Tomar y conducir: de la alegría a la tragedia en un segundo

Redacción de La Nueva.

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   Son muchos los hechos que cada semana se registran en nuestra ciudad en materia de accidentes viales, muchos de ellos relacionados con conductores que superan la cantidad de alcohol en sangre.

   No es que esta consecuencia los haga menos graves, pero les quita cierta repercusión en los medios y le resta gravedad a un hecho que potencialmente tiene un altísimo riesgo de generar daños propios y a terceros.

   Hace un par de semanas se registró un accidente en la localidad de Lanus, cuando un auto impactó contra una columna, conducido por una persona en aparente estado de ebriedad, mientras su acompañante se filmaba para las redes sociales.

   El ambiente dentro del vehículo era de fiesta, de alegría. Eran las 3.30 de la madrugada, la radio con un tema musical y las risas y las voces de quienes viajaban.

   Pero sin dudas dos elementos estaban presentes para convertir, en décimas de segundo, un momento de alegría en una tragedia. Uno la presencia de alcohol que, se sabe, afecta los reflejos, disminuye la capacidad de atención y de conducir con la capacidad adecuada.

   El otro, completamente inadecuado, es la velocidad. Las primeras observaciones del hecho indican que el vehículo iba a más de 140 km/h.

   Bastó un instante para que ocurriese lo previsible: un fuertísimo impacto y la carrocería que se reduce a un cúmulo de hierros que aprisionan, lastiman y matan a los ocupantes.

   El resultado no se puede medir en palabras. Tres heridos que quedarán detenidos para enfrentar causas penales y, el precio más caro, el fallecimiento de dos hermanas, Denis y Agustina, de 22 y 24 años de edad.

   Se puede discutir si hacen falta más controles, si la tolerancia cero y otras medidas pueden contribuir a disminuir este tipo de hechos. Pero es claro que si cada uno no toma conciencia propia de lo que hace, será siempre complejo siempre evitar estos sucesos.