Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Mili, una gigante en acción

Tiene 9 años y lleva más de la mitad de su vida ayudando al que lo necesita.

Fotos: Rocío Zabalza y Sebastián Cortés-La Nueva. / Video: Francisco Villafáñez

Por Belén Uriarte / buriarte@lanueva.com

       Pablo Goicochea / pgoicochea@lanueva.com

 

   —¿Cuándo me vas a invitar a tomar unos mates? —pregunta Mili mientras simula hablar por celular.

   —Después, en un ratito —le responde Juanchi, con otro aparato en su mano.

   —Ahora vengo a tomar unos mates —promete Mili— Acordate, eh. Unos ricos mates.

   Juanchi se ríe y hace que sí con la cabeza.

 

   Milagros Lenci tiene 9 años y es voluntaria del comedor Corazones Solidarios.

  Juanchi, uno de los adultos que vive en el Hogar Don Orione.

   En Don Orione Mili hace servicio. Y también en el comedor Corazones Solidarios, que dirige Paola Vergara, su tía del corazón.

   No importa el lugar. Ella solo quiere ayudar. Y lo hace desde que tiene 4.

   Mili se pone nerviosa. Lo hizo otras veces, pero es el primer día de servicio de 2018 y para ella, un nuevo comienzo. Está como encargada y la responsabilidad es otra.

   En una hoja tiene anotados los nombres de todos los voluntarios. Y en su mano, un montón de globos que son parte del decorado que armaron para reencontrarse con los chicos.

   Con una media de cada color por el Día de la Inclusión y una nariz de payaso luminosa, Mili abre la puerta del hogar y empieza a repartir sonrisas. Saluda con un beso, un abrazo y un “cómo estás”.

   Y los chicos le responden: levantan los brazos, ríen, gritan...

   —Me parte el alma —dice Mili tocándose el pecho—. Es tan linda la felicidad de estos chicos, te sacan una sonrisa.

   Se acuerda de todos. Sabe que a Juanchi le encanta el mate y que Guille siempre la espera para ir a pasear.

   Juanchi y Guille son dos de los 29 adultos que viven en el hogar. Y Mili intenta que cada uno se sienta único.

   Cuando llega la hora de la merienda, busca un vaso y un plato con torta y se acerca a Guido, un hombre que está en silla de ruedas.

   —Vamos a comer —dice, aunque primero le da el vaso con leche.

   Hace una pausa y corta la torta. Estira la mano y lleva un trozo a la boca de su amigo. Vuelve a esperar y le da otro cachito. La escena se repite una y otra vez hasta que Guido hace seña de que no quiere más.

   Mili deja el plato y busca otra cosa para seguir disfrutando. Es hora de divertirse: agarra un globo y juega con todo el que pasa mientras suena de fondo un tema de Shakira.

   Son cinco horas de servicio cada sábado y a Mili le gustaría que sean muchas más. Pero sabe que su trabajo no se agota ahí.

   En Corazones Solidarios, ubicado en Francia 2.227, tiene mucha actividad: lunes y miércoles colabora con el comedor, y lunes y martes ayuda con las clases de apoyo escolar para los chicos del barrio.

   —¡A comer!, ¡a comer! —grita Mili mientras camina de noche las calles de Villa Nocito en busca de los chicos.

   Recorre el barrio para avisar a los que tengan hambre y ganas de compartir la cena. No lo hace sola. Pocho, el esposo de su tía Paola, la acompaña golpeando un balde que lleva colgado del cuello. Y a medida que caminan se suman otros chicos.

   El menú es variado y cada plato se llena con la ayuda de quienes donan. Se juntan entre 85 y 130 chicos. Y Mili nunca falta.

   En la puerta del comedor se forma una fila de nenes y ella dirige la batuta al grito de “a lavarse las manos”.

   Junta a los más chiquitos, los arremanga, les alcanza el jabón y les explica paso a paso cómo lavarse bien las manos. Después los invita a pasar al comedor que funciona en la casa de su tía.

   Es una sala larga con dos tablones de madera y muchas sillas. Las paredes coloridas están llenas de frases y dibujos hechos por los chicos.

   —Arriba las manos, manos, manos. Abajo los codos, codos, codos. Queda bendecido todo —cantan todos cuando empieza a sentirse olorcito a comida.

   Después de la bendición, Mili y los otros voluntarios —todos más grandes que ella— empiezan a repartir los platos.

   Todos comen hasta saciarse. Y algunos también van por el postre. Antes de las 22, los chicos vuelven a su casa, pero Mili se queda ordenando.

Un orgullo

   Alicia León es la mamá de Mili. Y cuando le nombran a su hija se llena de orgullo.

   Valores. Principios. Madurez.

   Para su mamá, Mili tiene todo eso y mucho más

   .

   —Ojalá muchos adultos tengan la bondad y el corazón que tiene ella, ese carisma de ayudar sin recibir nada a cambio y de estar siempre predispuesta.

   Mili comenzó a ayudar desde muy chiquita. Y su mamá lo recuerda como si fuese hoy.

   —Yo cocinaba en el comedor y ella venía conmigo. Empezó a servir la comida, a cortar el pan. Y después ya lo hizo por voluntad propia, porque le gustaba.

   A Alicia, muchas actitudes de su chiquita le llamaban la atención. Cuando se juntaban para organizar el ropero solidario, Mili se sacaba sus zapatillas y las ponía con la ropa para dar.

   —Decía que los chicos las necesitaban. Yo me descuidaba y sacaba toda la ropa de su placard y la llevaba. Donaba todo lo que tenía porque decía que para los chicos había que dar todo —recuerda Alicia a 5 años de aquel episodio.

   Para ella, es su orgullo. Y también un milagro.

   La nena cuenta que sus papás le pusieron Milagros porque su mamá sufrió un accidente cuando estaba en la panza y no perdió el embarazo.

   Falta mucho para que Mili termine la escuela, pero ya sabe qué quiere ser cuando sea grande: abogada, para defender a la gente cuando hay alguna injusticia.

 

Cómo ayudar

   Podés colaborar con Corazones Solidarios depositando plata en la urna que está en la entrada del Bahía Blanca Plaza Shopping, acercando donaciones a Francia 2.227, donde funciona la ONG, o llamando al número de su encargada Paola Vergara, (0291) 155783197. También podés escribir al Facebook Paola Roberta Vergara.

   Y podés ayudar al Hogar Don Orione acercándote a su sede, en Pringles al 900, o comunicándote al teléfono (0291) 455-5746.