Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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Ernestina Perrens: "Hay siempre una verdad en el relato de ficción que toca la propia existencia"

La escritora argentina presenta su nueva novela, en la que la protagonista busca reconciliarse con su pasado mientras se hace cargo de un campo que recibe como herencia en la provincia de Corrientes.

Foto: Télam

   La escritora Ernestina Perrens pone en cuestión la noción de territorio y el lugar de la mujer en un sistema tan patriarcal como el agrario en Tacurú (Paradiso), su nueva novela en la que la protagonista busca reconciliarse con su pasado mientras se hace cargo de un campo que recibe como herencia en la provincia de Corrientes.

   "Esta tierra no es la mía", repite la protagonista, casi como un mantra, como si quisiese convencerse de que aquel ámbito rural al que llega con su pareja ocasional le es completamente ajeno, aunque sea el legado de su padre y la mujer que duerme arrullada por el chillido de los murciélagos sea su propia madre.

   Pero la historia y el pasado la desmienten. Poco después hablará de "un paisaje removido hacia un futuro sin tiempo, desangrado entre la tierra que disuelve la memoria".

   "Puesta en el camino de los desafíos, la protagonista será testigo de su propia transformación. Despojándose sin remordimientos de los mandatos familiares cambiará los códigos uno a uno hasta descubrir que, pese a todos los obstáculos, esa tierra está en su sangre", describe Sylvia Iparraguirre el texto, del que alaba que está "hermosamente escrito" en su contratapa.

   Ernestina Perrens nació en Buenos Aires en 1965. Es coordinadora de talleres literarios y productora del ciclo El Narrador emitido por Canal á, TV UNAM (México) y ARTV (Chile). Fue integrante del taller de Abelardo Castillo y finalista del concurso de cuento Ángel Ganivet, tercer premio de cuento de la Legislatura Porteña con Murales publicado en la revista Levadura de México.

   En una charla con Télam contó la gestación de la novela y el cruce de lenguas y de miradas que funcionaron como motores de la historia.

   —La novela tuvo un proceso de escritura bastante largo, comenzó a pensarla incluso antes que otras de sus obras.

   —De alguna manera la novela es un viaje de regreso, el viaje de regreso nunca se da en línea recta, es entrar en una especie de laberinto, sin garantías. Quizás esta idea de regreso estaba en el comienzo de mis obras sin que yo me diera cuenta.

   —¿Qué tiene de autobiográfica la historia?

   —La historia está atravesada por mis experiencias, mis propios fantasmas. Hay siempre una verdad en el relato de ficción que toca la propia existencia. Un enigma, algo inaccesible que atraviesa la novela.

   —Hizo el taller de Abelardo Castillo y él está presente incluso explícitamente, con la cita a La madre de Ernesto, uno de sus cuentos emblemáticos.

   —Fui alumna de Abelardo Castillo durante muchos años. El fue mi maestro, mi padre literario que me ayudó a encontrar mi propia voz.

   —¿Cuál es el lugar que el sistema patriarcal del ámbito rural le da a la mujer?

   —Creo que el sistema patriarcal en el ámbito rural le da diferentes lugares a la mujer depende dónde se encuentre; no es lo mismo la patrona, la mujer del peón o del capataz. En este entramado complejo sin duda, hay relaciones de poder, raciales, sistemas feudales arraigados a lo largo de la historia que dan cuenta de sordas tensiones y una problemática difícil de definir, pero que es necesario abordar.

   —Hay una suerte de conquista del desierto, o del Oeste en la historia de esa mujer…

   —Esta mujer intenta comprender y conquistar un territorio que por ser familiar paradójicamente le es ajeno, casi ominoso. Se siente perdida en un mundo endogámico del que necesitó irse. Una familia que no tuvo la energía para narrarse. Intenta asumir el control de las fuerzas que la hubieran borrado. En una escena de Autobiografía de mi madre, de Jamaica Kincaid, la protagonista en el Caribe rompe un plato inglés, de alguna manera era el espejo de una idealización inglesa donde se miraba. Este acto de ruptura lo hacemos todos de distintas formas, luego necesitamos reconstruir un mundo con las ruinas de eso que rompimos para reconquistarlo.

   —¿Cómo coexisten las diferentes lenguas en el territorio que narra? El guaraní, el inglés, el idishe... El mismo título viene de un vocablo guaraní...

   —Viví en un cruce de culturas y lenguas. Sin sentirme que pertenecía a ninguna del todo. Creo que en la novela los que abren el camino son los extranjeros, el inglés, el judío, la propia protagonista, que desestabilizan y permiten que algo nuevo aparezca.

   Tacurú es el nombre de unos hormigueros gigantes, que se petrifican, que quizás reflejen la inmovilidad del mundo agropecuario, algo que se mantiene inexpugnable a lo largo del tiempo, que impide crecer, algo que debe removerse para que la tierra sea fértil y esto solo se logra si entran aquellos otros. Tacurú es un acto de exogamia, es arriesgarse a la mirada del otro, es la entrada del extranjero.

   —¿Cuál es la importancia de la tierra en la novela? La narradora repite como un mantra que esa no es su tierra. Se preocupa por el acceso a la tierra de la gente del "fondo" de su campo y hacia el final parece reconciliarse con la idea de esa tierra que ha heredado.

   —Creo que la tierra es el centro de la novela, que la protagonista interpela, cuestiona, desde lo personal hasta lo social. Se inicia con esa escena donde un chico del fondo se le acerca y le dice "¿me regala una vaca, patrona?" y ella no sabe qué hacer con eso y se pregunta cuál fue la historia que fundó ese instante. Realiza un largo recorrido para poder nombrar esa tierra, para poder decir "esta es mi tierra". Necesita ejercer cierta violencia. Solo podrá apropiársela si abandona un exceso de cuidado, si corre los límites. Nombrar es poseer, hacerse cargo de la propia herencia, eso es lo que ella intenta hacer y aquí la tierra toma una dimensión personal.

   —¿Qué papel juega el antepasado inglés, una suerte de otro que mira extrañado la cultura guaraní?

   —El antepasado inglés la habilita a entrar en esa tierra. Ella se convierte en la nieta de Palms. Se integra, gracias a ese abuelo a una historia, como si lograra una filiación, una continuidad con su propio pasado. Le da otra perspectiva que le permite ser esa otra que busca ser. Esa otredad en la propia historia que la salva y la empuja al mundo.

   —¿El leprosario del que habla la historia existió realmente en medio de los esteros? Leí que usted contó que Rodolfo Walsh lo visitó alguna vez...

   —Está basado en el leprosario de la isla del Cerrito que se fundó a principio de siglo y del que mi abuelo fue director durante diez años. Walsh lo visitó antes de que lo cerraran y escribió el artículo La isla de los resucitados. Tacurú es ficción pero sin duda está basado en este leprosario. Lo he visitado y la vida que se desarrolla allí es una letanía que recorre la isla de la que nadie que la visite quedará indemne.

   —En algún punto, la historia de Tacurú tiene algunos puntos de contacto con la que protagonizó en los últimos meses Dolores Etchevehere. Más allá del trasfondo político que tuvo la noticia, se trata de una mujer inmiscuyéndose en un ámbito de hombres, y de hombres que pertenecen a una entidad tan conservadora como la Sociedad Rural Argentina…

   —Sin dudas hay puntos de contacto, pero están abordados desde ámbitos diferentes. Yo elegí la poética para interpelar esa realidad que sin duda compartimos. (Télam)