Bahía Blanca | Jueves, 03 de julio

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Bahía Blanca | Jueves, 03 de julio

El fusilerito

* Tito tenía 21 años cuando tuvo que apuntar el Máuser contra un compañero peronista. * Dice que tiró un solo tiro. Y está seguro de que mató. * Fue en Campo de Mayo, en la madrugada del 11 de junio de 1956. * Ahora vive en Bahía Blanca, en el barrio Sánchez Elía.

Por Abel Escudero Zadrayec / [email protected]

     Mirá.
     ¿Los ves? Están vivos.
     Parpadeá.
     ¿No los ves? Ahora están muertos.

     --Me dieron un fusil grande, pesado. Un Máuser. Alguien gritó: ¡Preparen! ¡Apunten! ¡¡¡Fuego!!! Y tuve que tirar. No sé para dónde apunté... para qué... Eran tantos los nervios que teníamos los pibes... ¡Puuuuum! Sonó como un cañonazo. Y cayeron todos, los seis. Estaban a 10 metros. Todos cayeron. Volaron. ¿Sabés cómo volaron? Dios mío.
     Dice Tito, en su casa del barrio Sánchez Elía. Se agarra la cabeza y moquea, dos lagrimones por ojos.

     Pum.
     Así de simple.
     Pum, y a otra cosa.
     En 1909 el Ejército argentino adoptó como arma reglamentaria para la Infantería el fusil Máuser, fabricación nacional: medía un metro y diez centímetros, pesaba entre tres y cuatro kilos, la bala calibre 7,65 milímetros salía a unos 850 metros por segundo.
     Así que fue simple, menos que un parpadeo. El "¡pum!" hizo que los colimbas del pelotón cerraran muy brevemente los ojos. Y cuando los abrieron, ya todos los condenados habían volado y caído.

     Tito nació el 7 de febrero de 1935 en San Martín, provincia de Buenos Aires. O sea que el día de los fusilamientos tenía 21 años fresquitos. Y apenas llevaba seis meses con el uniforme.
     --Si no hubiera pasado lo que pasó --dice--, si no hubiera tenido ese problema tan grave, yo habría seguido en el Ejército. Porque mi papá quería que yo siguiera, pese a todo.
     El papá era un militar retirado y era militante peronista, también. Quería lo mismo para el nene. Las dos cosas.
     Y bueno, Tito fue. Estaba por cumplir los 20. Ya había ordeñado en el tambo cada madrugada antes de caminar 40 cuadras hasta el colegio; ya había recorrido medio país arriba de un camión que tosía a 50 kilómetros por hora.
     Le gustaba la música: Tango y bolero... Nada que ver con el tuntún de ahora. Iba a bailar (con los padres) al Club Atlético El Palomar, que quedaba a siete cuadras de la casa, y le iba bien con las chicas.
     No sabía tocar nada de nada, e igual intentó sumarse a la banda de Campo de Mayo. Hubiera elegido cualquier instrumento y hubiera puesto empeño para sacarle sonidos decentes. Pero en el examen médico lo hicieron caminar desnudo y chanchán, eso fue todo. Tito era gordito y sus rodillas se chocaban. La banda desfila, le dijeron: se puede desafinar un poco, nada de pasos torpes.
     Manejando era otro cantar. Había aprendido a los 14 años, con el armatoste naftero, guerrero, cabina de lona, de un vecino italiano.
     Entonces, plan B, el 5 de diciembre de 1955 el teniente coronel Héctor Alberto Manuel Cartier le firmó a Tito el ingreso en la Compañía de Instalaciones de la Inspección Regional "Buenos Aires", dependiente de la Dirección de Ingenieros, los zapadores pontoneros de Campo de Mayo. Especialidad: soldado chofer. Debía llevar a todos lados al propio Cartier. Y por ahí, le dijeron, a un tal Valle.

