Bahía Blanca | Jueves, 17 de julio

Bahía Blanca | Jueves, 17 de julio

Bahía Blanca | Jueves, 17 de julio

Cuando Bahía Blanca estuvo a punto de tener su obelisco

Fue una idea que surgió para celebrar el centenario de la ciudad. “Así quedará completado el alegórico monumento, dándose a través del macizo ciclópeo la potencialidad económica y la ciencia de este pueblo”, señaló Francisco Marseillán, en 1926.

Recreación de la propuesta. Ilustración Leonardo Medina.

“Los obeliscos representaban un rayo de sol petrificado, vinculados a Ra, dios solar supremo egipcio. Simbolizaban estabilidad, poder divino y conexión con el cielo” (Jean-Pierre Corteggiani, egiptólogo francés).

En 1926 Bahía Blanca se movilizaba toda -a través de sus vecinos, entidades, colectividades y sectores políticos-- con vistas a la celebración de abril de 1928, mes y año en que la ciudad cumpliría su primer siglo de existencia. Había un clima de euforia y también de gran expectativa para concretar obras a la altura de tamaño acontecimiento.

En ese contexto fue que el ingeniero Francisco Marseillán, titular de una de las firmas que más construyó en nuestra ciudad, comenzó a publicar en este diario una serie de artículos bajo el título: “Lo que necesita Bahía Blanca para afianzar su grandeza”. 

Allí, el profesional enunciaba un conjunto de acciones para mejorar la ciudad y dejar un legado de la sociedad del centenario a las generaciones futuras.

Los temas incluían la necesidad de tener un camino pavimentado entre nuestra ciudad y Buenos Aires, disponer de una reglamentación para el tránsito vehicular, asegurando su seguridad y eficacia, habilitar más surgentes, estudiar la situación de Ingeniero White para que no se inundara con cada marejada, construir un embalse del Napostá y embellecer la avenida Alem para así contar con un paseo con “cachet”. 

Y hubo en particular una propuesta de Marseillán que buscaba dar cuenta de la trascendencia del Centenario y colocar a Bahía Blanca en el mapa de las urbes destacadas por sus monumentos. 

Francisco Marseillán, autor del proyecto

“Tendrá el impacto que tuvo la torre Eiffel en París”, aseguró.

Un centro sin sentido

En 1926 se concursó el proyecto del monumento a Bernardino Rivadavia, con la idea de que para el Centenario ocupara el centro de nuestra plaza principal.

Ese lugar estratégico del paseo esperaba, desde principios del siglo XX, la estatua de quien fuera el primero en intentar fundar nuestra ciudad. 

El obelisco en la época de la propuesta, 1928

Sin embargo ese emprendimiento venía a los tropezones, con un concurso declarado desierto y la falta de recursos económicos. Fue entonces que Marseillán propuso cómo ocupar ese emblemático lugar.

“Ningún bahiense puede sustraerse al deber de participar, con empeñoso afán, al mayor brillo de los actos, para que perdure a través de los años en recuerdo de ese acontecimiento”, explicó.

Y si bien se sabía entonces de los monumentos que donarían italianos, españoles, ingleses, sirios y nativos, para Marseillán faltaba algo más para que “el cuadro fuera perfecto”.

“Falta la visión hacia el futuro, el destello que alumbre a los siglos venideros con la luz del centenario. Eso es lo que propongo”, dijo.

“No es un grupo escultórico, ni una fuente, ni un arco del triunfo, ya que los conceptúo de vida efímera y no generan el sentimiento de grandeza suficientemente intenso. Propongo que en el medio de la Plaza se levante un obelisco de cien metros de altura, simbolizando con este número la edad de Bahía Blanca”. 

Faltaban 10 años para que el arquitecto Alberto Prebisch planteara una obra similar para la avenida 9 de Julio y habían transcurrido 78 de la inauguración del erigido en Washington.

Marseillán explicó que la obra tendría una base de piedra, “para que su solidez la preserve contra el embate de los siglos” y que además estuviera “impregnado de los efluvios de nuestro siglo”, por lo cual su estructura debería ser de hormigón armado.

El obelisco sería hueco, con una escalera y un ascensor interior para llegar a su cúspide y locales subterráneos “donde disponer los documentos y objetos ligados a nuestro progreso”.

En las paredes interiores se grabarían los nombres de bahienses ilustres y se cincelarían datos de la ciencia humana “para que los siglos conozcan nuestras verdades del mismo modo que nosotros escudriñamos el alma egipcia al través de sus monumentos”.

Quienes llegaran a la parte superior del obelisco podrían presenciar “uno de los más bellos panoramas que la imaginación pueda concebir. El marco encerrará cuadros marinos y vistas de planicies cultivadas, dominando el conjunto la majestuosidad de las sierras”.

La obra tendría trascendencia mundial, “colocando a la ciudad en la pequeña lista de aquellas que han ligado su nombre a su mejor producción arquitectónica”.

Marseillán calculó el costo del obelisco en 600.000 pesos (240.000 dólares de la época, 10,8 millones de la actualidad) y aseguró que en un año estaría terminado. ¿De dónde saldrían los fondos?: del aporte de los vecinos.

“Nadie negaría su óbolo y podríamos ofrecer a los visitantes un monumento que provocaría tantos comentarios como los que genera la torre Eiffel”.

Así se vería la obra en la actualidad.

Sabiendo (intuyendo) que su idea sonaría a locura, Marseillán se encargó de descalificar por anticipado a sus posibles detractores.

“Tal vez el proyecto les parezca a muchos algo lírico. A esos timoratos que todo lo consideran imposible por cuanto miran con la vara de su propia impotencia ante la vida, a los que se asustan de los grandes números por cuanto en su ignorancia no alcanzan a valorar la potencialidad escondida en las masas populares, ofrezco esta visión patriótica del centenario, con la bandera ondeando victoriosa anunciando al mundo la paz y el trabajo de los hijos de esta tierra”.

En el Centenario, la plaza Rivadavia no contuvo obra alguna en su centro.

Ni el monumento a Rivadavia, ni una réplica de la torre de Mayo como la de 1910, ni el monumental obelisco. Apenas unos cuidados canteros plagados de rosales que aportaron su toque de color y belleza al lugar.