Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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¡Basta de darles pelota a los barras!

D e nuevo un hecho de violencia en torno del fútbol. Aunque lejos de una cancha...

El miércoles pasado debían confrontar, en cancha de Quilmes, Racing y Mitre de Santiago del Estero por Copa Argentina. Con el aditamento que Olimpo estaba a la expectativa, ya que aguardaba para enfrentar al ganador, el viernes próximo en Mar del Plata.

Pero una nueva refriega entre integrantes de la barra más pesada del club de Avellaneda, La Guardia Imperial, con balazos y heridos, derivó en la medida de la Agencia de Prevención de la Violencia en el Deporte (A.Pre.Vi.De) de suspender el choque pactado en escenario quilmeño. O sea, de nuevo los violentos le ganaron al fútbol.

Y la pregunta es: ¿por qué?

Nadie parece preguntarse cómo el actual líder de esa facción de la hinchada albiceleste, Raúl Escobar, apodado el Gordo Huevo, pasó, en sólo diez años, de tener un humilde kiosquito a poseer un semipiso a 50 metros de la avenida Mitre, en pleno Avellaneda, valuado en 250 mil dólares, además de tres lavaderos de autos y una flota de cuatro vehículos, entre ellos una flamante Toyota Hilux.

Está claro que al Gordo, como él lo hiciera con su antecesor, le disputan el poder económico de la barra.

Y en este caso ya no sustentado por el dominio y función de los trapitos, la reventa de entradas o el narcomenudeo.

Según el periodista Gustavo Grabia, reconocido por su inserción en temas relacionados a los barrabravas, estos muchachos levantan dinero a paladas mediante una curiosa y creativa práctica.

Mandan a confeccionar a talleres clandestinos, prendas con la marca La Guardia Imperial, al cabo seductora para los hinchas a la hora de adquirir productos oficiales del merchandising del club.

O sea que alguien de Racing, con el presidente Víctor Blanco a la cabeza, debería dar alguna explicación. ¿Cómo se convierten esas remeras, buzos, gorros, mates y hasta relojes en "productos oficiales". Pero nada. No existe, por ahora en la entidad, actitud suficiente para combatir a esta lacra, arraigada ya dentro y fuera de los escenarios de juego.

¿Qué puede haber de complejo en erradicar a estos violentos y encerrarlos donde corresponda? Cualquiera que lo intentara podría saber fácilmente quiénes son, dónde viven y qué hacen.

La reestructuración salvadora depende, en definitiva, de una firme toma de conciencia. De entender que no estamos frente a un problema deportivo, sino penal; y que no se trata de hinchas exaltados, sino de delincuentes.

La complejidad de la violencia en el fútbol es, en definitiva, una manera de justificación para quienes no hacen lo que tienen que hacer.

Porque son culpables algunos presidentes de clubes que negocian el apoyo de estos inadaptados a cambio de favores; como los jugadores y técnicos que suelen ceder a las presiones y financian la vida de dichos individuos, con viajes de placer incluidos. Como los del Gordo Huevo junto a sus secuaces en un crucero de placer... ¡Filmado y subido a las redes sociales por él mismo!

Y que quede claro; barras eran las de antes. Las que se formaban con los hinchas más enardecidos y de mano pesada, pero de ahí no pasaban, ni se rebajaban al recurso desleal ni a la puñalada alevosa o al disparo artero. Eso estaba vedado.

Hoy, las barras son, en esencia, asociaciones ilícitas organizadas para cometer delitos de toda índole. El amor por la divisa ya es asunto secundario.

Lo bueno es que las caras son harto conocidas.

Lo malo, que siguen haciendo de las suyas. Con total desparpajo. E inmunidad.