Bahía Blanca | Martes, 19 de marzo

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Revelan uno de los grandes misterios de la II Guerra Mundial: ¿Quién traicionó a Ana Frank?

Un libro presentó una larga investigación que llegó a la conclusión de que fue un escribano judío quien habría delatado el escondite de los Frank.

   ¿Quién traicionó a Ana Frank, la autora del famoso diario que refleja el horror del Holocausto?

   Después de años de complejas investigaciones, revelaron en un libro que el delator del escondite secreto de la joven alemana y su familia fue un escribano judío llamado Arnold van den Bergh: por su culpa, el 4 de agosto de 1944 los nazis descubrieron a Ana y a otros siete judíos –su hermana Margot, su padres Otto y Edith, su amigos Herman van Pels, con su mujer Auguste y el hijo Peter y el doctor Firedrich Pfeffer- en un departamento secreto ubicado en Ámsterdam; todos fueron deportados y Ana murió en el campo de concentración de Bergen Belsen, a los quince años.

   El único superviviente fue su padre Otto Frank, que leyó el diario que su hija había escrito durante los dos años oculta y decidió publicarlo para que el mundo conociera el espanto. Frank siempre se preguntó quién los había denunciado a la policía alemana que ese 4 de agosto de 1994, a eso de las 10.30, llegó al edificio de la Prinsengratch 263, sede de la empresa Opekta Pectacon y los descubrió en su alojamiento de la parte trasera del último piso.

   “La policía quiso ver los locales sobre el lado de la calle y yo abrí las puertas. Pensé 'si no quieren ver nada más, está bien'. Pero luego el sargento mayor salió al corredor y me ordenó seguirlo. Y de repente, me ordenó correr el estante del muro y abrir la puerta que había detrás”, relató Victor Kugler (llamado Kraler en el diario de Ana Frank), según el libro de la poetisa canadiense Rosemary Sullivan, titulado Quién ha traicionado a Ana Frank, investigación sobre un caso nunca resuelto, editado por Harper Collins.

La investigación

   Luego de una investigación única que duró cinco años, Collins logró darle respuesta a uno de los grandes misterios de la Segunda Guerra Mundial. Lo hizo gracias a modernas técnicas de investigación que incluyeron expertos en Inteligencia Artificial y a un equipo formado por decenas de investigadores, archivistas, analistas forenses, historiadores y criminólogos que puso bajo la lupa miles de documentos -en gran parte, inéditos- y entrevistó a los descendientes de todas las personas que conocían a la familia Frank.

   Coordinado por un exagente del FBI jubilado, Vince Pankoke, en 2019 el equipo llegó a la conclusión de que había pistas que llevaban a cuatro posibles delatores: Ans von Dijk, una mujer que había traicionado a unas doscientas personas y que trabajaba cerca del escondite; la hermana de Bep Voskuijl, una de las secretarias de Otto Frank, simpatizante de los nazis; el verdulero Hendrik Van Hoeve, que solía repartir mercadería a los empleados de la empresa Opetka y que podía suponer que había más gente viviendo allí escondida; así como Richard y Ruth Weisz, que se escondían desde hace meses en la casa el verdulero, y que cuando fueron arrestados, en junio de 1944, obtuvieron una mejora de su posición penal.

   Sin embargo, el grupo dedujo que no había pruebas suficientes para pensar que habían sido ellos.

Van den Bergh: una pista nunca explorada

   Entre los sospechosos quedaba solamente el escribano judío Arnold van den Bergh, una pista jamás explorada hasta ahora, aunque en 1946 Otto Frank había recibido una carta anónima en la que se mencionaba el nombre de este letrado, que murió en 1950. Si bien el original de esa carta se perdió, su copia fue hallada en los archivos de la ciudad.

   Van den Bergh había sido miembro del Consejo Judío de Ámsterdam que, por orden de los nazis, tenía que seleccionar a los nombres de los judíos para poner en las listas de deportación.

   Nacido en 1886, rico, respetado y muy influyente, Van der Bergh había logrado seguir trabajando pese al decreto nazi que obligaba a los judíos holandeses a ceder su actividad, luego de declarar falsamente que no era judío, con la ayuda de un conocido alemán.

   Pero en enero de 1943 un colega ariano destinado a ocupar su estudio lo denunció a los nazis y le hizo perder sus privilegios. Un año más tarde, al ser informado por el mismo conocido alemán de que podría ser arrestado junto a su familia, después de haber logrado poner a salvo a sus hijas gracias a contactos que militaban en la Resistencia, como moneda de cambio para salvarse a sí mismo, ofreció a la policía alemana una serie de direcciones de judíos que se encontraban ocultos, sin saber que en el número 263 de Prinsengracht estaban los Frank.

   Escrito como una novela, el libro de Sullivan no condena al escribano traidor, sino que lo trata con piedad, teniendo en cuenta el contexto del horror nazi, un mal que contagiaba.

   “Es ingenuo, absurdo e históricamente falso considerar que un sistema demoníaco, como era el nacional socialismo, santifique a sus víctimas: al contrario, las degrada, las ensucia, las asimila”, había sentenciado, de hecho, el escritor y sobreviviente al Holocausto italiano, Primo Levi. (La Nación - La Nueva)