Bahía Blanca | Miércoles, 24 de abril

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La historia de la primera partera que tuvo Bahía Blanca

Néstor Goicochea, descendiente de la séptima generación, reconstruyó su vida en nuestra ciudad, donde ejerció por 40 años.

Fotos: Pablo Presti-La Nueva.
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Audionota: Romina Farías

Por Mario Minervino / mminervino@lanueva.com

   Hubo un tiempo, a principios del siglo XIX, que a la calle Alsina se la llamaba “Calle de los dolores”. La denominación tenía que ver con una actividad que se desarrollaba en la primera cuadra de esa calle, en el sitio que hoy ocupa el palacio Municipal. 

   En una casona modesta y humilde vivía Ana María Piñeiro, quien se desempeñaba desde 1829 como partera del pueblo, la primera en ejercer ese oficio, tarea de desarrolla durante 40 años.

   Uno de los hechos más significativos de su historia sucedió, curiosamente, treinta años después de su fallecimiento. Fue en 1898, cuando llegó a nuestra ciudad el poeta Rubén Darío. El nicaragüense aprovechó su corta estadía para visitar el cementerio, por entonces ubicada en lo que hoy es la plaza Pellegrini, en Moreno y Tucumán. 

   Allí el escritor se conmovió ante la tumba de Ana María, ante la placa de mármol que rezaba lo siguiente: “Aquí descansa Ana María López. Falleció el 20 de junio de 1869. Por 40 años los hijos de este pueblo han sido recibidos en sus brazos en su oficio de partera. El pueblo todo y su familia le dedican este recuerdo. R.I.P.”. 

   Una referencia histórica en la vereda de ese paseo da cuenta hoy de la existencia del cementerio y el hecho de haber sido visitada esa tumba por el poeta.

Los datos

   Néstor Goicochea es descendiente de Ana María López y uno de los encargados de aportar datos certeros sobre ella, a partir de un fatigoso y apasionado trabajo de investigación.

   Ana María nació en Córdoba, el 8 de Julio de 1800, siendo bautizada el 9 de julio en la Catedral de esa ciudad, con el nombre de Ana María de Jesús Piñero, siendo sus padres José de los Santos Piñero y Rosa Peralta. Fue la segunda y única mujer de cinco hermanos. 

   Casada en primeras nupcias con Santiago Amador, tuvo su primera hija el 8 de abril de 1824, bautizada en la Iglesia de San Nicolás de Bari, en Buenos Aires, con el nombre de María Ciriaca del Corazón de Jesús Amador. 

   Era viuda cuando en 1829 llegó a Bahía Blanca, a un año de la fundación del fuerte. Aquí unió su vida a la de Santiago López –lo cual le valió ser conocida como Ana María López-- y de esa unión nacieron María del Carmen, Manuel de la Concepción, María Feliza, Juan Cancio y Vicenta Genara. 

   Cuando falleció, en 1869, el pueblo tenía 1.470 habitantes. No quedó mucho de su vida, algunos datos difusos en el libro de bautismos de la Catedral y el reconocimiento que, a su muerte, le brindó la población. 

   Ana María fue la primera mujer cuya memoria se evocó con una placa colocada en la vía pública, precisamente en el frente del edificio municipalidad. 

   “De carácter y predisposición, comenzó a colaborar con sus vecinas “con el mágico milagro del nacimiento”, y desde sus escasos conocimientos fue generando experiencia, creándose obligación social hasta convertirse en “comadre”. Tan fuerte fue su marca que sus descendientes mujeres continuaron desarrollando la misma tarea hasta principios del siglo XX”, señala Néstor. 

Los hijos de los hijos

   Néstor Goicochea es bahiense, “nieto de una tataranieta de Ana María Piñeiro de López”, según detalla, y desde hace tiempo se ocupa de buscar información certera sobre Ana María.

   “En la línea de parentesco soy descendiente de la séptima generación. Tengo el mismo ADN mitocrondial que desde ella a mí se transmitió a través de seis mujeres”, explica. 

   Asegura que vive de manera “natural” esa descendencia, aunque la misma le ha generado un gran interés por conocer los orígenes fundacionales. 

   “Su historia ha estado presente en mi familia a través del tiempo. Nuestras abuelas se ocuparon de transmitir ese rasgo de pertenencia y dejaron en forma oral algunas historias”.