     El general de división Juan José Valle iba y venía dentro de esa casa con las persianas bajas ubicada en Castelli 127, pleno centro de Avellaneda.
     Para un fanático del fútbol siempre es difícil saberse a unas pocas cuadras de la cancha y no poder ir. Jugaba Racing, y Valle iba y venía. Justo él, que una vez hasta había licenciado a un soldado para que se entrenara con la Primera albiceleste...
     Pero había cosas más importantes. Siempre es difícil saberse a pocos días encabezar un levantamiento contra el gobierno.
     Estaba convencido de que la gente ya no daba más.
     Al principio, cuando el 16 de septiembre de 1955 la Revolución Libertadora finalmente sacó a Juan Domingo Perón del poder, Valle se enojó. Le pareció absurdo que el nuevo presidente, general Eduardo Lonardi, dijera: "No hay vencedores ni vencidos": él se sentía derrotadísimo, y dos semanas después tomó el retiro voluntario del Ejército.
     Según el historiador Félix Luna, "grandes sectores vivían horas de euforia con el derrumbe del aborrecido régimen peronista".
     Valle se desesperó cuando el 13 de noviembre de 1955 los mandos decidieron el relevo de Lonardi, que dentro de todo ensayaba una política conciliadora, y asumió una Junta liderada por el general Pedro Eugenio Aramburu y el almirante Isaac Francisco Rojas.
     Entonces sí, el antiperonismo se hizo en serio, dice Luna: "sin concesiones ni blanduras". Ni se podía mencionar el nombre del tirano prófugo, se disolvió el partido y hasta desapareció el cadáver de Evita.
     Ah, no. Para Valle ya era demasiado. A fines de mayo de 1956, su Movimiento de Recuperación Nacional había suspendido un par de veces la acción que voltearía a la Libertadora para devolverle el poder a Perón.
     Por eso iba y venía: se acercaba la vencida.

     Durante una de las reuniones secretas del Estado Mayor contrarrevolucionario, el capitán Jorge Miguel Costales, responsable de la inteligencia, trasladó a todos su alarma:
     --El gobierno conoce nuestros movimientos. Apenas saquemos las cabezas, nos van a fusilar.
     --¡Pero che, no exagerés! --se le rió el coronel Alcibíades Cortines--. ¿Cómo van a fusilar, si acá nadie fusila desde Dorrego...?

     Por lo menos dos servicios de informaciones (el de la Policía Federal y el de la Armada) detectaron la inminencia del levantamiento. Sabían que iba a estallar el sábado 9 de junio. Conocían los planes al detalle; incluso mejor que varios complotados.
     Sin embargo, el gobierno dejó hacer.
     "Era una oportunidad única para dar un severo escarmiento al peronismo, ahora subversivo", consideró el vicepresidente Rojas.
     De hecho, el día anterior a la revuelta Aramburu voló de Buenos Aires a Santa Fe para cumplir una serie de actos oficiales e irrelevantes. Pero antes firmó tres decretos: la ley marcial, el procedimiento de los tribunales castrenses y el estado de sitio.

     La idea de Valle pasaba por tomar las principales instalaciones militares del país. Creía en el factor sorpresa, en la masividad de la conspiración, en que no haría falta derramar sangre.
     --La mayoría de la suboficialidad está de nuestro lado --arengaba a su gente--. El triunfo es seguro.
     El objetivo central era Campo de Mayo, la guarnición más grande del país (unos 4.000 hombres), el lugar donde se había definido la destitución de Perón el 9 de octubre de 1945.

     Algo se veía venir Tito.
     Era sábado, día con ausencias por francos y normalmente planchado. Pero en Campo de Mayo había una noche de movimientos raros, el aire estaba raro y algunos compañeros también.
     De golpe uno gritó:
     --¡¡Vamos que se arma!!

     A partir de las 21.30 del 9 de junio de 1956, un grupo de insurrectos, a órdenes del coronel Alcibíades Eduardo Cortines, tomó el Batallón de Infantería de la Escuela de Suboficiales "Sargento Cabral" y otro, comandado por el coronel Ricardo Salomón Ibazeta, copó la Agrupación Servicios de la guarnición.
     En otras partes del país también ocurrían acciones fantasmagóricas.

