Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Irracionalidad y salvajismo, un cóctel mortal

“Lo mataron porque tenían la locura de la droga, el alcohol”, asegura Silvia Domínguez, testigo clave de un crimen en el barrio 12 de Octubre.

Caballín y Ledebur, en los extremos de la mesa, aguardando la sentencia. (Archivo-La Nueva.)

   Si bien la irracionalidad es un fenómeno típicamente humano que forma parte de la vida cotidiana, cuando alcanza un nivel de desenfreno prácticamente emparentado con el salvajismo puede ser considerado como un engendro básicamente incomprensible, que puede transformarse en un cóctel mortal.

   En ese marco podría contextualizarse el trágico episodio sucedido el 5 de enero de 2002, en un sector del domicilio ubicado en Baigorria 3680, del barrio 12 de Octubre, hasta donde llegaron Carolina Andrea Ledebur (22 años, al momento del hecho) y Néstor Edgardo Caballín (34, en aquel entonces) para terminar matando a golpes a Roberto Canelón (75), hecho por el cual la pareja recibió la misma condena: trece años de prisión, en un fallo dictado a fines de febrero de 2004, por el Tribunal en lo Criminal Nº 1.

   Dieciséis años después, Silvia Domínguez, ex pareja de Caballín, de cuya unión nació una niña que entonces tenía trece años y observó el espantoso suceso, recuerda lo ocurrido en su vivienda.

   La mujer calificó a Canelón como “un indigente al que le gustaba decir cosas a las chicas y al que conmigo le fue mal. Era medio 'verdusky' y debido a que era viejo, quedaba fuera de lugar. Yo, dos o tres veces, lo puse en su sitio y después fue mi mejor compañero, como un padre”, aclaró entre sonrisas.

   El hombre vivía “con su perro” en un colectivo cedido por un vecino y estacionado en un sector del terreno. “A él le daban cosas y, por ahí, nos daba a nosotros algo que él no comía, porque no le gustaba tirar. No era un tipo malo, sino que era pícaro que cuando se ubicó fue como si fuera un padre. Es más, mi madre se enfermó y él llegó a asistirla”, asegura Silvia, pretendiendo someramente hacer una equilibrada descripción de la víctima.

   “Este muchacho, Caballín, es papá de una hija mía. Yo estaba en pareja con él, quedé embarazada y me fui. Y, ese o el día anterior al hecho, vino con su pareja en ese momento. Él lo hacía para ver a su hija y a mi nunca me molestó. Es una persona que se ha criado viendo cómo su madre alternaba con los hombres. Y la piba (por Ledebur) salía a pedir por ahí, a caminar, cuando el viejito vivía a tres cuadras de acá, de prestado en un terreno hasta que lo vendieron y él quedó a la deriva”.

   Silvia recuerda que al retirarse Caballín el día de esa visita “dijo 'ah, capaz que después vuelvo con la Popi'; Canelón preguntó '¿qué Popi, la que vivía allá abajo?' y el papá de mi hija respondió 'sí'. Claro, la conocía porque el viejo pícaro, cuando vivía en ese terreno pasaban las pibas y se dejaban tocar por unas monedas. Pero en esta ocasión no se sobrepasó. Todo lo que dijo fue '¿la Popi, la que vivía allá abajo'?”.

   La mujer detalla que el día del hecho había estado acompañando a Francisco Robaina (otro testigo clave) debido a que “le habían robado la moto y nosotros la andábamos buscando en un Citroën, porque el papá de mi hija había dicho que sabía dónde estaba, ya que andaba en todas esas cosas. Por eso habíamos ido, entre otros lugares, hasta Villa Serra por ellos vivían en la casa de un tío de Caballín, donde estaban preparando un asado. Es más, les dijimos 'ah, ahora venimos a comer'. No nos imaginábamos nada”, de lo que poco después ocurriría.

   “Cuando volvimos, coincidimos también con la llegada de Caballín y la Popi, quienes andaban en un camión. Venían drogados, borrachísimos y ya habían pasado por la casa de la madre de él a la que golpearon y la mandaron al hospital, no la mataron por poco; no se porqué lío”.

