Bahía Blanca | Jueves, 11 de septiembre

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La sangre árabe en el corazón de Villa Mitre

He sido un caminante, como mi viejo --reflexiona este abuelo que llora emocionado frente a la foto en blanco y negro que lo muestra junto a sus padres y su hermano mayor. Y tarda en volver de aquel ayer encuadrado en la imagen de 1933, la que lo eterniza vestido de marinero y que hoy atesora entre añejas e impecables tapas de cartulina marrón y una delgada hoja de papel araña transparente.
La sangre árabe en el corazón de Villa Mitre. Sociedad. La Nueva. Bahía Blanca


 --He sido un caminante, como mi viejo --reflexiona este abuelo que llora emocionado frente a la foto en blanco y negro que lo muestra junto a sus padres y su hermano mayor. Y tarda en volver de aquel ayer encuadrado en la imagen de 1933, la que lo eterniza vestido de marinero y que hoy atesora entre añejas e impecables tapas de cartulina marrón y una delgada hoja de papel araña transparente.


 Es el pasado y son sus raíces árabes las que estimulan gran parte de este presente que encuentra a Jorge Faur en la presidencia del Centro Social Sirio Libanés, entidad que hoy celebra sus 95 años.


 La institución nació el 2 de agosto de 1908 por voluntad de un grupo de inmigrantes de origen sirio, en su mayoría procedente de la aldea llamada Barchín.


 --Al principio se llamaba Sociedad Ortodoxa de Socorros Mutuos. Luego pasó a ser Sociedad Siria de Socorros Mutuos. En 1962, al fusionarse con la Sociedad Libanesa, tomó el actual nombre. La finalidad inicial era recolectar dinero que enviaban a sus seres queridos, además de unirse en el recuerdo de la familia y la patria lejana y conservar sus tradiciones --señala don Jorge.


 De las memorias de Faur surgen varios fundadores, por caso Eise, Nemi, Lebed, Chaime, Hosni, Sagba, Razuc, Salomón, Estaye, Julián, Domínguez, Takla o Echaime.


 Presidente desde hace dos años, Faur sostiene, contento, que hay muchos jóvenes que se desempeñan en el centro y que esa participación posibilitará la renovación.


 --Lo ideal es que nos reemplacen los chicos, porque ahora, además de conservar las tradiciones, nuestra premisa es trabajar para la comunidad. Generamos, por ejemplo, aportes para la Asociación Vida Feliz, que reparte zapatillas, anteojos y remedios para niños carenciados. También hemos colaborado con alimentos para los afectados por la inundación en Santa Fe y reunimos golosinas para los festejos del Día del Niño. Por otra parte, se dictan clases de yoga y los cursos de danzas árabes están a cargo de Cecilia Borelli, quien ha integrado el cuerpo de baile.


 El Centro Social Sirio Libanés siempre funcionó en Alberdi 1437, inmueble cuya escritura fue firmada en 1911 por Abraham Lebed, Nasim Nemi y Miguel Ise, tres de los socios fundadores. La entidad está afiliada al Centro de las Colectividades Extranjeras y a la Federación Arabe de la Provincia de Buenos Aires.


 Faur resalta las buenas relaciones que mantienen con los directivos y miembros de la Sociedad Cultural Siria Argentina y destaca que el centro que preside también se nutre con los esfuerzos de descendientes de españoles e italianos.


 --¿Proyectos? Varios. Pero la ampliación del salón central es prioritaria, aunque los costos, al menos por este momento, lo tornan muy difícil.

La nostalgia que conmueve




 Jorge Faur nació en Quemú Quemú, provincia de La Pampa, el 14 de enero de 1930. Nome, su papá, es el protagonista de una historia clásica de los inmigrantes sirios de su época.


 --Llegó entre 1914 y 1918, junto con un hermano y primos. No estaban mal desde el punto de vista económico, pero escaparon de la dominación turca y del servicio militar, que era muy largo. De todos modos, la gran mayoría vino huyendo de la miseria, esperanzada en todo lo que prometía América. Mi padre se acriolló muy pronto, para que no le dijeran "Turco", porque en ese tiempo a todos los rotulaban por igual. Nunca volvió a Siria. Era de Yayde, una aldea bastante grande.


 Las espontáneas lágrimas interrumpen el relato. Pasan las fotos y los recuerdos se suceden. Jorge respira profundo, pide disculpas y sigue.


 --Tras un tiempo en Buenos Aires papá se radicó en La Pampa. Fue un clásico mercachifle. Vendía artículos de tienda por todos los pueblos pampeanos, pero en el verano iba a trabajar en la cosecha. Un día, conversando con una señora, de pronto, ésta comenzó a besarme las manos con gran emoción. Se llamaba María Sica, era de Leubucó, cerca de Salliqueló, y había trabajado con mi padre en la cosecha de trigo de 1920.


 Nome se casó con María Awab del Tebot, puntaltense, pero hija de sirios. Fue en 1927 y en Intendente Alvear (La Pampa). Tuvieron tres hijos. Medalal Judith y Miguel Nasim, menores que Jorge, fallecieron.


 --No sé cómo habrá conocido a mamá, pero supongo que pudo haber sido en alguna fiesta familiar. Mi padre parecía un argentino más. Hablaba el castellano de corrido y tenía una memoria impresionante. Murió a los 63 años, cinco meses después de que falleciera mi madre. De pena, murió.


 De su vida, Jorge indica que estuvo en Quemú Quemú hasta los 22 años y que como ferroviario conoció casi todos los pueblos de La Pampa y buena parte del territorio bonaerense. Casado con Nilda Nancy Cid desde hace 45 años, se radicó en Bahía Blanca cuando lo trasladaron del ferrocarril Sarmiento al Roca.


 --Siempre viví en la misma casa de Garibaldi al 900. Tengo dos hijos: Jorge Francisco, que está en Bahía, y María Alejandra, ingeniera civil, que se fue a Guatemala por motivos laborales. Y disfruto de cuatro nietos: Martina, Clara, Amira y Aldana.


 Jubilado desde 1991 --cobra 320 pesos al mes--, hoy dedica sus horas al Centro Social.


 --Este cargo es como rendirle un homenaje a mis antepasados y, sobre todo, un privilegio, porque me permite compartir la tarea con muy buena gente, por caso Jorge Chaime, Juan Carlos Bochile o Mejail Takla. Además, sigo en Villa Mitre, donde el 70 por ciento de la gente tiene sangre árabe. No en vano la bandera del club tiene los colores de la antigua bandera Siria.