Bahía Blanca | Jueves, 26 de junio

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Más blanca que nunca: recuerdos de la última nevada en Bahía

El temporal del 22 de julio de 2009 duró más de 5 horas y dejó un manto de 12 centímetros de espesor en toda la ciudad. Entre la sorpresa, la alegría y los contratiempos, la historia de una jornada que quedó grabada en la memoria reciente de todos los vecinos.

Fotos: archivo-La Nueva.

Los diagramadores de La Nueva Provincia completaban los últimos detalles de diseño para la edición que entraría a las rotativas en menos de una hora.

Eran cerca de las 23.30 del martes 21 de julio de 2009 cuando actualizaron los datos que se publicarían en la contratapa: el horóscopo, el crucigrama, las historietas, la columna de efemérides y el pronóstico meteorológico del día siguiente.

El tradicional recuadro del clima -una de las secciones más buscadas por los lectores- anticipaba que se trataría de un miércoles "frío y ventoso con chaparrones", "temperatura en marcado descenso", con una mínima de 4 grados y una máxima de 6, y la presencia de "viento muy fuerte" desde el sector sudoeste.

En medio del brote de Gripe A, que ya había ocasionado 12 muertes en la ciudad, y con las vacaciones de invierno en marcha, todo presagiaba una jornada en la que la mayoría de los bahienses se quedaría en sus casas, a resguardo de un invierno que parecía transitar una de las semanas más desapacibles del año.

Si bien algunos especialistas sugerían por esos días la posibilidad de alguna caída de nieve en la zona, especialmente sobre la comarca serrana, nadie era capaz de imaginarse que estaba por comenzar la mayor nevada de la historia de Bahía Blanca, en un temporal que se prolongaría durante más de 5 horas hasta dejar un manto de 12 centímetros de espesor por todas partes.

La falta de expectativas no era tan ilógica, después de todo: hasta esa madrugada el fenómeno sólo se había producido 24 veces en la ciudad, al menos desde que existían registros. La primera vez había sido el 4 de julio de 1864 y la más reciente, el 28 de mayo de 2007. Pese a lo que podría suponerse por su ubicación cercana a la Patagonia, las estadísticas locales revelaban un escaso promedio de nevada cada seis años.

Acaso por esos magros antecedentes o porque la mayoría de las veces los vecinos debieron conformar sus expectativas con precipitaciones de aguanieve -copos parcialmente fundidos y mezclados con agua-, la aparición de los primeros cristales de hielo flotando en el aire, alrededor de las 5 de la mañana, sorprendió por completo a los pocos que estaban despiertos.

En ese mismo momento los termómetros marcaban casi 0,5 grados, con una térmica de 16 bajo cero y el viento empujaba desde el sudoeste con ráfagas que alcanzaban los 75 kilómetros por hora.

El pronosticador Daniel Dodero, del servicio de Satelmet, admitiría poco después que jamás se había producido una combinación similar en los cielos locales.

"Nunca vi la conjunción de un anticiclón con trayectoria marítima-polar y la formación de una depresión en esta zona”, señaló, todavía asombrado, ante una consulta del diario.

La nevada, cada vez más abundante, pronto funcionó como la alarma de un gigantesco reloj despertador: amigos, parejas y familias enteras comenzaron a salir a las calles a partir de las 7, desafiando a las embestidas de aire helado, sólo para comprobar personalmente lo que habían visto a través de sus ventanas.

Era cierto.

Entre el asombro y la felicidad, los más chicos aprovecharon los copos acumulados en las veredas para darse el gusto de modelar muñecos con sombreros y bufandas o para improvisar batallas con bolas de nieve, al estilo de lo que suelen retratar las películas estadounidenses.

Muchos adultos, en cambio, decidieron recorrer en sus autos diferentes sectores de la ciudad, con la intención de comprobar cómo lucían algunos de los lugares más característicos -como la Fuente de Lola Mora o el Paseo de las Esculturas- en esa versión casi glacial de Bahía, que empezaba a asemejarse cada vez más a cualquiera de las viñetas dibujadas por Francisco Solano López para El Eternauta.

Y a pesar de que todavía no existían demasiadas facilidades para subir fotografías y videos en las incipientes redes sociales, la mayoría decidió registrar las imágenes de la nevada con sus cámaras, como una forma de perpetuar esos instantes que, por momentos, parecían completamente ilusorios.

Por más de cuatro horas, hasta poco antes del mediodía, buena parte de la ciudad se olvidó de sus rutinas para observar con fascinación cómo todo se iba cubriendo de blanco hasta lo irreconocible.

Claro que el temporal también mostró su costado más opaco: en amplios sectores se reportaron cortes de luz, caídas de árboles y cables, voladuras de techos y accidentes de tránsito. También hubo que suspender algunas líneas de colectivos y el servicio de recolección de residuos en los barrios con calles de tierra, e incluso el aeropuerto dispuso la cancelación de los vuelos programados para esa jornada fuera de todo cálculo.

Fueron necesarias más de 24 horas para solucionar todos los problemas logísticos pero, al menos por una vez, una cierta tolerancia generalizada superó al fastidio.

Con todo, la nevada del 22 de julio de 2009 quedó grabada en la memoria reciente de los bahienses no sólo por tratarse de la última registrada hasta el momento, sino porque también fue la más intensa de su historia.

Por más de 44 años el récord le perteneció a la tormenta del 9 de julio de 1965, cuando cayeron 9 centímetros de nieve en medio de los festejos oficiales de la comuna por el Día de la Independencia.         

La nueva marca quedó establecida de manera oficial el jueves 23 cuando el Servicio Meteorológico Nacional informó que el día anterior se habían alcanzado los 12 centímetros de volumen, tanto en la zona urbana como en la periferia.

Desde entonces, curiosamente, no ha vuelto a nevar en Bahía.

Pero con la llegada de cada invierno, parece válido recordar aquella frase del escritor japonés Haruki Murakami: “Con suerte, puede que incluso nieve para nosotros”.