Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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Al rescate, pero de cierta normalidad social y política

La columna dominical de Eugenio Paillet, corresponsal de La Nueva. en Casa Rosada.

Archivo La Nueva.

   El Gobierno andaba a la búsqueda de un rescate, que no es por cierto el de la empresa santafesina Vicentín, sino de cierto grado de normalidad política y social que el presidente Alberto Fernández parecía haber encontrado hace menos de dos semanas tanto en el frente interno, en el manejo de la lucha contra la pandemia de coronavirus y en torno a la dura negociación con los tenedores de bonos de la deuda externa. 

   También, por qué no decirlo, una normalidad en ese otro verdadero intríngulis que le cuesta manejar que es definir de una vez por todas su verdadero rol en la coalición del Frente de Todos que, en su carácter de presidente de los argentinos, le toca conducir.

   Un funcionario que sigue agenda en mano los acontecimientos diarios de la gestión reconocía que en términos de hechos concretos mientras el presidente Fernández andaba en aquellos menesteres, todo comenzó a derrumbarse en la jornada del martes 3 de junio. Hace menos de dos semanas. Ese día, por la tarde, el presidente recibió en su despacho de Olivos a una docena de los más poderosos empresarios argentinos con intereses nacionales y en el exterior. 

   La reunión fue celebrada hasta por sectores duros de la oposición. Supuso un gran paso adelante en la búsqueda de escenarios más previsibles dentro de lo imprevisible que volvió todo la pandemia de coronavirus. Pero hubo palabras del presidente que agradaron a todos y aquietaron ánimos, como las de no hacer caso a “ideas locas” o la de garantizar que el suyo era un capitalismo que no tenía por meta atentar contra la empresa privada.

   Por la noche del mismo día, el Gobierno dio otro paso importante en la búsqueda de la normalidad tan declamada. El jefe de Gabinete convocó a la primera reunión de gabinete ampliado desde que Fernández llegó al poder. Fue en el CCK, ante cerca de 500 asistentes. Allí Santiago Cafiero presentó el encuentro como el puntapié inicial hacia la búsqueda “del futuro” del Gobierno y de los argentinos. 

   Una manera a la vez de contraponer a la idea de opositores y economistas, y hasta de algunos moderados de la coalición peronista, que claman por un “plan de salida” de la cuarentena o que creen que el presidente y el gabinete “van viendo” en materia de lucha contra la pandemia, o con el arreglo de la deuda y la salida virtuosa del monumental desastre económico que afecta al país. Y que así “actúan en consecuencia”.

   La nueva realidad que les cayó encima al presidente y a su equipo dejaría la impresión de que esos dos hechos puntuales ocurrieron hace siglos y no apenas 12 días. 

   De hecho, el propio presidente sorprendió por un lado y en tono a la lucha contra el coronavirus con su amenaza de volver todo al 20 de marzo, es decir a la cuarentena obligatoria sin excepciones, si el nivel de contagios y muertes aumenta de manera alarmante como pareció consolidarse desde hace diez días. 

   Fernández y Axel Kicillof parecieran apuntarle cada vez más a Horacio Rodríguez Larreta por el aumento de casos y a esta altura se torna de pronóstico reservado la buena onda que cultivaron los tres desde que se instaló la pandemia en el país y en el AMBA en particular.

   La frase del ministro de Salud porteño, Fernán Quirós, de que lo peor de los contagios está por venir fue un palazo en la espalda del presidente, que en privado se había entusiasmado con que el 28 de junio podría anunciar el paso a una cuarentena flexible también  Área Metropolitana de Buenos Aires. 

    Hay constancias de que uno de sus médicos infectólogos le advirtió severamente sobre aquella amenaza de volver todo atrás. “No lo haga, sería un desastre porque la gente no lo va a soportar, no aguanta más el encierro”, fueron sus palabras.

    En el caso Vicentín, más allá de las resoluciones a futuro que se adopten, sobre si habrá o no expropiación, en el Gobierno y en el propio presidente quedaron sabores agridulces. 

    Alberto se quejó delante de su mesa chica. “No puede ser que todos los días tenga que salir a aclarar que las medidas las tomo yo y no Cristina”, le oyeron decir. En verdad la aclaración no le queda bien al presidente. 

    No es bueno en medio de contradicciones como la que le hizo pasar la senadora mendocina Fernández Sagasti, que en la conferencia de prensa del lunes le agradeció “el apoyo a la idea” de intervenir y eventualmente expropiar. Nacida de La Cámpora con el guiño de Cristina, todo parece indicar.

    Dicen en la Casa Rosada que un actor clave para calmar las aguas por esas horas fue Sergio Massa. El titular de la Cámara de Diputados,  que en su fuero íntimo rechaza la expropiación, habló por separado con el presidente y con la vice. También armó de apuro un Zoom con casi 40 dirigentes de cooperativas y confederaciones ruralistas de todo el país para explicarles el verdadero sentido del salvataje que se intenta con la empresa en quiebra. Y que pasa por “no clavar ahora mismo” la bandera de la expropiación. 

   Esa intervención casi en las sombras, aseguran cerca del tigrense, abrió el camino para la reunión que el jueves mantuvieron en Olivos el Gobierno, el gobernador santafesino Perotti y los dueños de la empresa.

 

   Se rescata en medio de esos enjuagues la interpretación que hizo uno de los funcionarios que frecuenta a diario al presidente: “entre la pandemia, el acuerdo por la deuda y ahora el caso de la cerealera, lo que Alberto busca denodadamente es ser él mismo”.

    No lo ayudan ciertamente en ese intento personajes como Sergio Berni, que en medio del batifondo dejó caer un latiguillo propio del kirchnerismo que en la Casa Rosada pone los pelos de punta: “La única que conduce el espacio es Cristina”. La pregunta de los quejosos es si era necesario.