Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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“Desaproveché tantas oportunidades como goles, por eso no progresé en el fútbol”

"Siempre tuve el sueño de ser el 9 de algún club grande, tenía las condiciones y todo a mi alcance para serlo, pero...” ¿Por qué Raúl Daniel Schmidt no llegó a donde muchos, todavía hoy, lo siguen imaginando? Sí, con esa camiseta de algún equipo importante que mereció vestir...

Fotos y videos: Pablo Presti y Archivo La Nueva.

Por Sergio Daniel Peyssé / speysse@lanueva.com

(Nota publicada en la edición impresa)

   Para muchos fue el mejor centrodelantero de la historia de la Liga del Sur. Para los que no son de Bahía Blanca es el referente de Olimpo y de nuestro fútbol.

   Raúl Daniel Schmidt, un 9 con instinto asesino, ambidiestro, de cabezazo demoledor y con movimientos hasta a veces indescifrables que terminaban con definiciones propias de un goleador altamente calificado y con pasta de crack. “El doctor del área”, como lo había bautizado el recordado relator de LU2 Rubén Coleffi.

   Ya está, definí las cualidades del “Ruso” como lo hubiese hecho cualquiera que lo vio jugar en Boca de Coronel Suárez, con la 9 de Villa Mitre, en su fugaz paso por Tiro o con la barba rubia a tono con su cabellera cuando transitó el mejor momento de su carrera con los colores aurinegros.

   Aunque existe una historia que sus aludadores tal vez desconozcan o con el paso del tiempo no lograron comprender: ¿Por qué no llegó a triunfar en el fútbol de AFA de Primera división?

   Los 6 cotejos que disputó en Deportivo Español, entre febrero y octubre de 1985, no significaron un pase adelante en su trayectoria, y él, 35 años después, explicó porqué no tuvo continuidad en ese club y cuales fueron los motivos para no quedarse en Quilmes o desechar las propuestas de Independiente, Estudiantes de La Plata y Chacarita.

   Schmidt aceptó el desafío de profundizar y contar, con lujos de detalles, una historia que, un poco por vergüenza y otro tanto por no haber tenido un final feliz, nunca sacó a la luz por decisión propia.

   “Fue una época complicada. A Español fui solo, sin compañeros y sin un representante que me marque el camino. Buenos Aires era demasiado grande para mi, la vida me cambió en un abrir y cerrar de ojos y la adaptación me costó horrores. El mundo se me había venido encima, no soportaba la soledad, aunque futbolísticamente siempre tuve en la cabeza que pude haber dado el triple de lo que di”.

   Con esa reflexión, el “Ruso” se metió de lleno en una nota que tuvo un solo fin: ¿qué pasó?, ¿por qué no explotó si tenía las condiciones necesarias como trascender a nivel nacional y, por qué no, en el plano internacional?

   “Los primeros meses en Español fueron durísimos. Vivía en un hotel, almorzaba y cenaba solo y la única compañía que tenía era cuando iba a entrenar. Me tomaba el 56 (el micro) y después de una hora y 15 minutos de viaje me bajaba en la plaza principal del Bajo Flores. Estaba por cumplir los 25 años, me encontraba en un espléndido momento deportivo, pero no me sentía lleno, había algo que me hacía ruido en la cabeza y que no me alentaba los mejores pensamientos”, destacó.

   “A Español fui más que nada por una revancha personal, porque un año antes, en 1984, me habían querido llevar Independiente y Estudiantes de La Plata y no se dio. No fue por culpa mía, te podrás imaginar que fue lo que sucedió...”

   —Quisiera saber...

   —Hubo un cortocircuito entre dirigentes. Por parte de Olimpo negociaba Roberto Migliorini, quien parece ser pidió mucho dinero por el pase. El que me quería si o si era Independiente, por intermedio del presidente Pedro Iso, muy amigo de Roberto. En plena etapa de conversaciones, “Pipa” también me ofreció a otros equipos, y en ese interín apareció Estudiantes, que tenía un equipazo y al que había enfrentado con Olimpo en el Nacional `84.

