Bahía Blanca | Martes, 24 de junio

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Vivir y revivir

Si 81 años son los que, según milenarias filosofías orientales, cada ser humano debe cumplir para terminar de comprender cuál es su misión en la vida, desde su visión cristiana y católica Susana Angélica Saravia cree que la suya ha sido la de gestar y proyectar una familia de 9 hijos que hoy se prolonga en 30 nietos y un bisnieto. Si 81 años son, para la mayoría de los humanos, los que enmarcan los días de quietud, para ella significan la posibilidad de recorrer a pie, como Legionaria de María, las casas del barrio San Cayetano, y de seguir jugando al tenis como parte de un trayecto que durante septiembre de 2012 la llevó a representar a la Argentina en el Mundial jugado en Croacia. Si el presente, además, la estimula a repartir sus días entre viajes y lecturas en inglés, lengua de la que es profesora, este verano, como todos los demás, también la lleva hasta la infancia para revivir sus vacaciones con un primo hermano muy especial: el Che Guevara, para ella, simplemente Ernestito.
Vivir y revivir. Sociedad. La Nueva. Bahía Blanca

Tras ese inmenso ventanal de un noveno piso de la avenida Colón al 200, los ojos de Susana parecen fijarse en ese costado que la ciudad muestra con casas muy antiguas de balcones de hierro y techos de chapa.

Pero sólo parece.

En realidad, esa mirada se extiende por un largo tiempo que se vuelve palabras.

Pudo haber nacido en Salta. Su padre era de allí, pero como su mamá tenía sólo un riñón decidió irse a Buenos Aires con anticipación. Nació el 14 de noviembre de 1931.

"Dicen que el país estaba convulsionado por la revolución de 1930, pero siempre lo viví así, y con más revoluciones: 1943, 1955... 1966, 1976".

A su papá, el abogado Mario Saravia, en 1936 la Justicia Federal lo nombró defensor de pobres, ausentes e incapaces en Bahía Blanca. Su mamá, Susana Guevara Lynch, que tuvo 6 hijos, era hermana del padre de Ernesto Che Guevara.

"Estuvimos en Bahía entre 1936 y 1938, cuando regresamos a Buenos Aires. Papá, que se quedó y viajaba todas las semanas en tren, luego pasó a la Cámara Federal. Volvimos en 1944. Primero ocupamos una casa en Gorriti y Güemes, más tarde fuimos a Estomba 243".

  De su paso por un colegio inglés porteño queda la pasión de Susana por el deporte; practicó hóckey, rounders (parecido al béisbol) y básquetbol, pero en Bahía casi nada de eso era posible para las mujeres, y como ella no estaba dispuesta a la inacción, comenzó tenis en Sportiva, por entonces en la avenida Alem, donde ahora está el Club Universitario, y después en Florida y Witcomb.

A Fernando Rey Méndez lo había conocido en el verano de 1938/39, en Monte Hermoso, donde el hotel de madera estaba en su esplendor. Se casaron en noviembre de 1952; entre 1953 y 1970 tuvieron 9 hijos: Susana María, María Isabel, Fernando, María Cecilia, María Dolores, Mario, María Cristina, María de los Angeles y Mariana.

"Retomé el tenis después de 22 años y poco a poco empecé a competir. Nunca gané títulos importantes ni soy una buena jugadora, pero el deporte me mantiene lúcida".

Con 75 años debutó en el Mundial Superseniors de Turquía 2008 y en septiembre del año pasado jugó el de Croacia. Dice que deportivamente no tuvo buenos resultados, pero que guarda lindas experiencias y varias anécdotas, entre ellas la que le dejó una escala en París.

"Volamos a Turquía en Air France y cuando cambiábamos de avión, como llevaba el raquetero a la vista, la policía me detuvo y revisó las raquetas palmo a palmo con un dispositivo especial. Después supe que en París habían desbaratado una red de narcotraficantes que usaba personas mayores y... sospecharon de mí".

La pasión por el tenis ya se prolonga en María Cecilia, una de sus hijas, quien con 55 años disputó el Mundial Seniors de San Diego, Estados Unidos.

Si bien Susana duda en volver a representar a la Asociación Argentina de Tenis, no se aparta de su plan de partidos en Sportiva, y planea viajar a Buenos Aires para sumar puntos que le permitan clasificarse al Mundial Superseniors que este año se jugará en Austria.

"Esto es parte de mí y la competencia ahora es conmigo misma".

Viuda desde hace 7 años ("Fue y es una prueba tremenda. Con mi marido compartimos 52 años y medio, formamos la familia y tomamos las grandes decisiones"), también viaja para visitar familiares y lee libros, sobre todo novelas en inglés, el idioma que enseñó en la Cultura Inglesa, la Universidad Tecnológica Nacional y en institutos privados.

Desde hace 25 años miembro de la Legión de María, Susana visita casas de familia del barrio San Cayetano para ofrecer un mensaje de fe y para tratar de ayudar a quienes lo piden.

