Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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La noche de San Andrés, un camino largo y sinuoso

La consolidación del campus de la UNS en Altos del Palihue generó un cambio en una de sus calles. San Andrés es el camino obligado de miles de estudiantes que cada día la recorren. Verde, arquitectura, veletas y muchos más acompañan ese recorrido.

Pocos recorridos tan singulares como el que se inicia en uno de los cuatro puentes amarillos que salvan el arroyo Napostá, incluye un cruce de vías, un corto recorrido por calle Cerrito y luego la calle San Andrés, con su angosta franja ciclista-peatonal delineada, hasta llegar al acceso  al campus de la Universidad Nacional del Sur (UNS). Un fragmento del Palihue, distinto pero igual.

El inicio es cruzando un puente amarillo, uno de los cuatro que, en ese sector del Napostá, rinde tributo a la Cantata de Alberto Spinetta. Es el que coincide con el paso a nivel peatonal construido hace un par de años para dar más seguridad al cruce de ferroviario tendido entre nuestra ciudad y Plaza Constitución, el vía Lamadrid.

El cruce con las barandas ideadas por los ingleses que obligan a caminar en zig zag y así prestar más atención a un posible paso del tren. Ese paso acorta la distancia que antes exigía caminar hasta el puente de calle Casanova. Una solución simple y práctica que brinda más seguridad.

Unos pocos metros por calle Cerrito, rumbo a San Andrés, permiten disfrutar de un atractivo paisaje de pinos y sauces, donde también ha llegado el fenómeno de la actividad física, sacando rédito del poco tránsito vehicular y la buena iluminación.

Una franja de la calle ha sido cedida a la ciclovía, materializado su borde por decenas de bastones amarillos, un paisaje urbano que poco a poco se hace común en toda la ciudad.

San Andrés y Cerrito, el comienzo de un camino hacia la loma, hacia Altos del Palihue. Cuando la UNS decidió consolidar su campus en las tierras adquirida en 1967 los vecinos pretendieron evitar que los estudiantes caminaran por esa calle. Llegaron a judicializar la cuestión, con un revés contundente.

El campus de las UNS en el inicio de su consolidación, 2006

Es abril, el mes del otoño. Las hojas se vuelven amarillas al ceder sus hormonas a la planta para que pueda enfrentar el duro invierno. En ese proceso generan un paisaje maravilloso de amarillos y rojos, que incluso la luz artificial se encarga de resaltar.

Que mirar en el Palihue sino es su arquitectura. De distintos estilos, viviendas unifamiliares, construidas desde fines de los 40 a la actualidad. Su calidad de barrio Parque exige retiros, lo cual genera jardines anteriores a la casa. En este caso una vivienda ladrillera con un acceso clásico, columnas griegas sosteniendo un frontis, la estética de un templo griego o de una villa renacentista.

Una propuesta mediterránea, de muros curvos y blancos, cubierta de tejas. Las plantas y los árboles encuadran su presencia. Vecino, otro chalet de ladrillos pintados y sobre una chimenea una veleta, un cisne de alas desplegadas sobre la flecha que indica la dirección del viento.

Llegando al ingreso al campus, dos frentes de corte moderno. Cubos, cubiertas planas, grandes ventanales, sin ornamentos, combinando colores, materiales y texturas.

Un esquina, una espera y los burros

Vacía de contenido, una situación poco habitual, la garita de ómnibus, con un toque de diseño, ventanas laterales para espiar si viene el cole. En las horas pico el lugar desborda de estudiantes. Una sola línea llega al lugar, cada 12 minutos.

El campus ha crecido de manera sorprendente en la última década, casi 20 mil estudiantes cursan allí sus materias. Es una ciudad. La UNS hace su aporte con su único coche que a lo largo del día repite el circuito desde el complejo de la avenida Alem, sin costo, cíclico.

San Andrés ha incrementado su tráfico y los bahienses, poco propensos a cumplir con las reglas de tránsito, marchan a excesiva velocidad. Eso se combate con serruchos y lomos de burro. Un recurso del que todos se quejan pero que es en parte consecuencia de una conducta inadecuada.

Todo verdor

El barrio Palihue es verde. Verde y jardines, propuestas por demás agradables. Las esquinas en particular suelen ocupar parte de las veredas con plantas. Un aporte de naturaleza que gratifica incluso cuando el sol ya se ha escondido.

Otra normativa del barrio exige hacer cercos vivos sobre la línea municipal, evitar los muros. La inseguridad ha derivado, sin embargo, en otro tipo de resoluciones. En ese contexto aparecen los muros ciegos, los que se esconden parcialmente detrás de plantas que disimularán esa presencia y los que siguen abriendo por completo su frente.

Cercos ciegos, otros que queddarán ocultos y casa abiertas: variables en una misma cuadra

En el paisaje urbano es habitual la aparición de estructuras ajenas a lo natural, prestaciones de servicios que dejan afuera toda consideración estética. En este caso una instalación eléctrica mimetizada en parte entre dos añosos árboles. Un contrapunto entre las formas orgánicas y las líneas rectas y duras de un muñeco de hierro.

Desde hace años muchos árboles han sufrido el ataque de plagas. Algunos han sido retirados, otros talados, los hay que se mantienen secos. Mueren de pie, diría el poeta, generando imágenes fantasmagóricas.

Se cierra así el recorrido de ida y vuelta con el regreso al paso a nivel. La doble vía muestra que solo una está en uso, mayormente recorrida por trenes de cargas. La otra está semioculta entre los pastos, nadie circula por esos rieles colocados hace 140 años.

Los tamariscos bordean los rieles centenarios

Final

“Tenían los mapuches un juego llamado la chueca que, por sus caracteres, se identifica con el golf. Tal juego se denominaba “palin”, que era la bola con la cual se jugaba, impulsada por un palo que llamaban “hueño”. El campo de juego era el palihue”.

Pensado como barrio parque a fines de la década del 40, el Palihue tuvo un uso inesperado en los 60, cuando se convirtió en el punto neurálgico de la noche bahiense, con restaurantes y boliches. Hoy tiene otro cambio con el fortalecimiento del campus de la UNS.

Siempre resulta agradable recorrerlo, con sus calles curvas, elípticas, que permiten visuales distintas a las de un trazado en damero. Un barrio distinto, una mancha verde frente a tanto gris, un clásico.