   “El `Pincha´ ofrecía mejor dinero, pero de un día para el otro la operación se cayó. Entonces Migliorini fue de firme con Independiente, pero Iso lo frenó en seco manifestándole que no le gustaba que le ofrezcan a otros interesados jugadores que él había pedido para su club. Me quedé sin el pan y sin la torta, a tal punto que se cortó la relación entre Iso y Migliorini y mi nombre desapareció imprevistamente del mercado de pases”.

   —¿Y entonces?

   —En 1985 surgió lo de Español, y quise demostrar que podía jugar en Primera; sabía que los que integraban planteles de AFA no eran muy distintos a nosotros, los del interior. Nos podían sacar una ventaja física, pero no técnicamente. Te digo más: con Español hubo un arreglo sencillo y rápido, pero no fui muy convencido.

   —¿Por?

   —Nunca me adapté al día a día que llevaban los jugadores de allá, yo estaba acostumbrado a otras costumbres y vivencias. No me trataron mal, que no se malinterprete, pero en Olimpo, por ejemplo, cuando terminaba un partido o un entrenamiento, con compañeros y amigos nos íbamos a la cantina del club a tomar y a comer algo, y por supuesto a hablar de fútbol o del equipo. Después agarrabas el auto y en 5 minutos llegabas a tu casa”.

Su otra pasión eterna, la pesca. Para cada caña, un reel distinto, ¿no, Raúl?

 

   “Todo eso me faltaba allá. En Español, y me imagino que en cualquier otro equipo de AFA sería similar, las relaciones eran más frías; cada uno hacía su vida y no nos reuníamos ni siquiera los que eramos de otros pueblos y ciudades y estábamos solos en un departamento u hotel. No se estilaba una rueda de mate en la casa de alguien, un asado en la semana, y eso me hacía hervir la sangre...”

   “Te doy un ejemplo: en el segundo partido que juego, ante River en cancha de Atlanta, ganamos 2-1 y tuve una tarde brillante. No marqué ningún gol, pero Pumpido me cometió un penal más grande que el estadio. Cuando llegamos al vestuario yo estaba feliz, pero los festejos duraron apenas unos minutos. Cuando me quise acordar me había quedado solo, sin que nadie me lleve hasta donde yo estaba viviendo. Camine media cuadra en la oscuridad de Villa Crespo, me subí a un colectivo y me volví a Capital”.

   —Qué poco duró la euforia, ¿no?

   —Subí al micro con una sonrisa de oreja a oreja, miré a los demás pasajeros preguntándome si me iban a reconocer, si se iban a dar cuenta de que venía de la cancha de Atlanta, que le habíamos ganado a River y que era el `Ruso' al que Pumpido le había cometido un penal. Pero fue al revés, me miraban como diciendo: `¿a este quien lo juna?´ En ese momento reforcé mi teoría: en Buenos Aires sos un número más y cada uno anda en su mundo sin importarle para nada el del otro.

   —Te entiendo, y a muchos jugadores del interior que fueron a algún equipo de AFA a probarse o a jugar les debe haber pasado lo mismo...

   —Me faltaba la vida de pueblo, de barrio, salir del club y comentarle una jugada a algún compañero. Cada vez que hablaba por teléfono con mi familia le advertía sobre los monstruos que había tenido enfrente, en el partido del fin de semana. Encima celulares no había, así que ni fotos tengo.

Con su compañera de siempre, Zulma Stremel, con la que se casó hace 35 años, y una casa llena de trofeos y aroma a Olimpo.

 

   “Todas esas sensaciones que no podía experimentar me producían un vacío bastante grande, por eso eran más los días que andaba desanimado que entusiasmado. Me fui cansando, y con el paso del tiempo, que no fue mucho, llegué a odiar un poco más a Buenos Aires, el ruido, su gentío, la indiferencia...”

 

La trompada, la roja y una noticia que recorrió el país

   Vamos por partes: en el primer partido del Nacional (17 de febrero de 1985), en Córdoba, donde Instituto venció 3-1 a Deportivo Español, el “Ruso” marcó el gol del “Gallego”, pero se fue expulsado --el árbitro era Jorge Vigliano-- a los 20 minutos del segundo tiempo por una agresión a Oscar Derticya que fue noticia a lo largo y a la ancho de nuestro país.

