Bahía Blanca | Martes, 26 de agosto

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A 40 años del Nobel a César Milstein, el bahiense que enorgulleció a todos los argentinos

En la tarde del 15 de octubre de 1984 llegó a la Redacción del diario una radiofoto de United Press con una información que sería una parte grande de la historia local. Una crónica de archivo del recordado periodista Mario Gabrielli, amigo de Milstein desde la infancia, es una excelente oportunidad para recordar al hombre detrás del bronce.

Retrato en el Salón de la Ciencia Argentina de la Casa Rosada

Detrás de esa bruma que se mueve inquieta, como en un extraño ballet, están los recuerdos. Pero no es difícil penetrar esa cortina gris para que aparezcan los colores de los años jóvenes.

-Y hoy, ¿adónde vamos? ¡Mirá si tenemos para elegir!

La invitación le gustó a César. A las dos de la tarde, partimos de calle 11 de Abril al 200 y rumbeamos para el Parque de Mayo. Detrás de esa frontera, estaban las quintas.

-Che: hace calor, ¿eh?...

-Y, bueno, es el verano... Dale, metele, que allá están los duraznos, las ciruelas, los damascos...

-¿Te acordás de esos tiempos? ¿Cuántos años teníamos? ¿Diez, doce años? ¿Te acordás de ese quintero flaco, con el mameluco, que salió de un galpón con una escopeta de dos caños? El error fue ir varias veces al mismo lugar. Creo que esa tarde batimos el récord de velocidad...

César Milstein disfrutaba, con una indetenible y ruidosa risa, los recuerdos que quedaron grabados de aquellos años, cuando la ciudad todavía tenía centenares de calles empedradas o veredas de grandes losas que a cualquier hora eran recorridas por inolvidables (y queridos) personajes de galería, como "Pela", el gordo de las estatuitas, el vendedor de bollitos paraguayos o aquel que caminaba con un pie sobre el cordón y otro en la cuneta, vestido con un raído traje negro.

Referencia histórica en Viamonte al 400

A mediados de diciembre de 1987, estaba en su ciudad natal para participar de un simposio científico donde, ya como premio Nobel, iba a exponer sobre su revolucionario descubrimiento, mientras trabajaba en el sector de los anticuerpos monoclonales, elementos clave del sistema inmunológico del organismo humano.

Se definió a lo que más de una publicación calificó de "bala mágica", como proteínas que buscan y destruyen sustancias extrañas al cuerpo, tales como virus y bacterias dañinas.

Los anticuerpos monoclónicos son proteínas de elevada pureza producidas en el tubo de ensayo. A diferencia de los anticuerpos naturales, están "diseñados" para encontrar ciertos virus específicos e ignorar al resto.

Hoy, el descubrimiento ha tomado varios caminos. Sus discípulos (y quienes no lo fueron, pero apelan a aquella inspiración) experimentan o, directamente, trabajan en el campo de la medicina, para afrontar mortales enemigos; por ejemplo, distintos tipos de cáncer.

César, un día de 1963, se había decidido a dejar para siempre la Argentina y radicarse en Inglaterra.

Estaba harto de las persecuciones políticas (¿qué política podía "practicar" "Chele", o "Pulpito", como gusten, si su gusto y regusto de entonces, cuando trabajaba en el Malbrán, era la investigación pura?) y lo apuraba todo acto que entrañara un gesto solidario hacia la humanidad.

Monumento a Milstein en calle Cuyo

Fue una de las tantas decisiones que padecieron tantos argentinos. César renunció a la jefatura del laboratorio donde trabajaba, como protesta por el despido de compañeros de tareas.

Como jefe de la división Química del laboratorio de Biología Molecular de Cambridge, Inglaterra, en 1984, a los 57 años de edad, alcanzó el premio Nobel. Compartieron la distinción en Medicina, el danés Niels K. Jerne, de 73 años, y el alemán occidental Georges J. F. Kohler, de 38, por sus trabajos tendientes a diagnosticar el sida y a contribuir a la curación del cáncer.

Los tres dividieron por igual el premio en efectivo que acompaña el galardón.

Veinte años después

Habían transcurrido veinte años, desde la última visita de César a Bahía Blanca. Periódicamente, venía por unos días a la Argentina para visitar a sus hermanos Ernesto y Oscar y al papá Lázaro; estos dos últimos, fallecidos hace un tiempo.

La mamá, doña Máxima, aquella querida maestra de la escuela Nº 3, que llegó a dirigir, también había partido.

En esas visitas, Milstein cumplía, generalmente, alguna breve labor científica, y, después, "volaba" a la región de los lagos, su gran pasión desde la juventud, cuando se convirtió en un verdadero pionero mochilero.

Casi repetía los gestos de entonces, porque con Celia, su mujer; su hermano Ernesto y Noemí, su cuñada, portaban sendas carpas. Caminaban sin cansancio, metiéndose en cuanto paraje pudieran afrontar.

