Villa Floresta se siente libre, pese a la cárcel
¿Se pueden acunar sueños frente a una cárcel?
En La Falda al 2300, Azucena y Carlos Toracchio hicieron realidad el sueño de la casa propia.
"Estamos recontentos y protegidos", asegura Azucena, una costurera que pasa casi todo el día en su hogar.
"¿Peligroso? ¿Inseguro? Nada que ver. Durante la construcción hemos dejado los materiales sin llave y jamás nos faltó un clavo", asegura Carlos.
Los vecinos de Villa Floresta reivindican la tranquilidad de un barrio identificado con la cárcel y sólo unos pocos evocan los angustiantes momentos que se remontan a los motines de la década del '90.
A diferencia de lo que sucede en otros puntos de la Provincia (por caso, Saavedra), la Unidad Penal Nº 4 no modifica los ritmos de este sector bahiense, tanto que, para el presidente de la sociedad de fomento, Hugo Verna, es "como si fuera un supermercado o una estación de servicio".
"Antes, era común pensar que vivir cerca de la cárcel era peligroso; hoy, doy fe de que muchos no se irían nunca de este lugar. Nuestros problemas no tienen que ver con los familiares de los presos ni con la inseguridad, sino con cuestiones más ligadas a los servicios públicos".
Verna cuestiona que aún no se hayan pavimentado las dos cuadras que restan para unir el contorno del penal, sobre la calle Eduardo González, las únicas de tierra del trazado que cumple la línea 502, cuyos colectivos traen a los familiares de los reclusos y al personal del establecimiento.
Mamitas y abuelas. Más allá de la alegría por su flamante casa, Azucena habla de la tristeza que siente cada día de visita.
"Es muy duro ver a las mujeres; muchas de ellas son jóvenes con bebés en brazos. También se ven ancianas en la cola para poder ver a sus seres queridos. Tengo hijos y pienso que el peor castigo para una madre debe ser tener uno tras las rejas".
Delma Iriarte, vocal del centro de jubilados, hace 30 años que vive en Villa Floresta.
"Mi marido tiene un taller de chapa y pintura. Jamás hemos sufrido un problema vinculado con el penal. Mis hijos fueron a la escuela 64 y me acuerdo que, para el Día del Niño, se organizaban grandes festivales y que el personal de la cárcel donaba los juguetes".
Lejanos motines. Delma, que vive a una cuadra y media del centenario edificio carcelario, también evoca los tiempos de motines, por "la mugre que quedó, aunque el resto estuvo controlado".
"En este lugar, nadie se mete con nadie", afirma Stella Maris Riobó, secretaria del centro de jubilados, quien cuenta que llegó al barrio hace unos seis años, impulsada por la cercanía con el Paseo de la Mujer, un lugar que le encanta. Además, porque su hijo vive aquí.
Luciano Enríquez tiene 30 años y un polirrubro frente al penal, donde trabaja por la mañana. Al igual que su padre, se desempeña como guardiacárcel.
Más allá de la clientela del barrio, su negocio es una solución de último momento para las visitas; sobre todo, con gaseosas, cigarrillos, galletitas y tarjetas telefónicas.
"Nací en Villa Floresta y acá pienso morirme, porque no la cambiaría por nada del mundo", asegura.
A pocos metros de allí, Laura ofrece desde comestibles hasta artículos de librería.
"Nuestra clientela es amplia y hay familiares de reclusos que vienen desde hace años. Me crié en este lugar, al que amo. Hace un tiempo, nos mudamos a Mitre al 1000; nos robaron y volvimos de inmediato".
Alberto Menicucci es casi tan conocido en Villa Floresta como la propia cárcel. Tal vez porque no sólo vive enfrente, sino porque, durante los últimos 60 años, dice que ha vivido todos y cada uno de los movimientos del penal.
"Me cansé de protestar y de pedir resarcimiento por los daños causados cuando, en 1993, por un motín, más de dos mil familiares de los reclusos acamparon siete días en mis quintas".
Jubilado, de 70 años, Menicucci admite que hoy todo está tranquilo, que lejos estuvo de mudarse y que, en épocas pasadas, los jefes del penal y los vecinos eran como una gran familia. En cambio, ahora, ni los conoce.
Silvana tiene dos hijos, de 4 y 6 años, y hace poco que llegó desde Trenque Lauquen. "La verdad, vivir cerca del penal me inspira algo de miedo, pero nunca tuve un problema", afirma, mientras que Ada, en la puerta de su casa de Mallea al 2100, repite que Villa Floresta es un barrio espectacular.
El lugar
Desde 1909 la Unidad Penal Nº 4 domina el paisaje de Villa Floresta, donde viven unas 900 familias en el espacio comprendido por la avenida Alem, la ruta 33 y las calles Reynal, Mallea, Payró, Cuyo, Guido Spano y Florida, las vías del ferrocarril, el límite noroeste del Parque de Mayo y calle Witcomb.
Mario Vargas, el director
Buenos vecinos
El inspector mayor Mario Alberto Vargas acepta que semejante estructura carcelaria puede generar "lógica incomodidad" entre los habitantes del lugar, aunque al mismo tiempo dice que la cárcel tiene "buena receptividad en el barrio".
El director de la unidad penitenciaria afirma que no recibe reclamos de los vecinos y que la apertura de quioscos y mercados obedece, en buena parte, a la demanda que surge por el penal.
"Desde esta edificación de 101 años interaccionamos de manera intensa con los vecinos", sostiene Vargas, un entrerriano que asumió su cargo en octubre de 2010.
Acerca de las visitas, indica que generan los mayores movimientos, en especial, los jueves y los fines de semana, pero sin inconvenientes. También señala que la mayoría de los internos de esta unidad son tranquilos y proceden de la ciudad y su zona. Además, resalta que parte del personal reside en los alrededores.
Dato
488 internos alberga la Unidad 4, cuya capacidad está a pleno.
Motines
* 18 de mayo de 1967.
* En julio de 1973 se registró otro levantamiento.
* 2 de enero de 1974.
* Enero de 1976: Los presos se apoderaron del control del penal y mantuvieron como rehenes a 10 guardianes. La unidad se recuperó por la fuerza.
* 16 de diciembre de 1993: 400 presos se rebelaron durante una semana, tomando como rehenes a 13 guardiacárceles.
* 27 de diciembre de 1995: Tras un frustrado intento de fuga, 450 presos tomaron a 12 rehenes. Doce horas más tarde un acta de conciliación puso fin al amotinamiento.
* 23 de marzo de 1996: Unos 445 internos tomaron como rehenes a un médico, un enfermero, dos pastores evangelistas y siete guardiacárceles. Todo culminó cien horas después.