     Sobre un gran sillón, ella dormía con una flor en el regazo. De pronto, por la ventana apareció el genio inmaterial y empezó a dar vueltas por la habitación. Estaba a punto de bailar con la chica en su sueño, cuando un ordenanza entró en el palco oficial del Teatro Colón y le interrumpió al vicepresidente Rojas la escena de El espectro de la rosa , de Carl Weber y Michel Fokine.
     Tenía un llamado urgente:
     --Señor almirante --le dijo el capitán de navío Mario Robbio Pacheco, jefe del Servicio de Informaciones Navales (SIN)--, están sucediendo cosas...

     Los coroneles Cortines e Ibazeta aguardaban la señal para avanzar. Era un corte de luz: a las 23, Campo de Mayo debía quedar a oscuras. Pero nadie saboteó la usina como estaba planificado. Y tampoco había noticias del jefe de la misión, coronel Rubén Berazay. Berazay tenía que sublevar la Escuela Cabral; esperó, dio por fracasado el intento y se fue. Algunos dicen que huyó.
     Lo cierto es que la coordinación se había quebrado. Cortines e Ibazeta quedaron aislados. La represión encabezada por el jefe de la guarnición, general de brigada Juan Carlos Lorio, desbarató rápidamente la operación.
     La aventura duró poco.

     Desde el Ministerio de Marina, el vicepresidente llamó a Aramburu y le comentó lo que estaba pasando.
     --Rojas, ponga en marcha la ley marcial y los demás decretos.
     --Señor presidente, quédese tranquilo. Ya está todo hecho y controlado.

     A las 0.32 del domingo 10 de junio de 1956, Radio del Estado interrumpió la música de cámara para transmitir un mensaje en cadena nacional.
     Era del gobierno. Decía que debido a la perturbación del orden público, se veía en la obligación de "adoptar con serena energía las medidas adecuadas para asegurar la tranquilidad".

     El general Lorio envió parlamentarios desarmados para negociar con los coroneles insurrectos. Charlaron amablemente: "Si se rinden, no habrá medidas drásticas".
     Cortines e Ibazeta se abrazaron, dejaron en libertad de acción a sus subordinados y se entregaron.
     --Esto ha sido como un juego de naipes: se gana o se pierde --dijo Ibazeta--. La historia dirá algún día quién tenía la razón, si ellos o nosotros.

     A las 4.47 se irradió el comunicado Nº 3 de la vicepresidencia: "Campo de Mayo se rindió".
     Después, el propio Rojas enfrentó el micrófono para "calmar a la población". Dijo sin dificultad, ni incómodo ni emocionado, que estaba todo bajo control:
     --Yo estoy velando por la tranquilidad del país. Duerman tranquilos.
     El almirante no durmió esa noche. Recién se acostó a las 7.30, cuando supo que la revuelta ya había sido dominada.

     Los oficiales sublevados quedaron alojados en la Jefatura de Campo de Mayo. Estaban los coroneles Cortines e Ibazeta, los capitanes Dardo Néstor Cano y Eloy Luis Caro y los tenientes primeros Jorge Leopoldo Noriega y Néstor Marcelo Videla.
     Les prendieron una estufa.
     Por frío procedimiento, el general Lorio firmó la orden de guarnición Nº 54 que creaba un Consejo de Guerra Especial para juzgarlos. La mayoría de sus seis integrantes odiaba al peronismo.
     Ninguno de los acusados nombró defensor. El fiscal, coronel Armando Faustino Repetto, pidió fusilamiento.
     Los jueces resolvieron, por cuatro votos a dos: "No ha lugar la pena de muerte".
     El artículo 643 del Código de Justicia castrense determinaba que a un militar sublevado y que no produce hostilidades le correspondía un castigo de entre dos y seis años de prisión.

     En el despacho de Aramburu, el general Lorio comunicó a la Junta la decisión del Consejo que él mismo había presidido.
     --Para dar un escarmiento ejemplar, basta con ejecutar a un oficial subalterno --consideró.
     --No es posible ajusticiar a un subalterno y perdonar a los cabecillas --saltó Rojas--. A todos o a ninguno.
     Por unanimidad, la Junta definió fusilarlos a todos.

