Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Exitistas e implacables con el exitoso

C orría 1958, y el gran Amadeo Carrizo era vituperado por la prensa argentina tras la dura caída en el Mundial de Suecia ante la hoy partida Checoslovaquia. Fue 6 a 1 en contra y el grado de ataque mediático, por entonces mucho menor a los que se tejen burdamente en la actualidad, resultó lacerante para el enorme arquero.

Más acá en el tiempo, en 1962, un delantero brasileño de River de excelente técnica, Delém, marraba un penal contra Boca -se lo atajó Antonio Roma, adelantándose- en un duelo decisivo. Y aún siendo un crack, fue literalmente degollado por el mundillo futbolístico.

Ni hablar de situaciones de una injusticia mayúscula que tuvieron a Carlos Reutemann como un piloto "cagón" de Fórmula 1, a Gabriela Sabatini como una tenista "frágil" y sin "corazón" o a Juan Román Riquelme como "un pecho frío" con la "10" de la Selección.

Exitismo desmedido sería el nombre de esta enfermedad que nos caracteriza a los argentinos, disimulada en algunas actividades con excelente marketing como el rugby. Donde sí se valora el esfuerzo, altruismo y tenacidad que cultivan sus mejores exponentes, aún perdiendo en forma recurrente contra las grandes potencias: Nueva Zelanda, Australia o Sudáfrica.

Pero, paradójicamente, tampoco toleramos a quienes se sitúan en la cima de los consagrados.

Entonces, a nivel país, le encontramos a Messi todo tipo de calificativos para negar su inconmensurable talento. Desde "falto de carácter", "líder blando" o "falto de actitud" con la blanquiceleste. Hasta enjuiciarlo por no entonar las estrofas del Himno Nacional..!

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Mirémonos un poco nosotros, los bahienses.

No interpretamos en su justa medida el alcance de tener un hijo pródigo, Manu Ginóbili, en la elite deportiva mundial luego de su tremendo recorrido por la NBA. Ni comprendemos que, como el zurdo multicampeón, de aquí surgieron otros dos oros olímpicos, Pepe Sánchez y Alejandro Montecchia, a quienes deberíamos prestarle la oreja más seguido.

Lo mismo con Rodrigo Palacio. O con otro producto de "nuestro semillero", Guido Pella, quien alcanzó lo que otros no pudieron. Ni siquiera el gandioso Guillermo Vilas. La Copa Davis de tenis.

¿Que no es así?

Quizás haya que parar la pelota, dejar de escuchar o leer sandeces, y sólo disfrutar la existencia de estos fenómenos.

Pero más allá de sus éxitos o fracasos.

De las comparaciones.

Y de los mitos silenciosos pero dolientes que, en ocasiones, se tejen a su alrededor sin ton ni son.

Analicemos de qué se trata esto del esfuerzo, el sentido colectivo, la superación y el desarrollo del talento innato, ese que se trae desde la propia cuna.

Quizás, entonces, entenderemos orgullosos y de una buena vez que Messi fue "solo" subcampeón del mundo aún siendo el mejor del mundo.

Y por qué Rusia lo espera como a ningún otro, tras rezar en la noche de Quito.

Con los brazos bien abiertos.