   —Ese hecho sufrió una distorsión muy grande con el paso del tiempo: ¿podés contar lo que realmente sucedió?

   —La roja directa fue porque a Derticya le di una trompada y no un codazo como se dijo en su momento. Vigliano no vio nada, porque iba corriendo siguiendo la pelota, de espaldas a donde veníamos Derticya y yo. Fue un encontronazo en la mitad de la cancha, a la salida de un córner y de un balón que habían despejado largo. Antes ya nos habíamos agarrado, y Dertycia, con bastante mala fe, me había pegado sin testigos. No hice más que devolvérsela con un cortito al medio de la cara”.

   —Con tanta mala suerte que le rompiste la nariz y le arrancaste un diente.

   —Sí, me acuerdo. Los hinchas locales y los jugadores suplentes de Instituto fueron a apurar al línea del lado oficial, quien llamó a Vigliano para que me expulse. Pero estoy seguro que el asistente tampoco observó el golpe; actúo bajo presión, y porque era Derticya claro...

   —Te dieron dos fechas de suspensión: ¿te costó volver?

   —No, porque entrenaba bien y quería aprovechar la oportunidad, más allá de que no estaba a gusto con la vida que llevaba.

   Después de la programación inicial, el 9 suarense disputó 4 cotejos más en el torneo Nacional (Jorge Habbeger era el DT de Español) y sumó apenas 25 minutos en el Metropolitano, ingresando en el segundo tiempo del choque por la fecha 10 (8 de septiembre), 2-1 del “Gallego” sobre Huracán.

   “Para el `Metro´ regresó al club la dupla López-Caballero (habían sacado campeón a Español en la Primera B, en 1984), que me había pedido en el receso de verano, antes del Nacional y de que ellos se vayan a San Lorenzo. Me preparé tres meses para la segunda parte del año, los técnicos me tenían en cuenta y me motivaban, pero en la semana previa al debut, contra Newell's, sufrí una lesión que me dejó mucho tiempo sin jugar”.

   —Te lesionaste de la manera más tonta...

   —Tal cual. Un día que terminé el entrenamiento con bastante carga en el posterior de pierna derecha, Esteban Pogany, con quien había hecho buenas `migas´, me pidió si no le pateaba algunos tiros al arco, y permanecí en la cancha. En uno de los remates, me pegó un pinchazo en la parte alta de la pierna, atrás, y quedé inmovilizado. No hizo falta hacer algún estudio complementario para determinar que era un desgarro.

   “Yo estaba para jugar de titular, pero había otros delanteros (el `Rulo´Lorea, un juvenil `Puma´ Rodríguez, Néstor Sassone...) a los que la dupla, por ahí, no les tenía tanta confianza. Entonces mandaron a pedir a un uruguayo (Daniel Andrada) por recomendación de otro charrúa, José Batista, un defensor que con el tiempo se convirtió en emblema de Español”.

   “Andrada tenía características similares a las mías, y tuvo la fortuna de entrar y meterla. Anotó varios goles seguidos y se afianzó en el puesto. Después de los 20 días de recuperación que comúnmente lleva un desgarro, me dieron 20 más, porque la dupla técnica le pidió a los médicos del club que alarguen mi inactividad. Me sentía bien, quería hacer fútbol, pero venía el doctor y me decía: `todavía no, falta más tiempo´. Claro, Andrada la estaba rompiendo...”

   “Contra eso no pude hacer nada, y aunque después fui citado en algunas ocasiones para ir al banco, no fue lo mismo. Había quedado bastante relegado en la consideración de los entrenadores”.

   —¿Cómo siguió todo?

   —Ya no tenía ganas de quedarme en Buenos Aires. A mitad de año tuve la chance de ir a Chacarita, pero dije que no porque prefería quedarme en Español así no jugara. En mi cabeza estaba irme, pero no a otro club de Capital o con participación en AFA. Lo único que quería era dejar Buenos Aires, no aguantaba más.