   Silvia recuerda que “él enseguida me atajó, pero yo no sabía a qué venían. Me puso la mano y me dijo 'no pasés, dejá'. El viejito estaba en la puerta de mi casa, comiendo un cacho de pan con un cuchillo. Se puso contento porque llegaba yo y me dijo 'la abuela está ahí”, en referencia a la madre de la mujer que permanecía postrada en una cama con demencia senil.

 

 

   “Él (por Caballín) no hacía nada, sólo estaba así (abriendo los brazos) para que nadie se acercara al viejito. Ella bajó y directamente empezó a pegarle. Con dos trompadas le saltó el cuchillo y el pan que tenía en la boca”, detalla Silvia, especulando tamaño impacto se produjo por “la fuerza de la droga y el alcohol”, elementos cotidianos en la vida de la pareja según la entrevista, quien comentó que “a la nena (de Lebebur), que tenía ocho meses, le daban la mamadera con vino para que no molestara. Lo decían y se c.. de risa”.

   Al comenzar la golpiza “yo decía 'no, no', pero (Caballín) me empujó y cerró la puerta de la cocina. No sabíamos qué hacer. Incluso tenía miedo por la vida de mi mamá, que estaba en una cama. Y si bien Robaina era grandote, no podía meterse porque tenía una enfermedad grandísima. Además nunca le gustó pelear. Es más, yo no sabía pero tenía un arma en la mochila porque había salido a buscar su moto. Incluso, teníamos celulares para llamar a la policía y no lo hicimos. Nos tomó tan de sorpresa. Fue espantoso”.

   La mujer recuerda que en un momento “el viejo quiso pararse para irse y ella lo llevó a banquetazos y no sé si después no le dio con una pala y un pico, hasta que cayó al lado del colectivo. Ahí le siguió pegando y en la desesperación él me decía 'ayudame', chorreando sangre. Sólo contesté 'no puedo Cane, éste (por Caballín) no me deja'. Y ella me dio un banquetazo en un brazo, que cuando esta muy feo (el clima) todavía me suele doler”.

   El relato de Silvia no deja de ser una horrorosa pintura que permanece en su memoria. “En un momento dado sale Robaina y le dice 'me parece que ya es suficiente, le pegaron demasiado' pero no paró, lo seguía golpeando con furia”, hasta que “Caballín me agarró a mí para que ella me pegue y me mate. Ahí saltó mi hija, me agarré del alambrado y una planta y me salvó mi hija; si no, me hubiera matado como a un perro, igual que a Canelón. Fue tremendo, de la nada lo mataron”.

   Ledebur le reclamaba a Canelón por algún supuesto comentario sobre ella, pero Silvia asegura que “no dijo nada. Yo le gritaba que él no dijo nada, que sólo preguntó si era la de allá abajo”. Domínguez asegura que “Caballín la protegía a ella para que haga su obra. Lo mataron porque tenían la locura de la droga, el alcohol”.

   “Es más, cuando mi hija nos rescata a nosotros dos, Pancho (Robaina) se sienta en un sillón que teníamos. Yo me quedo parada y cierro la puerta. En eso entra Caballín y dice 'todo bien, man' y le agarra una mano a Pancho, quien ya había recibido una trompada, y le volvió a pegar. Luego salió, cerramos con llave y hasta ahí Canelón estaba vivo. Cuando salimos, mi hija le tiró agua a Canelón, porque habían prendido fuego al lado del colectivo y como él acumulada cosas de croto le habían agarrado la ropa que tenía puesta”, asegura Silvia.

   “Enseguida se fueron. La gente que traían en el camión e hijos de vecinos estuvieron mirando lo que ellos hacían. Nadie se metió. Otros vecinos pusieron la música al palo y luego dijeron 'nosotros no escuchamos nada'”, dijo la mujer que en cuanto pudo cruzó de vereda para ir a buscar a un enfermero que vive en la misma cuadra.

   “Me dijo 'salvámelo', pero cuando fui le tomé el pulso y ya estaba muerto”, dijo ese vecino, que prefirió mantener en reserva su identidad.

   El salvajismo había completado una obra demencial.