Bahía Blanca | Miércoles, 24 de abril

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Párrafos sobre nuestros terremotos

Es muy difícil ignorar un terremoto. De pronto, el suelo bajo tus pies ya no te sostiene, como si una grieta partiera en dos todo aquello en lo que te apoyabas.

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Los terremotos minan tu confianza. Ocurren, se calman, pero el suelo no volverá a ser confiable. Tal vez con el tiempo uno se acostumbre, como te acostumbrás a vivir con lo que no te gusta de tu mundo.

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Hay terremotos a diario. Los hay en la intimidad y los hay de los otros, los expansivos, los que generan consecuencias a gran escala. También hay terremotos geológicos, pero son los menos interesantes, cosa de geólogos y sismólogos.

¿Te acordás de tu primer terremoto, ese que te hizo saber que la vida era varios tonos menos brillante? Quién no...

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La enorme mayoría de los terremotos no son naturales. Ocurren por la voluntad de alguien, que tal vez quiera que tu suelo tiemble y así lo necesites para mantenerte de pie o busque hacerte trastabillar. Tal vez, simplemente sea malo (ojo, a veces es solo un estúpido que no entendió las consecuencias de sus actos).

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Los terremotos naturales son los únicos sin culpables. No hay a quién insultar. ¿El destino, Dios? Después de esos terremotos, las fotos de ruinas dan sensación de soledad, de un desolado crimen sin victimario.

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No hay espacios sin terremotos, aunque en política solo importan las réplicas. El terremoto sin réplicas es solo ruido que se apaga. Los políticos lo saben bien.

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Somos los terremotos que nos atravesaron.