   “Si no me adapté al fútbol grande fue por circunstancias ajenas a mis condiciones futbolísticas, que me terminaron de convencer que lo que estaba viviendo en Buenos Aires no era para mi. Encima Andrada la seguía metiendo, pero yo no le podía decir a la dupla técnica que lo saque para que me den minutos a mi, que estaba en club desde comienzos de año. Soy muy tranquilo, siempre dejé que las cosas fluyan, y entendí que no tuve la suerte que si tuvo él, que arribó a Español y al fútbol argentino porque yo me lesioné”.

   “Si conseguía continuidad, por ahí convertía algunos goles importantes y me veía algún club superior para llevarme, no sé, la película me la sigo haciendo pese a que ya pasaron 35 años. Tal vez ese camino hubiese sido el más normal, pero se fueron dando situaciones diferentes que no me beneficiaron... El universo no conspiró y encima en ese club, como presidente, tuvimos que soportar a Ríos Seoane (Francisco), el maestro del engaño”.

   —¿Qué podés decir de él?

   —Era bravísimo, le tomaba el pelo a todo el mundo. La sede social de Español funcionaba en el mismo predio donde estaba el estadio. Día por medio iba Guillermo Cóppola, en este entonces representante de Hugo Alves, el “Gallego” Vázquez y Juan Manuel Sotelo. Cuando la secretaria le informaba que había llegado “Guillote” con papeles para firmar, él se iba por otra puerta. No lo atendía, aunque al auto, al salir por el portón del complejo, lo veía todo el mundo.

   “En mi primer mes en el club me atendía como un duque: me pasaba a buscar en su Falcon, me invitaba a su casa-quinta a comer asados, pero al poco tiempo, de golpe y porrazo, se cortó. Era un hombre muy particular, raro, como cualquier empresario de poder que no sabías a que se dedicaba y cómo hacía la plata...”

 

Baradero, la excusa perfecta

   —¿Español te cumplió con el contrato en su momento, a lo económico me refiero?

   —Sí, de eso no me puedo quejar. Igualmente, y te repito, yo me quería ir. En octubre, recomendado por “Tito” Sassone, paso a préstamo a Sportivo Baradero, que estaba participando activamente en los viejos Regionales.

   “Ahí descubrí otro tipo de gente, más servicial y súper hospitalaria. Me alquilaron una casa a 8 cuadras de la cancha, pero igual me pasaban a buscar para ir al entrenamiento o para ir a comer al club. Es como que retrocedí en el tiempo, como que me reencontré conmigo mismo en acciones y situaciones que me hacían feliz”.

   “Y te digo que lo económico no fue determinante para que vaya a Baradero, porque cobraba casi lo mismo que percibía mensualmente en Olimpo”.

   —Pero permaneciste poco tiempo, porque a principio de 1986 ya estabas en Olimpo otra vez.

   —Al mes de haber llegado, el club empezó a flaquear económicamente y eso motivó que los dirigentes, en un reunión, nos lleguen a plantear una rebaja salarial del 50 por ciento, aunque conmigo hacían una excepción porque había un arreglo especial con Deportivo Español y no me podían tocar el sueldo.

   “La decisión de los directivos no cayó nada bien en el plantel y algunos me empezaron a mirar de reojo, pese a que yo no tenía la culpa de ser el único al que le iban a seguir respetando el sueldo. Así que, a los ponchazos, seguí jugando hasta fin de año, cuando decidí interrumpir el vínculo para volverme a Bahía”.

   —Sigo sin poder creer que no te hayas adaptado o insertado al fútbol de AFA.

   —No me acostumbré a vivir en Buenos Aires, aunque como te digo una cosa también te aclaro otra: si me ofrecían un contrato de un millón de pesos por mes, hubiese hecho el esfuerzo. Era cuestión de aguantar 2 o 3 años, llenarme los bolsillos y regresar `hecho´ económicamente. Sin embargo, el dinero nunca fue determinante cada vez que tuve que tomar una decisión en mi carrera.

