Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Las tarifas a examen

El país entero conocía, desde antes de substanciarse la segunda vuelta de la elección que consagraría, según fuesen los resultados, a Mauricio Macri o a Daniel Scioli, como próximo presidente de la Nación, la herencia envenenada que recibiría el gobierno que tomase asiento en la Casa Rosada el 10 de diciembre. Cuando el líder de Cambiemos se impuso al candidato del Frente para la Victoria, nadie imaginó posible aplicar una política de shock. El ajuste era tan inevitable, como gradual sería su implementación. En eso no se equivocaron quienes tomaron la decisión.

Era claro que la fiesta que habíamos vivido por tanto tiempo ahora debería pagarse so pena de que el déficit fiscal llegase a topes astronómicos, las empresas prestadoras de los servicios no invirtiesen un dólar más, la inflación continuase produciendo estragos y el gobierno recién elegido tuviese que hacer frente a una crisis de envergadura apenas iniciado su mandato.

Los aumentos de las tarifas de gas y de electricidad ni por asomo compensaron el atraso generado por la absurda estrategia que el kirchnerismo implementó durante los doce años de su administración. Precisamente porque el shock tarifario fue descartado de cuajo, lo que se intentó hacer fue una recomposición escalonada. Para tener una idea: en el caso de las eléctricas se cubrió apenas un 38 % de la brecha negativa. Quedaba, por lo tanto, el restante 62 % para recuperar en algún momento de los próximos años.

Pero, al momento de poner en marcha las medidas, el diablo metió la cola. Con esta particularidad, paradoja o como prefiera llamársela: el remedio que Macri y sus principales ministros habían descartado ab initio por las consecuencias sociales que inevitablemente traería aparejadas -el de shock- se le coló al gobierno por la ventana y lo obligó a ponerle freno a los aumentos, dar marcha atrás y quedar expuesto ante el fuego enemigo. ¿Qué había pasado? Algo que fue producto en parte de un descuido, difícil de explicar, de Juan José Aranguren y del equipo de colaboradores de su cartera; en parte responsabilidad de algunos gobernadores que aprovecharon la ocasión para sumarse, por su cuenta, a las subas tarifarias definidas por las autoridades nacionales y, por fin, de un invierno más crudo que el pronosticado.

En atención a lo que significa un ajuste de este tipo, el titular del ministerio de energía debió hacer una prueba virtual, simulada, con base en una matriz representativa de los usuarios a los cuales les llegarían las facturas con los aumentos previamente definidos. Si lo hizo, el sistema informático que utilizó le sirvió de poco o nada. Si no lo hizo, demostró una falta de criterio alarmante. Lo cierto es que el gradualismo súbitamente se transformó en un verdadero shock que una minoría muy significativa de la sociedad argentina no podía pagar. La tensión que en sus inicios parecía reducida fue creciendo hasta convertirse en un torbellino. La reacción bien extendida de la sociedad civil no cayó en saco roto. Todo el arco opositor encontró un motivo para aglutinarse en contra de los aumentos y para cargar en la cuenta de la administración de Cambiemos su insensibilidad social. A ello se sumó la justicia que congeló las subas y entonces el cuadro estuvo completo.

¿Qué hacer ante semejante situación, que había tomado desprevenido al oficialismo? A primera vista existían tres opciones: 1) ponerle el pecho a las balas, nadar contra la corriente y mantener a raja tabla la política de aumentos instrumentada, sin perjuicio de corregir los errores groseros; 2) esperar a que la Corte Suprema se expidiese dando por descontado el per saltum- y, al propio tiempo, operar ante el máximo tribunal del país con el propósito de que su fallo no echase abajo el esquema tarifario y con ello le infligiese una derrota estratégica al gobierno; o 3) adelantarse a la acordada de la Corte, asumir las fallas de implementación y retroceder en orden, sin perder la línea, lo cual significaba, en buen romance, barajar y dar de nuevo.

La mesa chica de Macri cambió ideas durante todo el fin de semana largo y llegó a la conclusión de que no tenía demasiado margen de maniobra. Carecía de fuerza para mantenerse en sus trece como si nada hubiera pasado. Era demasiado el riesgo de esperar lo que tuviese a bien decidir la Corte, que además llevaría tiempo. Quedaba, pues, la tercera vía, que fue la que se escogió: para morigerar el peso de los aumentos, éstos se aplicarán ahora sobre la facturación total del mismo periodo del año anterior y no sobre el consumo. El aumento, retroactivo al mes de abril, nunca podrá exceder 400 %. Este tope quizá calme las aguas pero al costo de contradecir el reclamo presidencial para que se moderen los consumos, pues desaparece la relación causal entre el volumen de energía suministrado y el importe a pagar.

A semejanza de cuanto había sucedido en oportunidad de anunciarse la nueva política, meses atrás, la conferencia de prensa que el lunes a la tarde presidió el jefe de gabinete, Marcos Peña, junto a Juan José Aranguren y a Germán Garavano, dejó mucho que desear. La comunicación, está visto, no es el fuerte de este gobierno. Acorralado por su propia impericia, logró un efecto increíble: dio la vuelta y casi vuelve al punto de partida. Dicho de otra manera, a partir de ahora el Tesoro deberá subsidiar por otros 11.800 MM el consumo de gas. Si bien ello significa 0,1 % del PBI y no le quita per se el sueño a nadie, pero representa un revés político de envergadura para la actual administración.

Lo que queda al descubierto es más la falla técnica y comunicacional del gobierno que la derrota que acaba de sufrir. Al respecto conviene no ceder a la dramatización, aunque los responsables del desaguisado deberían aprender la lección. Sobre todo teniendo presente que el reacomodamiento tarifario está lejos de ser completado. Tarde o temprano habrá que superar el fenomenal atraso de los precios de la energía, que una sociedad acostumbrada al despilfarro no quiere ver. El gobierno hizo mal los anuncios y se equivocó en los porcentajes -pecados no menores. Pero no nos engañemos, los argentinos desean vivir como los suizos y seguir pagando tarifas como cuando reinaban los Kirchner. Hasta la próxima semana.