     Lorio hizo al menos tres llamados en la noche del 10 de junio. Quería evitar las ejecuciones. El segundo fue a la residencia de Olivos: "El presidente duerme", le dijeron. La última vez que levantó el tubo oyó un ultimátum: "Por disposición del Poder Ejecutivo, la orden es inapelable".

     Los familiares de los oficiales detenidos llegaron a Campo de Mayo a primera hora de la madrugada del lunes 11. Desesperados.
     --¿Por qué no te escapaste, querido? --preguntó Nélida Cortines--. ¿No pudiste?
     --Sí que pude --contestó el coronel--. ¿Pero cómo me iba a escapar?
     También Ibazeta se despidió de sus cinco hijos y de Susana, su mujer:
     --"Negra", no le pidas a nadie por mí.
     Igual, ella corrió a Olivos: Aramburu tenía muy buena relación con su esposo y podría salvarle la vida.
     Le dijeron que el presidente dormía.

     "Si me hago el loco, me matan a mí también", pensó Tito. También pensó que toda su tarea sería llevar a algunos oficiales en el Chevrolet negro modelo 1946 hasta el terraplén de los fusilamientos, cerca de una estación de tren abandonada, dentro de Campo de Mayo.
     El lugar estaba prolijito: Lorio había mandado limpiar y emparejar el pasto. Era una noche cerrada. Hacía frío.
     A Tito le ordenaron que estacionara el auto frente a una fila de banquitos. Y que dejara las luces prendidas.
     De a uno, los sentenciados se sentaron con las manos atadas detrás de la espalda. Después les aseguraron los pies y les taparon los ojos.
     --¡Usted! ¡Venga! --escuchó Tito. Era un oficial al que nunca había visto. Le dio un fusil--. ¡Tome esto y vaya para allá!
     Tito tuvo que formar en el pelotón con otros colimbas, a unos diez metros de las caras de los condenados iluminadas por los faros.
     --¡Soldados! --les gritó Cortines--. Lo que he hecho, lo he hecho por la Patria. Ustedes cumplen con su deber y yo no les guardo ningún rencor. ¡Viva la Patria!
     --¡¡Viva la Patria!! --repitieron los seis que iban a morir.
     Enfrente, más apagada, a las 3.40 del lunes 11 de junio de 1956 sonó la orden de hacer fuego. Y luego un ¡puuuuum! único, como un cañonazo, estremecedor.
     Los oficiales revoltosos de Campo de Mayo cayeron, el pecho de cada uno estropeado a balazos. Pero seguían vivos. El coronel Cortines apenas se movía en el piso ante la mirada de su propio hermano, el capitán de navío José Estanislao "El Macho" Cortines. En la agonía, el capitán Caro aulló por su mujer.
     Entre las sombras Tito creyó ver que el coronel José Pablo Spiritto pegó los tiros de gracia y se puso a vomitar: había compartido el Colegio Militar con un par de muertos.
     Tito también creyó que esa madrugada algo de él había muerto un poquito.

     Entre el 9 y el 12 de junio de 1956 la Revolución Libertadora fusiló a 31 personas: 18 militares y 13 civiles, según el Departamento de Prensa del Ejército. En algunos casos aplicó retroactivamente la ley marcial; en otros volvió sobre la cosa juzgada.
     "Fueron jornadas tremendas y de grave responsabilidad --dice el almirante Rojas en sus memorias--. Los acontecimientos eran muy necesarios. Tengo gran tranquilidad de conciencia. Me oponía a una banda de asaltantes y teníamos que proteger al pueblo. Le he pedido perdón a Dios y me he hecho responsable por esas muertes."
     Hacía un siglo que en la Argentina no había fusilamientos por causas políticas.