   Schmidt se inició en Boca de Suárez (goleador en los 4 años en Primera, entre 1976 y 1980) y después pasó por Villa Mitre (1981), Deportivo Roca (1981), Villa Mitre (1982), Olimpo (1983), Tiro (1983), Olimpo (1984), Español (1985), Sportivo Baradero (1985), Olimpo (`86-'91), Estudiantes de Pahuajó (1991), Costa Brava de General Pico (1992), Villa Mitre (1992), Boca de Suárez (1993), Deportivo Patagones (1993), Olimpo (1994), Villa Mitre (A/C de Héctor Bentrón en 1995) y Atlético Monte Hermoso (1996, campeón como jugador y DT).

   —En 1978 superaste una prueba en Quilmes, pero no te quedaste, ¿por qué?

   —Estuve 25 días entrenando, pero por un capricho no me quedé y no formé parte de aquel equipazo que terminó consiguiendo el Metropolitano de ese año con unos nenes bárbaros: Tocalli, Gáspari, Andreuchi, Fanesi, entre otros.

   “Tenía 19 años y extrañaba un montón. En Quilmes ya me querían fichar, solo faltaba que lleguen a un acuerdo con Boca de Suárez. En un momento, el técnico (José Yudica) convocó a 20 futbolistas para ir a jugar un amistoso a Uruguay, pero a los pibes que eramos del interior nos dio libre de viernes a martes. Entonces el club me pagó los pasajes en micro, ida y vuelta, de Buenos Aires a Suárez, pero me quedé en mi pueblo y no volví a Quilmes. Me llamaron 3 o 4 veces a la casa de una vecina, pero nunca los atendí y desistieron de ficharme”.

   —Muchos aseguran que, más allá de tus condiciones, la “joda” y vivir de noche te perjudicaron futbolísticamente: ¿mito o realidad?

   —Mi única joda eran los asados con amigos, quedarnos de sobremesa a charlar de fútbol y de lo que sea. No vivía de noche y no llegaba a cualquier hora de la madrugada a mi casa. Antes, los jugadores, salían todos, era normal ir a una cena, jugar a las cartas y tomar vino, algo que ahora parece un pecado capital.

   “Los sábados me acostaba a las once de la noche a mirar una película. Además, me casé con mi actual señora, a la que conozco de toda la vida, en mayo de 1985. Siempre fui muy tranquilo y nunca llevé una vida descontrolada; si me acostaba tarde después de un asado era porque me quedaba conversando. Compartir con amigos y compañeros fue lo que siempre me gustó hacer”.

   —Por lo poco que jugaste en Español, por haber mirado a delanteros rivales, ¿te llegaste a dar cuenta de que tenías todas las condiciones para que te vaya mejor en el fútbol de la A?

   —Sí, y eso que en Español no tenía volantes para que me pueda entusiasmar y decir: “con estos me canso de hacer goles”. No había uno que me ponga los centros a la cabeza como el “Gallego” Palacio. Los volantes de Español eran mas metedores, batalladores, de entrega... Si hubiese tenido la oportunidad de convertirme en goleador, tal vez triunfaba, que se yo... Ya pasó y no me arrepiento de nada”, admitió, reconociendo igualmente: “Desperdicié tantas oportunidades como goles en mi carrera”.

 

“¿Depietri?, un fuera de serie”

   “Siempre tuve el sueño de haber sido el 9 de algún club grande, lo sentía, tenía las condiciones, pero no todo dependía de mi. Tal vez no tuve a la suerte de mi lado, no estuve bien rodeado y no conté con ese empresario que haga fuerza por mi”, deslizó, con cierta nostalgia, el rubio suarense.

   —¿Te referís a un representante?

   —Alguien que, por ser amigo de los técnicos y de los dirigentes de los clubes grandes, me ofrezcan para un negocio del que yo, seguramente, no iba a ser parte. Si a mi me mostraban, si me acostumbraba a otro mundo entrenando durante algunos meses al más alto nivel, te puedo asegurar que hubiese crecido y triunfado como profesional. Pasó el tiempo, pero sigo creyendo que podría haber jugado en cualquiera del los clubes grandes de la Argentina.

   —Ya resalté tus virtudes, ¿me faltó alguna?

