Bahía Blanca | Miércoles, 08 de mayo

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La decisión más drástica e importante de la vida

Charlas con el sobreviviente Nilo Navas.

Por Walter Gullaci

   Fueron 300 los soldados que quedaron bajo las aguas heladas durante el hundimiento del ARA General Belgrano, mientras que otros 23 fallecieron en las balsas por congelamiento o por las heridas recibidas durante el artero ataque del submarino nuclear Conqueror. Los sobrevivientes resultaron 770, entre ellos el bahiense Nilo Navas quien en esta charla final con CNN Radio Bahía, en el programa “De Palabra”, cerró el relato de uno de los capítulos más dramáticos de nuestra historia y de la Guerra de Malvinas.

   “Ya producidos los dos impactos del submarino Conqueror e incorporándonos como pudimos, el buque había quedado de costado, sobre la banda de babor. Se había cortado la luz y el Belgrano se había detenido totalmente. Había mucho humo y como pudimos salimos a la cubierta principal donde se observaron escenas dramáticas, con gente que trataba de salir de las cubiertas bajas donde estaba la mayor cantidad de heridos”.

   “Hacía mucho frío. En esa latitud las temperaturas son muy bajas. Se vieron escenas de real heroísmo. Respetando la orden del segundo comandante nos tocó cubrir la etapa de abandono que día y noche la habíamos practicado durante los 16 días que estuvimos abordo para poder hacerlo, llegado el caso y como finalmente ocurrió, con los ojos cerrados. Y así fue. Todo el escenario se desarrolló en una hora para tomar la decisión más drástica y más importante de nuestra vida. Nos tuvimos que posicionar al pie de la balsa, tal como lo habíamos practicado tantas veces. La balsa, ese barril blanco que se ve en los buques, fue al agua, quedó atada con una soga a la borda, se abrió el barril blanco, éste se hundió, y la balsa se abrió automáticamente”.

   “Esa situación se produjo a las 4 y 23 de la tarde. Con megáfono en mano, el segundo comandante dio la orden de abandono y nos tiramos. ¿Qué duda podía surgir? Bueno, la balsa estaba allí abajo moviéndose por el oleaje, a varios metros, y había que acertarle. Podías caer en el agua helada, con petróleo, incluso fuego en algunos lugares. Hubo gente que al tirarse se golpeó con otro tripulante y terminó con quebraduras”.

   “El problema fue que el viento nos metía casi debajo del barco. Instintivamente poníamos las manos sobre el casco como mecanismo de defensa, como frenándolo para que no se nos venga encima. Se nos hundía arriba nuestro literalmente. Hay fotos que documentan ese momento”.

   “Nos dimos cuenta que de a uno solo no nos íbamos a salvar. Hubo cadenas de manos entrelazadas para ir sobrellevando ciertas situaciones, haciendo cosas que jamás imaginábamos que podíamos llevarlas a cabo. Y fue así porque lo entrenamos. En la cabeza estaba todo. Si alguien cayó al agua y se salvó de morir congelado es porque surgió alguien para levantarlo desde la balsa”.

   “Estuvimos 32 horas hasta ser rescatados, aunque hubo balsas que pudieron lograrlo en 24. Ya estábamos en la segunda noche, casi congelados por el frío. Recuerdo que en las balsas murieron 23 personas entre heridos y congelados. En mi balsa eramos 22. Nos salvó la actividad que tuvimos que desarrollar en esas 32 horas. La balsa se nos hundía, se nos llenaba de agua, se nos desinflaba, el viento nos rompía los cierres y casi que nos daba vuelta en el aire. Todo eso nos entretuvo de alguna manera para estar activos y no congelarnos hasta que, finalmente, pasó sobrevolando el avión Neptune de la Armada, a media mañana del 3 de mayo, y luego del mediodía comenzaron las tareas de rescate. En nuestro caso fue por parte del aviso Gurruchaga, ya sobre la una de la mañana del 4 de mayo y durante un temporal gigante, avisando al enemigo con las sirenas a todo volumen y todas las luces encendidas que se trababa de una tarea de rescate”.