     Después de eso Tito sintió que enloquecía. Un cura trató de serenarlo: le dijo que en los pelotones siempre se ponían algunas balas de fogueo para que quienes apretaban el gatillo no tuvieran la seguridad de haber matado. Pero Tito se acostó seguro de que había matado, en esa la noche en la que nadie durmió en Campo de Mayo.
     Cuando pasó una semana de acuartelamiento y por fin pudo pegar un ojo como la gente, Tito soñó que todo había sido un mal sueño, que nadie había muerto, que no había matado.
     A los pocos meses, el 27 de diciembre de 1956, le firmaron la baja por licenciamiento parcial de su clase. Nunca más volvió a tocar un arma.
     --No me dieron asistencia de ningún tipo --dice Tito, medio siglo después, en su casa bahiense--. Es algo que tengo acá, me vuelve loco. Y no sé si tiene cura. Yo nunca hablé de esto porque...
     --... porque no lo superó --interrumpe Gabriela, su compañera de los últimos 20 años--. Él llora cada vez que toca el tema. Siempre llora.
     --De vez en cuando cierro los ojos y me vuelven esas imágenes terribles. Y no sé qué hacer para que se me vayan.


Finalmente

     * Luego de su año en Campo de Mayo, Tito empezó a trabajar como chofer de micros de larga distancia. Cuenta que en 1971 la empresa le regaló un reloj de oro porque había promediado 21.000 kilómetros por mes. Luego guió camiones de una compañía de transportes. Anduvo casi medio siglo por las rutas argentinas. Orgulloso, muestra un carné de conductor que a los 71 años lo habilita para manejar cualquier vehículo. Tiene una hija que vive en Buenos Aires: ella también pasó por el Ejército.

     * El lunes 11 de junio de 1956 se produjo el mayor número de ejecuciones. Fueron 14: las seis de Campo de Mayo (en el sitio preciso ahora hay un monolito recordatorio), más cuatro en la Escuela de Mecánica del Ejército, tres en la Penitenciaría Nacional y una en La Plata.

     * Los certificados de defunción de los seis oficiales rebeldes acribillados en Campo de Mayo mencionan balazos en el tórax y en la cabeza. Los cuerpos fueron primero al hospital de la guarnición y de ahí los recogió la firma de pompas fúnebres Casa González, para trasladarlos al cementerio de Chacarita.

     * Además de Cortines, Ibazeta, Cano, Caro, Noriega y Videla, hubo otro condenado a muerte: el mayor médico Juan Pignataro, quien participó de la toma del Batallón de Infantería de la Escuela de Suboficiales "Sargento Cabral" con su amigo, el coronel Cortines. Como gracia, Cortines pidió una botella de coñac y despedirse del doctor: "Perdoname, viejo, por haberte metido en este lío", le dijo. Pignataro zafó por una cláusula de la Convención de Ginebra que impedía el fusilamiento de un médico.

     * También salvaron sus vidas todos los suboficiales vinculados a la revuelta en Campo de Mayo. Pasaron más de un día detenidos en el microcine y escucharon las ejecuciones. En el juicio sumarísimo resultaron condenados al paredón, pero el Poder Ejecutivo volvió a desautorizar a la corte castrense y les quitó la pena.

     * "Los fusilamientos de 1956 fueron el punto límite de la estrategia de desperonización de la Revolución Libertadora --dice Vicente Massot en su libro Matar y morir --. La ironía (perversa, si se quiere) es que en diciembre de 1955 el gobierno había eliminado del Código de Justicia Militar la pena capital para quien fuese hallado culpable de rebelión armada." El propio Perón había incorporado la pena de muerte en el Código Militar mediante la ley 14.117.

     * El historiador Félix Luna sostiene que el levantamiento "sólo fue un conato rápidamente sofocado" con acción en Buenos Aires, La Plata, Santa Rosa, Santa Fe y el Conurbano. "El fracaso fue rápido y la represión, absolutamente desproporcionada", concluye Luna.

     * "No todos los camaradas y civiles que habían empeñado su palabra de participar en el movimiento la cumplieron. Ese fue uno de los factores primordiales del fracaso", anota el suboficial Oscar Burgos en el libro Revolución y fusilamientos . Burgos integró el grupo que se apoderó de la Agrupación Servicios, liderado por el coronel Ibazeta.

     * El 1º de mayo de 1958 la Revolución Libertadora entregó el poder al desarrollista Arturo Frondizi, que había derrotado en las elecciones al radical Ricardo Balbín gracias al apoyo de peronistas, nacionalistas, católicos y sectores de la izquierda.