Bahía Blanca | Jueves, 18 de abril

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Sincericidio o ilusión

“La función primaria del organismo pleno es la secreción de ilusiones”, dice Ortega y Gasset. El alma se transparenta en sus deseos.

   Se ha conmemorado una vez mas la llegada de los Reyes Magos. Que no eran Magos de los que  nosotros llamamos prestidigitadores, ni sacaban conejos de la galera. Eran "Reyes Sabios" en astronomía, en medicina, etc. Históricamente se ha deformado la cuestión. De paso, se la ha paganizado. Se la ha reducido a una ocasión de recibir regalos y punto. Hasta ese nacimiento de Jesús, el pueblo elegido había sido “solo el pueblo judío”. Estos reyes sabios, representando a los continentes del mundo y sus pueblos, llegaron para postrarse y reconocer al Dios. Resalto lo de postrarse, que no es lo mismo que inclinarse o  meramente reverenciar, sino extenderse a todo lo largo de su humanidad en el suelo como adoración. De ahí en más Jesús sería Dios hecho hombre para todos los pueblos de la tierra. 

   Permítaseme una digresión personal. Yo también fui niño y desde temprano mis padres me “avivaron” acerca de que los Reyes. Y ese hecho de “realismo” y sincericidio de la ilusión, sin embargo, no logró quebrar aquella. Yo -pese a estar alertado- ponía el agua y el pasto  para los camellos, ponía mis zapatos lustrados como de charol y mis regalos sobre ellos, con la consabida cartita. Aguardaría que amaneciera y al levantarme me sorprendería porque habían estado, habían llegado a leer mi cartita, y la prueba de ello era el pasto y el agua que faltaban, y estaban los regalos que yo mismo me había comprado días anteriores. Esa “ilusión” no la podía remover ni quitar ni opacar “la verdad de la milanesa” de mis viejos, porque de ilusiones también se vive. 

   Dice Ortega y Gasset que “debemos aprender a respetar los derechos de la ilusión como uno de los haces propios y esenciales de la vida”. El ideal es un órgano de toda vida encargado de excitarla, porque como los antiguos caballeros, la “vida usa de espuelas” para trazar el rumbo. No dudo que la ilusión  ha de tener ese don de encantar y atraer nuestros nervios, pues de lo contrario será una ilusión paralítica incapaz de tensar la ballesta del ímpetu. La mujer, madre, novia, esposa, amante o amiga, es la más idónea inspiradora y generadora de ilusiones. 

   Porque la belleza de la vida está en la gracia y fervor que la informe, como que el presente es nuestra fatalidad y limita a toda hora el horizonte de nuestras ilusiones. Nuestra verdadera personalidad está constituida por nuestros deseos, empeños, anhelos, o sea, ilusiones. “La función primaria del organismo pleno es la secreción de ilusiones” dice Ortega y Gasset. Porque la vileza o pureza de un alma se transparenta claramente en sus deseos e ilusiones. Yo soy yo y mi circunstancia, pero esencialmente soy las ilusiones que me conmueven, y a esas no las puede derrumbar el realismo de los avivados, avisados o prevenidos de que los Reyes son los padres. Tampoco al adulto puede desanimarlo el comentario acerca de que el desvelo de los días y de las noches de mi amada son para otro. 

   ¿Por qué? Porque en todo caso “ella”, será mi ilusión: “mi amor imposible”. Y todos deberíamos saber que el amor imposible es el mas sublime y grande amor. Porque es capaz de darlo todo a cambio de nada. Shakespeare viene en mi ayuda y expresa: “Somos de la misma trama que nuestros sueños y que nuestras ilusiones”. Volviendo mi vista atrás, me veo niño en aquellas repetidas noches de Reyes, y me doy cuenta de que el deber de estudiar y ser buen hijo, era mi deber de estado. Pero todo deber es secundario ante el “ersatz” de la ilusión.