"A muchos no les interesa lo que hacemos; están apurados, no tienen tiempo y tampoco les importa saber dónde están parados".

Susana siente que la felicidad es cumplir con las convicciones. Procurar hacer cosas importantes por el prójimo le produce satisfacción, y si es con logros, mucho más, pero no busca compensaciones.

"Dios nos pone por algo en este camino, y mi misión ha sido la de formar una familia de buenos cristianos. Estoy lista para partir cuando Él lo disponga, pero mientras tanto deseo seguir sirviendo".

Gracias por las gracias

Susana cree en Dios y en la eternidad. Cuenta que ha recibido "gracias especiales que no tienen explicación racional", entre ellas, la que la conmovió hace tres años, cuando, tras una intervención quirúrgica por glaucoma, fue perdiendo la vista.

"Al tiempo se me formó una catarata y volvieron a operarme; la presión subió y estaba a punto de perder un ojo. El oftalmólogo, que es uno de mis sobrinos, consideró que sólo se podía intentar salvarlo con otra operación, pero sin resultados garantizados. La medicación no respondió y me fijaron la intervención para un martes".

El domingo, en aquella misa, se evocó el Evangelio del Ciego de Jericó, quien se abrió paso entre la multitud que le impedía acercarse a Jesús y le suplicó poder ver. Su pedido fue milagrosamente concedido. Susana pidió no perder la vista.

Dos días después, al regresar al consultorio, la presión ocular estaba normalizada.

El primo Ernestito

"Ernestito cumpliría 85 años en junio...", deduce Susana mientras varias fotos en blanco y negro de los más diversos tamaños pasan por sus manos. Con ellas vuelve a las vacaciones de su niñez, a la estancia que su abuela tenía en Ireneo Portela, en el norte bonaerense, o a la cordobesa Alta Gracia, donde los Guevara Lynch se habían trasladado para tratar el asma que sufría el todavía lejano Che.

"En las vacaciones nos encontrábamos todos los nietos. Mamá fue la décima hija, y mi tío Ernesto, el papá de Ernestito, el noveno. Cuando enviudó, se casó con una chica muy joven y tuvo dos hijos más". 

De aquellos días en las sierras cordobesas describe a Ernestito desviviéndose por los chicos pobres del lugar.

"Tenía alma de líder y era honestamente solidario. Los morochitos cordobeses lo adoraban. Su mamá, Celia de la Serna, fue quien más influyó en sus ideas. A él lo rebelaba la injusticia social. Admiré ese pensamiento, pero como cristiana nunca compartí la lucha armada".

Susana fue muy amiga de una las hermanas del Che, Ana María, que murió en Cuba; también de Celia, que tiene 83 años y con quien se reencontró en Buenos Aires hace muy poco, porque ella también tiene problemas en la vista.

"Mi primo terminó la escuela primaria con mucha dificultad por su salud. Para premiar su esfuerzo, nuestra abuela le preguntó qué regalo quería. Todos hubiéramos elegido una bicicleta, pero él pidió la obra completa de Emile Zola".

Zola (1840-1902), fue un escritor francés considerado el padre del naturalismo, recordado por la frase: "La verdad está en camino y nada la detendrá".

En esos veranos, todavía sin televisión, leían mucho. Ernestito prefería a Dostoievsky (escritor ruso, 1821-1881). Cuando terminó el bachillerato en Córdoba, ingresó a la facultad de Medicina, en Buenos Aires.

Se vieron por última vez en el verano de 1952, cuando su primo pasó por Bahía Blanca con su amigo Alberto Granados, como parte del legendario viaje en moto que se extendió por América Latina y que terminó por decidir su futuro.

"Pararon en nuestra casa de Estomba 243; pensaban irse pronto, pero Ernestito tuvo un ataque de asma que lo dejó de cama. Se quedaron una semana. Para entonces, yo preparaba mi casamiento con mi novio marino. En una discusión, mi primo me dijo que para él la única solución a la injusticia social era una revolución de clases, y que la lucha armada era por el bien mayor. Ahí me di cuenta de cuál era su determinación".

Se despidieron en febrero. Ernestito estaba invitado para el casamiento de Susana, en noviembre, pero ya no volvieron a verse. Tampoco a escribirse. 

"En ese viaje, como quería especializarse en alergias, visitó leprosarios de Venezuela y Perú. Después se recibió de médico en Buenos Aires y partió a Guatemala, luego a México, donde trabajó en la Universidad Estatal, conoció a Fidel y Raúl Castro, fue un líder de la Revolución Cubana, y todo lo demás es muy conocido. Esa tarde de octubre de 1967, cuando supe que lo habían matado en Bolivia, no quise ver nada en la televisión. Sentí mucho dolor. Hoy sólo puedo decir que él fue consecuente con sus ideas y que en el mundo sigue la injusticia social".