Su última visita a Bahía, en diciembre de 1987

El doctor Arrigo Frizza, miembro del comité ejecutivo del Encuentro Internacional sobre Anticuerpos Monoclonales, que se desarrolló por unos días en el teatro Municipal, fue el constante acompañante del laureado investigador.

Pero César aspiraba a algo más: quiso recorrer "su" ciudad. Y fue a la escuela Nº 3, donde cursó la primaria, y al colegio Nacional, donde lo esperaban quienes fueron sus compañeros de estudio. Allí, entonó vivamente el Himno del Colegio y la Canción del Estudiante.

 "Chele", eterno en su buen humor y jovialidad, en cualquier momento, desde siempre, tomaba un tema musical e, improvisando ocurrentes letras (muchas de ellas muy agudas), las cantaba mientras íbamos a cualquier parte. Y no podía faltar la bicicleta. Con Celia, con quien compartíamos la evocación, y su mujer, fuimos a las zonas donde alguna vez estuvieron las quintas.

-Che, pero está todo cambiado... Todo edificado. ¿Adónde fueron a parar las quintas?-- se sorprendió César, mientras en sus ojos aparecía un brillo que pudiera indicar nostalgia.

Al regreso, pasamos frente a los edificios de la universidad, en Alem al 1.200, y allí estaba también la fuente de Lola Mora. Como lo haría cualquier turista, le pedimos a alguien que pasaba que nos sacara una foto, con el fondo de esa obra de arte.

Durante aquel diciembre de 1987, también asistió a un acto de colación de grados en la UNS, lo recibió el intendente Juan Carlos Cabirón, dialogó extensamente con estudiantes en el CRIBABB y hasta tuvo tiempo para llegar a un establecimiento de campo cercano a Bahía Blanca, donde disfrutó de un delicioso criollo.

El parque con su nombre, en Drago al 2800

En la Universidad Nacional del Sur, se estableció una beca para el mejor egresado en Química, por iniciativa del entonces presidente de la Fundación Banco del Sur.

También recibió homenajes de la DAIA, de la Asociación Israelita local y del Rotary Club. Fue hasta su casa de 11 de Abril 289, donde se descubrió una placa recordatoria, y no faltó una conferencia de prensa, donde, alternativamente, se mostró sobrio, serio, de muy buen humor y preocupado.

En este caso, cuando preguntó: "¿Cómo está Bahía Blanca?". Eran tiempos de crisis (¡cuándo no!), lo que le hizo decir: "Pienso que la calidad de vida debe cuidarse. Eso no pasa por tener una heladera (que la tengo) o un televisor, que no tengo...".

A propósito, acotó: "Son tan buenos los programas de la BBC, que si me pongo a mirarlos, me restarían tiempo para atender cosas importantes".

Quizás se contaría, entre ellas, el permanente cuidado de la quinta del patio de su sencilla casa, en Cambridge.

En más de una correspondencia, nos contaba de sus "cosechas".

"Cambridge es una ciudad muy chica, más que Bahía", declaró aquí, cuando llegó, en 1987.

"Yo vivo muy cerquita del laboratorio; tanto, que para ir doy vuelta a la manzana, porque es muy cerca. Me encanta caminar un rato a la mañana, así me despejo. Después, paso el resto del día trabajando".

 Su tiempo en Inglaterra se dividió, ordenadamente, entre lo científico, su asidua concurrencia a los conciertos musicales o espectáculos teatrales en Londres, inevitables viajes para dictar conferencias o integrar jurados, y caminar por muchas partes del mundo, en tiempos de vacaciones.

El 24 de marzo de 2002, se apagó esa inmensa sabiduría corporizada en una corta humanidad.

La tapa de La Nueva Provincia con el anuncio del Nobel

Anticuerpos monoclonales

La tarde del 15 de octubre de 1984, llegó a la redacción de La Nueva Provincia una radiofoto de la agencia UPI, donde aparecían, sonrientes, Cesar Milstein, y su esposa Celia, la dulce mujer nacida en Lanús, quien sería, desde la juventud, su compañera de toda la vida.

"El doctor César Milstein, nativo de Bahía Blanca, logró ayer el Nobel de Medicina", decía, a todo lo ancho, en un título de primera página de este diario.

César, ¿premio Nobel?... ¿Era posible? Es que en el recuerdo había quedado aquel muchacho de poco más de 20 años que no aguantó las tropelías que cometía el gobierno de Guido en el Instituto Malbrán y que lo hicieron explotar.

Y se fue. Lo esperaban, hacía rato, en los laboratorios del Consejo Británico de Investigación Médica, de la Universidad de Cambridge.

Allí, trabajó libremente, dedicando, días, semanas y años a un incitante desafío: los anticuerpos monoclonales. Entregó 23 años a la investigación.

