Ferrowhite: Allá lejos y acá nomás
Este museo-taller funciona en el edificio que fuera la usina General San Martín. Aloja herramientas y útiles recuperados tras la privatización y el parcial desguace de los ferrocarriles en la década del 90. Pero tiene muchas otras finalidades.
Por Nicolás Testoni / Director de Ferrowhite
En 2024 Ferrowhite cumple dos décadas de existencia. Veinte años desde su apertura plena, en noviembre de 2004, que en realidad son veintiuno, si se toma en cuenta la obra de puesta en valor de su edificio, reabierto a fines de 2003, y aún muchos más, si consideramos la labor de Adolfo Repetti y el grupo de ferroviarios que fueron al rescate de los primeros objetos de su acervo, o el camino iniciado por Reynaldo Merlino con la inauguración del Museo del Puerto aquel 26 de septiembre de 1987, fecha que a alguno podrá parecer lejana, pero que en una institución dedicada a lidiar con el paso del tiempo queda, de pronto, acá nomás.
Ferrowhite forma parte de esa trayectoria extensa. Este museo taller es el nombre de una insistencia. Una manera de darle vueltas a la idea de que eso que llamamos historia no es un asunto establecido, algo que se sanciona de una vez y para siempre, sino la consecuencia de un hacer siempre renovado. Una tarea que resulta, por necesidad, colectiva. Que convoca a unas y otros al desafío de entenderse aún si, a veces, no se está de acuerdo.
A esa posibilidad de encuentro le debemos que este museo “de los ferrocarriles” se haya vuelto, también, de los ferroviarios, de las chicas y los chicos de las escuelas, de los operarios de la usina, de las huerteras del Prende, de las mil comunidades que peregrinan hasta este confín para dar una mano, y de paso, pasarla lo mejor que se pueda. Los párrafos que siguen valen, quizás, como ejemplo.
MEDIDAS URGENTES
No importa si es una blusa o un vestido, una chaqueta o un abrigo, cada prenda parte de un molde base, de una forma que traduce al papel la geometría de nuestros cuerpos. Espalda, pecho, busto, cintura. Para confeccionar un molde hay que tomar medidas. En eso estuvieron las chicas del Taller Textil durante los primeros meses del año.
Se trata de tomarlas, en el sentido de calcular largos y anchos, pero también de decidir un asunto, como quien toma una medida de gobierno.
Puede que a eso se refiera Gabriela, hija y nieta de ferroviarios, llegada al museo desde las colonias de calle Guillermo Torres luego de cruzar el puente sobre las vías, cuando nos muestra con orgullo el gorro que tejió para abrigarse de la helada: aún si no es lo que se prefiere, incluso si lo mejor hubiera sido comprarla y dedicar el tiempo a otra cosa, aprender a fabricar la propia ropa involucra un pequeño acto soberano, ejercido en medio de esta malaria de la que ¿quién quiere quedar preso?
SAN REMO
Cada tanto nos juntamos con los cantantes de La Siempre Verde. Nos encontramos a honrar la vida anónima de las canciones célebres.
Porque esas canciones que hicieron famosas la radio, la tele o las redes continúan su camino a través nuestro. Nuestra voz mellada les sirve de instrumento. Así como nosotros nos servimos de ellas para expresar una emoción, encontrarle sentido a las cosas o acompañarnos en alguna tarea.
Se canta porque no siempre resulta fácil. Se canta porque hay que remarla. Por eso este San Remo whitense es el festival de la gente que no afloja.
EL CASTILLO EN LA PALMA DE TU MANO
Esteban Barreiro sueña con poner el Castillo en manos de todo el mundo. A través de su proyecto Tocar 3D, busca modelar una maqueta de gran tamaño de la usina General San Martín para permitir su reconocimiento táctil por parte de personas con discapacidad visual. Se trata de una tarea compleja, que involucra el trabajo coordinado de un grupo de profesionales dedicados al escaneo del edificio y a la elaboración de una maqueta digital para su posterior impresión en tres dimensiones a través de software y hardware específico.
A partir de la manipulación de bocetos en pequeña escala de lo que será el modelo terminado, realizamos una jornada de 'testeo háptico' junto a Graciela Pérez, Olga Martínez y Federico García del Centro Luis Braille. Con ellos comenzamos a entender la riqueza sensorial del mundo que dibuja la punta de nuestros dedos.
LA MAGIA DEL ALMÁCIGO
Lechuga, acelga, remolacha, espinaca y perejil. No se ven. Pero ahí están. Nos gusta pensar que cada agujerito en la tierra es un pequeño escondite y cada semilla una pequeña porción de futuro que comienza a actuar a dos centímetros de la superficie. Aunque nadie diga nada, aunque la charla trate sobre abonos y sustratos, sembrar se parece un poco a formular un presagio.
No una gran profecía, sino el augurio humilde del que quiere comer rico. Un modo de inventar un más allá para las penurias del día a día. Cada brote nos rescata desde un futuro que es ancestral. Pero a la magia módica del almácigo hay que ayudarla.
Acá las cosas no salen por inspiración de la Pachamama sino de las ingenieras del INTA, que nos enseñan a preparar el suelo, a buscar las horas de sol y a hacer cuentas con el calendario. En cada encuentro huertero, en ese rato de compartir mates, consejos y risas, se cultiva una camaradería. La amistad entre quienes buscan abrirse paso en esta tierra que también sabe ser maravillosa.