades reales.
"Los perros tienen un sistema emocional idéntico al humano y está comprobado que las emociones básicas son las mismas: alegría, tristeza, miedo, ira, enojo, sorpresa y asco. Lo importante es interpretar bien lo que están expresando para poder acompañar el proceso", sostuvo.
Cuando el vínculo se vuelve asimétrico —cuando se prioriza el deseo del humano por encima del bienestar del animal—, la relación deja de ser sana.
"Esta maternidad/paternidad puede impactar de manera negativa en el bienestar del animal no humano. Genera una relación asimétrica; este desequilibrio de poderes en la estructura del vínculo va en detrimento del bienestar del perro, ya que siempre se prioriza el bienestar del que está en la cima de la estructura: el humano", alertó Sarachaga.
¿Una moda? Todo indica que no. "Esta tendencia llegó para quedarse. Estamos en el medio del cambio y se va profundizando con el tiempo", dijo el especialista.
Y el desafío es grande: "Debemos aceptar que son carnívoros, predadores, carroñeros, oportunistas… ¿Cuándo comió carne por última vez? ¿Tiene posibilidad de cazar? ¿Pasea por espacios naturales? Son preguntas clave para su bienestar".
En tiempos de incertidumbre, vínculos líquidos y cambios culturales profundos, los perros (y otras especies) se convierten en anclas afectivas. Ofrecen presencia sin juicio, amor sin condiciones y compañía sin palabras.
No se trata de reemplazar hijos ni de vestir a los animales como humanos. Se trata de reconocer que los lazos con otras especies también pueden ser intensos, válidos y transformadores.
El verdadero desafío está en construir vínculos más conscientes, donde el afecto no anule la diferencia, sino que la abrace.