Milstein, con el Nobel de Medicina en Estocolmo

Su descubrimiento consistió en la producción de anticuerpos o proteínas que tienen la posibilidad de atacar sustancias invasoras en el paciente, dirigiéndose, específicamente, a un tipo de células.

La producción de estos anticuerpos se lleva a cabo fuera del organismo, creando células híbridas de laboratorio producidas por la fusión de glóbulos blancos humanos con células tumorales de animales, combinando, así, la inmortalidad de las células cancerosas con las sustancias moleculares del sistema de defensa.

El doctor Florentino Sanguinetti, quien dio una resumida explicación del descubrimiento a una revista metropolitana, explicó que estos anticuerpos monoclonales sirven para detectar metástasis, para tratar muy efectivamente algunos tipos de leucemias y para reconocer a los antígenos invasores que, una vez identificados, pueden ser destruidos con precisión.

"Así --añadió--, se logra matar a una determinada población de células y, en el caso del cáncer, atacar específicamente el tumor, sin dañar los tejidos sanos".

"El descubrimiento de Milstein --definió terminantemente-- es fundamental: permite la producción de estos anticuerpos fuera del organismo y a gran escala".

Sanguinetti fue director del Hospital de Clínicas y docente de la facultad de Medicina de la UBA.

Homenaje en el Espacio Hub

Una despedida entrelíneas

El 2 de agosto de 2001, a las 4 de la madrugada, César Milstein despertó de golpe en su casita de Cambridge, en Inglaterra. Sin hacer ruido, para no alterar el sueño de Celia, fue a la sala, tomó la máquina de escribir y llenó dos hojas.

"Me desperté a esta hora inusual (pero no por primera vez) y me quedé pensando: Pucha digo, todavía no le contesté a Mario. Le voy a escribir tal y tal cosa. La carta la escribía en mi cabeza y no podía volver a dormirme".

"Chele", le decíamos en el barrio a César, el premio Nobel de Medicina 1984. Y "Chele", para sentarse a escribir cartas, era un haragán. Normalmente, le dictaba a Celia, a quien llamaba "mi secretaria".

Ese día, sintió que me debía una respuesta, porque yo le había informado sobre un nombramiento provincial.

"Por ahora, sigue siendo la única notificación --dijo--. Pero, como se trata de "La Nueva Provincia", la creo, pues con noticias y pronósticos sobre mí no se ha equivocado desde 1975. Me imagino que las autoridades (...) se olvidaron de avisarme. O, peor aún, se quedaron sin "guita" y no les alcanza para pagar la estampilla...

La Sala Médica en Villa Gloria

"Aparte de la noticia, tu cortísima carta fue muy linda y emotiva. Si estuvieras en Cambridge, te contrataba de ghost writer (escritor fantasma) para escribir mi autobiografía.

"Mi vida de 'jubilado' sigue sin grandes cambios, excepto que ya no me da el cuero para trabajar tanto. Mi grupo de investigaciones se va, lenta, pero inexorablemente, achicando; sigo caminando mis 3 o 4 kilómetros por día, sigo muy activo en la cocina y vendimos el barquito que teníamos en el río y al que íbamos todos los fines de semana, en verano. Tuvimos un par de accidentes que me indicaron que ya era hora de parar.

"¡Ah!, se me murió el perro. De viejo; pobrecito, tenía 15 años. Ya estaba muy enclenque y era infeliz, porque no podía caminar. Tenía problemas cardíacos serios (a buen palo, buena astilla) y tenía dificultades para respirar.

"Bueno, entre palabra y palabra, me hice un té, ya lo terminé y va siendo hora de volver a la cama. Cartas como esta no se dan a menudo. Cuando me vuelvas a escribir, espero no volver a despertarme con cargo de conciencia. Un gran abrazo. César".

César Milstein, en su laboratorio de Cambridge

Le contesté al poco tiempo de recibir su carta. Y ya no supe más de él, hasta el fatídico titular de tapa del diario del lunes 25 de marzo de 2002.

Yo creo que fue la última broma de un amigo del alma. La carta que, extrañamente, él había tecleado esa madrugada del 2 de agosto de 2001 resultó cariñosa, inmensamente fina y tierna. Y había sido su manera de despedirse.

César Milstein falleció la noche del 24 de marzo de 2002, a los 73 años, víctima de una afección cardíaca. "Se fue serenamente", relata Celia Prilleltensky, la compañera de César de toda la vida (se casaron en 1953).

Ella, también egresada de la Universidad de Buenos Aires, postergó su carrera profesional para cuidarlo en el autoexilio y también para mejorar sus dotes de notable pianista.

* Nota publicada originalmente en marzo de 2003 por el ex jefe de Redacción del diario y amigo de Milstein desde la infancia, Mario Gabrielli, bajo el título "A César, con cariño".