Bahía Blanca | Miércoles, 25 de junio

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Bahía Blanca | Miércoles, 25 de junio

Una historia íntima de White (inundación y después)

La localidad portuaria fue una de las de mayor afectación del distrito de Bahía Blanca, donde más permaneció el agua y, casi como a General Daniel Cerri, a la que más le cuesta recuperarse.

Los Schamberger, al nivel del agua que permaneció varios días. / Fotos: Emmanuel Briane-La Nueva.
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Audionota: Natalia Marinelli

“San Juan y Boedo antiguo y todo el cielo,
Pompeya y más allá la inundación (…)
Sur... paredón y después...
Sur... una luz de almacén...
Ya nunca me verás como me vieras,
Recostado en la vidriera
Esperándote. (…)”

(Letra de la canción Sur, de Homero Manzi y musicalizada por Aníbal Troilo).
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“A eso de las seis de la tarde nos ganó el agua. Fue el momento en que reventaron las cloacas. Ya no era como otras inundaciones”.

Es la batalla perdida de la familia Schamberger en Rubado 3564, la (última) calle del sector de mayor afectación de la localidad, donde más permaneció el agua y donde, aún, el barro se resiste a pasar al olvido.

Sintetiza lo sucedido el último viernes 7, cuando la lluvia decidió poner a prueba a los vecinos que conviven en el ámbito portuario del partido de Bahía Blanca. Martín Schamberger es del barrio San Martín, pero hace 20 años que reside en Ingeniero White. Su pareja, Paola, nació acá. Tienen tres hijos: Drusila (22), Santino (17) y Briana (10).

El nivel hasta donde llegó el agua en la calle Rubado.

“Ellos caminan tranquilos por la calle y nunca tuvieron problemas con nadie. Teniendo chicos uno prioriza la familia y la verdad es que acá nos conocemos todos y la gente es muy cálida”, cuenta sin alejarse del complejo escenario atravesado, como se verá más adelante, pero sin descartar por primera vez una eventual mudanza: “Lo estamos evaluando, pero lo cierto es que las posibilidades de comprar algo en otro lugar son difíciles”.

De la casa han perdido casi todo y están por terminar el proceso de limpieza para comenzar con la recuperación de mobiliarios, electrodomésticos y demás. En el negocio de ferretería industrial —está al lado de la vivienda familiar— las pérdidas superan, hasta el momento, el 50 %.

Rearmando el comercio con lo que se pudo recuperar.

“Se hace equipamiento de talleres. Hace 20 años que estoy en el rubro y unos 12 que tengo el comercio”, afirma.

“Todavía estoy evaluando, ya que sigo encontrando complicaciones y pérdidas de herramientas. Esto es así porque no sabemos nada sobre la presencia del agua salada que llegó con las mareas, ya que acá se juntaron al menos dos”, explica.

“¿Si ayudarán los créditos blandos anunciados? Por esas casualidades de la vida para el día de la tormenta tenía acreditado un crédito para cambiar la camioneta con la que trabajo; sólo tenía que firmarlo. Ahora voy a esperar, ya que hay que ver cuáles son las condiciones. Igual, estoy esperando las pericias para saber si el seguro reconocerá el daño de la que tengo”, añade.

El minuto a minuto

Schamberger recuerda que, más allá del anuncio de una lluvia importante para ese viernes 7, preveían un día como tantos.

“Sabíamos sobre el agua. Incluso, como mi trabajo se desarrolla en la calle, los días de tormenta trato de no salir para evitar problemas hacia terceros y hacia mí mismo. Y como los chicos no iban al colegio (por el anuncio de tormenta), nos levantamos un poco más tarde de lo normal”, agrega.

“Cuando llueve, y además sube la marea, en la última calle de White (Rubado) suele haber algún problema y se inunda con facilidad. Es normal. El tema no nos asusta porque generalmente el agua llega hasta el cordón. Eso lo volvimos a apreciar ahora y hasta diría que era de modo controlado. Pero con el paso de las horas vimos que no bajaba; y no bajaba. Subía cada vez más y ya se tornaba peligroso”, expresa.

“¿A qué hora subió el agua? Mirá, si te tengo que hablar de horarios, la verdad es que no lo sé. He perdido algunas referencias”, dice Schamberger.

“En la medida de que subía el agua la primera opción fue hacer una barricada con tierra y nylon en la entrada de la puerta. En la casa tengo dos ingresos: uno atrás y uno adelante. Y la idea era tratar de conseguir tierra, que no había, porque el agua empezaba a subir con fuerza”, relata.

“Nosotros tenemos una construcción en el patio y había algunos escombros. Así, empezamos a las corridas a sacarlos en baldes para armar las barricadas, tanto en la parte posterior como en la anterior. Las habremos hecho de unos 60 o 70 centímetros de alto”, recuerda.

Cuando ya poco se podía salvar de la ferretería industrial.

“Ya todo era frenético. Yo corría para un lado y para el otro, mi señora también y subíamos cosas a las estanterías para tratar de salvar la mayor cantidad posible. Íbamos haciendo lugar en el negocio hasta que, en un momento, no pudimos más. Ahí vino mi vecina de la casa de la vuelta y se llevó a mis hijos y a mi suegra a la sede de los bomberos, aunque no se trataba de un sitio de evacuación, pero estaba seco y era adonde se dirigía la gente”, agrega Schamberger, en diálogo con La Nueva.

“Creo que serían las 4 de la tarde cuando el agua ya estaba arriba de nuestras rodillas, tanto en la casa y como en el negocio, pero más o menos la manejábamos. Y no queríamos irnos, claro”, dice.

