Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

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Hay tiempos y tiempos

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   Perder, ganar, atesorar, invertir, dedicar, malgastar son acciones vinculadas al concepto tiempo. Épocas, años, meses, semanas, días, horas, minutos, segundos, son períodos donde nosotros y las cosas estamos sujetos, inscriptos.

   El tiempo es una magnitud física que mide y separa vivencias y ordena estableciendo presente, pasado y futuro, también se vincula con el concepto de eternidad.

   ¿Qué sucede cuando uno de los integrantes de la pareja necesita un tiempo? ¿Es parte de la crisis y anticipa el final? ¿Se debe conceder? 

Conformar una pareja requiere sentir y también pensar, de forma tal de atravesar cada etapa con seguridad. Una decisión precipitada puede ocasionar resultados indeseados, máxime si esa medida individual acarrea consecuencias para uno de los integrantes de la pareja.

   El enamoramiento inicial con una fuerte atracción y la sensación de mariposas en la panza, es el primer paso para que una relación se constituya. Una comunicación fluida es precondición para el conocimiento mutuo, para que se enriquezca la sexualidad y emerjan los proyectos conjuntos, eligiendo transitar en compañía de esa otra persona. Distintas etapas se conjugan en la convivencia y ninguna está exenta del desgaste propio de la rutina y a veces del desamor.

   Es habitual ante una crisis pedir un tiempo como única salida del problema, como si la ausencia o retirada solucionaran como por arte de magia un problema que se fue gestando en el tiempo. Imaginar que se puede extrañar al otro, establecer una distancia para comprobar qué tan fuerte es un sentimiento, lo único que ocasiona es la demora en la resolución del conflicto, y sobre todo se evita enfrentarlo con la sensatez necesaria. 

   Según psicólogos especializados en relaciones de pareja coinciden que de ser inevitable, la separación no debe superar las tres semanas, pasado este tiempo, estamos ante un “tiempo muerto” difícil de refundar.

   El problema no es el tiempo que se dispensa sino el destino del mismo; para que el período pautado sea provechoso para ambos caben algunas reflexiones: cuáles fueron los errores individuales que condujeron a tal situación, cómo revertir esas fallas, hasta dónde se está dispuesto a ceder, qué cambios cada uno de los integrantes de la pareja está decidido a implementar y, especialmente registrar si permanece vivo el deseo de continuar o tal vez lo que prima es la costumbre y la monotonía.

   Si el tiempo se impregna de distancia es sabido que hay menos posibilidades para el diálogo y el encuentro; la palabra es la única herramienta que permite establecer nuevas reglas de juego, renegociaciones y crear contratos alternativos. Decidir formar y sostener una relación a lo largo del tiempo que enriquezca cada vez más a sus integrantes no exime de que en algún momento se pueda terminar. 

   Lo importante es que cada uno conozca sus necesidades de forma tal que puedan compatibilizarse con las del otro. Pedir un tiempo es el indicio de que algo se tornó disfuncional, tal vez es una forma de reemplazar las palabras por una “distancia cobarde” que reprime pronunciar un “ya no te amo”, y si bien la ausencia durante un lapso aumenta el deseo por compartir con ese otro, el tiempo deberá estar ligado a la prudencia; pues como lo expresara Jorge Luis Borges “estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo”.