   El camino por encontrar detalles certeros de la vida de Ana María ha sido complejo. 

   “Pude acceder a los Censos de 1869 y de 1895, obtener información del primer libro de Bautismos  y nacimientos del fuerte, pero el incendio de las Iglesias de 1955 provocó la pérdida de una parte importante de nuestra historia”, explica.

   Menciona que un error repetido sobre Ana María es indicar que era nativa de Tucumán, cuándo su lugar de nacimiento fue la ciudad de Córdoba.

   “En las actas de bautismo, dependiendo del Cura que las registrara, se agregaban algunos datos personales, por ejemplo si era morena, negra, blanca. Existe un acta donde se la interroga y ella dice ser de Córdoba, que es donde está su acta de nacimiento, nacida el 8 de julio de 1800, en el Virreinato del Río de la Plata. Hay otros datos en los que se hay inexactitudes en la percepción del tiempo, tanto en los nacimientos, como casamientos o censos, donde figuran cinco años de más o de menos”. 

Una placa que habla y gime

   “Te espera el mármol/que no leerás./ En él ya están escritos/la fecha, la ciudad y el epitafio” Jorge Luis Borges, A quien está leyéndome.

   La tumba de Ana María López está hoy en el cementerio Municipal, con la misma placa que hace más de un siglo vieron los ojos de Rubén Darío, aunque dañada y quebrada. Sin dudas su reparación es la mínima muestra de respeto y cariño que le debe la ciudad.

   “Es su tercer lugar de descanso, el primero fue la actual Plaza Pellegrini, luego se trasladaron sus restos a una tumba de la nueva necrópolis, hasta que las condiciones económicas no nos permitieron mantenerla y depositaron sus restos en la tumba de una de sus bisnietas, mi bisabuela”, detalla Néstor. 

   El lugar ha sido desde siempre custodiado por sus descendientes y desde 1999 pasó a tener protección como bien patrimonial. Sin embargo esa condición no fue suficiente para preservarla. 

   “En 2017 se intervino la tumba, debido a un entierro, y demolieron parte de lo que se había construido. Por tratarse de un bien histórico la administración armó luego algo con lo que quedó. Pero sin dudas debiera hacerse un tratamiento a la cubierta de mármol con el agradecimiento de sus contemporáneos”, destaca.

   Las fisuras de esa placa dan cuenta de un olvido y la falta de respeto y de cariño.

La foto de la madame

   El historiador José Guardiola Plubíns dio cuenta de la existencia de una fotografía de Ana María tomada en su lecho de muerte, con un crucifijo entre sus manos. El daguerrotipo dataría de 1869 y mencionó su hallazgo quien fuera director del museo histórico, Antonio Crespi Valls, quien dijo haber encontrado la fotografía dentro de uno de los libros que el museo recibió donados por la familia del médico Sixto Laspiur.

   “Existiría ese daguerrotipo, pero su búsqueda ha sido hasta ahora infructuosa. De acuerdo a Crespi Valls, detrás de la foto estaba escrita, en letra de Sixto Laspiur, la referencia “Madame María””, señala Néstor.

   Néstor no es el único descendiente de Ana María que vive en nuestra ciudad.

   “Somos muchos, aunque la mayoría ignora esa ascendencia. Mi bisabuela, por caso, tenía cuatro hermanas, todas vivieron en Bahía Blanca”. 

   Menciona por último la importancia de rescatar y valorar la figura de su ancestro. 

   “La historia de la conquista del Desierto destaca a cuatro mil mujeres (“Las Cuarteleras”), todas con tareas significativas. A Ana María le tocó actuar en algo más “notable” y necesario en la época, debería ser más valorada. Por eso es importante despertar interés, seguir investigando la gesta civil de los principios fundacionales. En esa tarea he tenido la colaboración de algunas entidades y  mi prima 3º, Silvina Lino, descendiente en 7º generación de Ana María”, finaliza.

Morenita partera

   Un acta de bautismo de 1838 permitió tener un dato particular de Ana María. Reza la misma:

   “Se bautizó a una chiquita de color blanco, hija de Genuesa Chávez y Juan José Galván, soldado blandengue, amigados todavía, a quien se llamó Luisa, nacida el 21 de junio. Padrinos: Narciso Sosa, soldado blandengue, y Ana María Piñeiro, Morenita partera”.