Alrededor de esa hora, y aún un poco antes, en Bahía Blanca el agua había empezado a bajar en la zona del centro. De hecho, sólo quedaba algo en las calles y se empezaba a dimensionar el trágico desastre en medio del caos por la incomunicación y el desconocimiento de la suerte de los seres queridos (o la confirmación del fallecimiento de algunos).

El sector posterior de la casa de los Schamberger.

¿A dónde había llegado ese agua del centro para (finalmente) estancarse? A Ingeniero White.

“Vino todo para acá. Y se sumó la marea de ese horario. Lejos de desagotarse, el nivel seguía subiendo. Y a eso de las seis de la tarde nos ganó. En ese momento reventaron las cloacas, en pocos segundos se rompieron las barricadas y la casa quedó al mismo nivel que la calle. Ya no la podíamos parar”, admite (no sin una pausa en el relato).

“Ahí intentamos salvar algo del negocio, pero con el agua por arriba de la cintura es muy difícil. Y cansador. A mi nena la llevé a ‘caballito’ unas tres cuadras y caminar en esas condiciones es agotador; el físico no está acostumbrado. Y también están las cuestiones emocionales que pesaban entonces, aun sin darnos cuenta”, afirma.

Casi todo White quedó bajo agua varios días. / Imagen: CONAE.

La desigual contienda había arrancado al mediodía de ese viernes, cuando aún llovía, pero eran las 11 de la noche y los Schamberger seguían tratando de salvar pertenencias.

“Ahí sí tuve registro: cuando subimos al techo eran las 23.30. No dábamos más. Y nos dimos cuenta de qué se trataba, porque hasta ese momento pensábamos que era algo que nos estaba pasando sólo a nosotros, ya que nunca habíamos podido comunicarnos con nadie”, sostiene.

El farol a gas butano siempre los acompañó.

“Como el agua seguía creciendo y nosotros estamos cerca de una zona de compuertas, que se podían romper y por ahí el lugar se convertiría en un río, temimos que pasara lo peor. Y con Paola decidimos abandonar la casa. Fue una decisión acertada, porque el agua subió un poco más y se estancó. Era medianoche. Estaba todo oscuro porque no había luz, aunque teníamos la referencia de un farol a gas butano, que no alumbra a distancia, sino el lugar donde estábamos. A esa altura seguíamos mojados y sentíamos el frío”, rememora.

Recién entrada la madrugada del sábado, Martín y Paola se enteraron de la magnitud de lo que había pasado en Bahía Blanca. Y en Ingeniero White mismo, casi al mismo nivel que General Cerri. Decir desastre era poco.

Los protocolos

Los Schamberger participan de manera activa en no pocas instituciones whitenses y están involucrados en las cuestiones comunitarias.

“Sabíamos que, ante un proceso de evacuación, la localidad estaba preparada para contener las eventuales necesidades. Pero cuando abandonamos la casa nos dirigimos unos 300 metros hasta la sede de los bomberos, insisto que no era un centro de evacuación, porque los protocolos indicaban que debía ser la escuela técnica, empezamos a ver cosas que no entendíamos; era gente ayudando y llevando gente, y no un proceso de evacuación adecuado, con gomones de la Prefectura y elementos adecuados para esa demanda”, explica.

El agua pasó. Pero en algún punto la reconstrucción recién empieza.

“Lo cierto fue que la gente trabajó a la par de los bomberos; solo les faltaba el traje. Es decir, para ayudar los bomberos no tenían una herramienta distinta a las de uno como ciudadano”, indica.

“Todo era un caos, pero admito que también fruto de la incomunicación; incluso, muchos no sabían dónde estaban sus familiares. En Bomberos había más de 300 personas, pero los colchones no alcanzaban para todos. La accesibilidad a los baños no era sencilla y algunos durmieron sentados”, agrega.

“El sábado (8) el agua seguía estancada y decidimos salir con mi cuñado a rescatar gente con un bote sin remos. Había llegado el viento sur y el frío se notaba aún más”, asegura.

“¿Cuándo volví a la casa? Ese sábado, pero sólo a buscar un colchón inflable porque seguía casi todo igual. Recién entré el lunes (10), cuando bajó el nivel. Fueron casi 4 días de inundación. Imagináte”, dice.

Mirada hacia el futuro

“¿Qué me deja esta experiencia? Que ojalá acá nunca tengamos un escape de nada porque no quedará nadie en la localidad. Hemos comprobado que la falta de preparación respecto de una emergencia es total”, dice Schamberger.

“No sé cómo llevó esto Bahía, pero nosotros estuvimos incomunicados en una burbuja hasta el domingo (9)”, agrega.

“Acaso no nos asistieron (desde Bahía Blanca) porque ellos estaban sobrepasados, pero lo cierto es que nuestra experiencia fue mala”, sostiene.

“Entiendo que, a futuro, se tendrá que producir un cambio importante para afrontar una emergencia de estas características, ya que donde estábamos no había comida ni atención ni organización; estaba todo desbordado”, recuerda el vecino whitense.

Hoy, la calle Rubado —la que linda con el ingreso a la terminal portuaria local— refleja el paso de la inundación acaso como ninguna otra de Ingeniero White.

Martín recuerda; escuchan su pareja Paola y Drusila (22), Santino (17) y Briana (10).

No sólo se aprecia desde lo visual, que no sería lo más relevante, porque lo material se puede recuperar, sino por las eventuales consecuencias sanitarias que acarrea un estancamiento de aguas durante varios días en condiciones de cloacas desbordadas y tanques con combustible que se movieron de una vereda a vereda e invadieron livings, comedores, cuartos, baños y patios.

Está claro que, a partir de ahora, otra es la historia que se empezará en escribir en el lugar.

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“(...) Pompeya y más allá la inundación (…)
Sur... paredón y después...
Sur... una luz de almacén...
Ya nunca me verás como me vieras (...)”.