Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Estar a la deriva por un tiempo

Días pasados vi un documental sobre embarcaciones y travesías náuticas. Me apasiona el mar. Lo cierto es que además de ilustrativo y enriquecedor originó una serie de pensamientos. El primero que afloró es ese deseo de tomar unos días para disfrutar el mar, luego la vigencia de la palabra “carajo”, por último algo más desagradable pero en estrecha relación al mundo náutico es lo relacionado cuando la embarcación queda a la deriva.

¿Qué significa estar a la deriva? ¿Cuándo naufraga la vida propia hay forma de llegar a “buen puerto”?

Según el diccionario deriva es el "desvío del rumbo de una nave por el viento, el mar o la corriente”. Estar a la deriva en áreas náuticas se aplica“al objeto flotante o embarcación que se mueve dejándose arrastrar por el viento, el mar o la corriente, sin dirección”. En consecuencia, un desperfecto en el timón, el deterioro de las velas, la avería en un motor, una tormenta inesperada, son algunas de las causas que pueden originar una situación peligrosa.

Tal como sucede en “el mundillo náutico”, en la vida cotidiana se experimentan situaciones similares. Nadie está exento de atravesar tormentas que se traducen en crisis momentáneas. Tener un mapa de navegación y de repente un hecho inusual nos hace perder de vista el horizonte, desilusiones que llevan a replegar las propias velas y anhelos, comprender que quien tenía a su cargo el timón desaparece, se va o elige otro rumbo, lo cierto es que invade una sensación que se asemeja a la de un corcho en el medio del mar, pues la vida, los proyectos, los sueños quedan a la deriva.

Estar a la deriva es experimentar un sentimiento de vacío, donde no se encuentra sentido a la vida, a lo qué se hace y el para qué de la existencia tambalea o se desmorona como un castillo de naipes. Aburrimiento, angustia, insatisfacción, decisiones incoherentes, inseguridad, falta de compromiso, tristeza, depresión, displacer, son algunos de los estados que emergen cuando una persona, ya sea por motivos individuales, familiares, laborales, queda a la deriva.

Generalmente este “naufragio mental” se da como derivación de decisiones ajenas, pues si bien nadie está libre de padecer una tormenta en medio de la navegación o una rotura en la embarcación, tales situaciones son imprevistas, distinto es cuando un integrante de la pareja se baja del bote, un hijo se arroja intempestivamente a nadar aguas abiertas, un jefe abandona el timón de la empresa, o un amigo se pone el chaleco salvavidas y se preserva el mismo. Tal vez sea momento de darle la bienvenida “al vacío” para comenzar a llenarlo de personas y situaciones nuevas. Alguien muy especial siempre me decía “después de la tempestad viene la calma”, posiblemente esa calma sea propicia para permitirse “hacer la plancha” mirando al cielo, volviendo a conectar con nuestros deseos para poder reformular nuevas metas. Será el tiempo de dejar de arrastrarse por el viento y valorar aquello que nos hace sentir bien; habrá que establecer un período para reparar las averías pero proyectando hacia dónde pretendemos llegar y desplegando nuevamente “las velas mentales”. Comprender que cada uno es quien debe tener el timón permitirá salir de la inseguridad y la desilusión y llegar a nuevos puertos.

Por último, dos sugerencias: agregar la letra “R”, dejar de estar a la deriva para “derivar” en algo nuevo, bueno, positivo, enriquecedor, esperanzador y saludable, luego, valiéndome de los conceptos del “mundo náutico” animate y a quien lo merezca “mandalo al carajo”.