Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Eppur si muove: arriba los que van a güaite

Una foto de 1927 muestra uno los primeros ómnibus locales. En este caso con una particular frase en su costado.

Mario Minervino / mminervino@lanueva.com

   Enrique Borelli, parado en la parte delantera, espera que suban los últimos pasajeros antes de iniciar un nuevo recorrido desde la plaza Rivadavia hasta Ingeniero White, Ese coche de su propiedad es el solitario integrante de su flota de transporte de pasajeros.

   Mecánica Studebaker y carrocería local, el vehículo es modelo 1927 y contaba con un innovador descenso por la parte trasera y amplias ventanas con cortinas para disfrutar del paisaje durante el viaje.

   En la parte trasera está parado Gino Borelli, de pantalones cortos, encargado de entregar los boletos y, a falta de pasajeros para completar el coche, otro familiar, Camilo Borelli, ocupa el primer asiento.

   Tiempo después Borelli se asociaría con Francisco Sánchez, Giarizzo, González y Arlhengui para fundar La Unión, una de las compañías históricas del servicio de pasajeros, encargada de las líneas 500, 501, 502, 503, 504 y 518.

La frase

   Pero si un hecho resulta singular en el vehículo, ese es la leyenda “Eppur si muove” (pero se mueve) que Borelli hizo pintar en el costado,

   Se trata de la frase adjudicada al matemático italiano Galileo Galilei (1564-1642), quien la habría pronunciado poco después de tener que abjurar a sus teorías astronómicas.

   La leyenda asegura que el sabio pronunció la porfía ante la Santa Inquisición en 1633, para así evitar ser condenado a morir en la hoguera por hereje.  Renunciaba así públicamente a su teoría, publicada unos meses antes, asegurando que la Tierra la giraba alrededor el Sol y no a la inversa, como sostenía la Iglesia.

   Tiempo después el artista valenciano Bartolomé Murillo, o alguno de sus allegados, hizo una pintura que lo muestra a Galileo en su vivienda, donde cumplió prisión domiciliaria hasta el fin de sus días, mirando una pared donde aparece escrita la mítica frase, dando fuerza a la leyenda.

   Claro que Galileo tenía razón en su manera de ver el universo. La iglesia demoró 359 años, 4 meses y 9 días –lo hizo en octubre de 1992— en pedirle perdón por la condena, reconociendo que sus afirmaciones no conformaban blasfemia alguna.