   —Ganaba mucho de cabeza y le pegaba con las dos piernas. Lo que aprendí fue por estar y recibir consejos de grandes delanteros, quienes me enseñaron que, para estar en el momento justo y poder llegar a conectar la pelota, tenía que saber marcar el pase o el destino del centro. Además, una de mis virtudes era retrasarme un poco para observar la jugada y picar al espacio vacío.

   “En Boca de Suárez jugaba con la 10 en la espalda, de cuarto volante o como delantero retrasado, aunque siempre me gustó llegar al área y meter goles. En Olimpo, el hecho de tirarme atrás y de asociarme para llegar al gol lo hacía con Roberto Depietri, un jugador fuera de serie y un crack para definir”.

Palacio, Schmidt y Depietri, ¿qué más agregar?

   “Además, los equipos de Olimpo de los `80 eran netamente ofensivos. Hago referencia a una formación al azar: arriba el tridente era Favret-Schmidt-Palacio y los volantes por afuera Oviedo y Depietri. Es decir que atacábamos con cinco. Y si Depietri iba de punta, entraba Mansilla... ¡Qué equipos, mamita! Por lo general eran formaciones con un enganche, tres delanteros y carrileros con más llegada que marca. Convertíamos goles, pero también sufríamos mucho”.

   “Bueno, pero siguiendo con la idea de la entrevista, Dios quiso que me quede en Bahía, y no vi motivos para torcerle el brazo...(risas). Buenos Aires no era para mi, y como Él me dio un montón de señales, siempre preferí volver”.

 

El once ideal

 

   Raúl armó un equipo de ex compañeros, aunque él se puso en el banco. Ahhh... en la línea de fondo pidió elegir a dos jugadores en el puesto de segundo marcador central.

   Así quedó: Gerardo Boletta; Nelson Vivas, Ricardo Javier Casado, Ariel Wiktor o Eduardo Diomedi, Manuel Cheiles; Oscar Alfredo De La Canal, Norberto Claudio Rotondi, Roberto Andrés Depietri; José Ramón Palacio, el “Puma” Rodríguez y Rubens Navarro.

 

La anécdota

 

   Eduardo, pero ese es... “En la campaña del ascenso al Nacional B (88-89) fuimos a jugar a San Luis, contra Estudiantes. Eduardo (Grispo), siempre meticuloso con los detalles, nos dio la charla técnica y repartió las marcas: Daniel Ronco y yo debíamos tomar a los dos centrales en las pelotas paradas. Cuando el equipo local salió a la cancha, lo hizo con camperas arriba de las camisetas, y nuestro DT se empezó a desesperar cuando vio que había tres altos en vez de dos, que supuestamente eran los zagueros”.

   * “Me empezó a llamar a los gritos, me decía: `Raúl, mirá aquel grandote, por los rasgos parece colombiano o venezolano, pero a ese no lo tengo en la lista´. Me empecé a reír y Eduardo se enojó, pero yo me había dado cuenta que ese gigante con cara de malo era el arquero. Se le veía un buzo amarillo abajo de la campera, cuando los colores del equipo eran verde y blanco”.

   * “Eduardo era tan orgulloso que no reconoció el error. Me dijo: `bueno, vaya, vaya, concentrado ehhh...' Me dio mucha gracia y entré a la cancha riéndome, y a más de un rival le tuve que explicar que no me estaba mofando de ellos. Al llegar al medio, miré otra vez hacia donde estaba Grispo y le pregunté: `¿al final, quiere que marque al arquero?´ Muy divertido...”

 

En Deportivo Español

 

6

   Cotejos sostuvo el “Ruso” en Español y en Primera de AFA. Cinco fueron en el Nacional y uno en el Metropolitano. Marcó un gol (a Instituto, en el debut) y vio una roja.

 

En la Liga del Sur

 

219

   Goles en 337 cotejos oficiales, registra Raúl Schmidt en equipos liguistas. En Olimpo disputó 286 (188 goles), en Villa Mitre 41 (25) y en Tiro 10 (6).

 

Video 1: Un mini museo en su propio garage

 

Video 2: "Ruso", ¿por qué no llegaste a donde debías llegar?