Bahía Blanca | Miércoles, 16 de julio

Bahía Blanca | Miércoles, 16 de julio

Bahía Blanca | Miércoles, 16 de julio

Los elevadores de chapa de White siguen dando que hablar

Pese a que fueron demolidos en 1978, su construcción se destaca en la reciente Bienal de Venecia.

Archivo La Nueva.

Un par de semanas atrás quedó inaugurado el pabellón argentino en la 19º edición de Exposición Internacional de Arquitectura que se realiza en Venecia, Italia. El mismo consta de una instalación e imágenes de obras que grafican la evolución del entorno industrial edilicio en nuestro país desde principios del siglo XX.

Entre esas construcciones se destacan los míticos elevadores de chapa de Ingeniero White.

Proyección de los edificios sobre la pared de l pabellón argentino en la Bienal de Venecia.

Construidos en 1908, los edificios fueron desguazados y vendidos como chatarra en 1978, conformando posiblemente la pérdida más importante que en materia de bienes de valor arquitectónico, histórico y cultural sufrió nuestra ciudad. 

Eran edificios que desde su “frialdad industrial” conmovieron al poeta Enrique Banchs, que los visitó en 1910. 

“Se precisa caminar unas cuadras en terreno agreste, barrido por la violencia de los vientos marinos, para llegar al pie de estas dos grandes catedrales grises, imponentes, mirando la inmensidad con los párpados levantados de sus cien ventanas”, escribió.

Modelos típicos de la revolución industrial, resueltos con hierro y vidrio, despojados de todo ornamento, decoración y tinte estilístico del pasado.

En su época los arquitectos renegaron de reconocerlos como obra de arquitectura por pertenecer al mundo de las fábricas, utilitarios y sin ninguna carga simbólica. Sin embargo, marcarían un nuevo camino dentro de la arquitectura, imponiendo su funcionalidad y racionalidad.

Una nota de la Revista Comercial publicada en 1910 los describió con claridad: “Alzan su masa potente los elevadores. Forrados enteramente de chapas de zinc, tienen un color plata vieja que de lejos parece gris blanco, en el que se reflejan los rayos solares hiriendo la vista a la distancia”.

Estructuras metálicas prefabricadas, 1909

Y si bien la vastedad del mar hacía que desde lejos se los percibiera como edificios normales, de cerca se verificaba que se trataba de “moles imponentes, monstruos de mil piernas” que infundían respeto y cuya cabeza “se perdía en las nubes”.

Por otro lado, este “monstruo ingenieril” tenía un funcionamiento de una sencillez increíble. El sistema se ponía en marcha con una manivela que cabía “en el puño de un chico de la escuela”. 

El cereal pasaba de un piso a otro, de los depósitos a las básculas y de allí a las bodegas de los buques, “sin ningún estrepito ni ruido, apenas del frotamiento de las correas y el rumor de los engranajes girando”.

Se podía además acceder a su cubierta, que era un mirador de excepción.

“Abarca la vista un marco extensísimo. De un lado, el mar, con su serena inmensidad, del otro la llanura, sembrada de casas, puerto Galván a un costado, Puerto Militar a otro, y al fondo, Bahía Blanca, esfumada por la distancia”.

El reconocible perfil de los elevadores

A mediados de la década de 1960, el arquitecto Jorge Gazaneo publicó el libro “Arquitectura de la revolución industrial”, mostrando edificios industriales de relevante valor arquitectónico.
Gazaneo recorrió Buenos Aires y Rosario, pero fue en Ingeniero White donde encontró lo que consideró “una obra maestra del lenguaje”.  

“Fue necesario llegar a esta realización (por los elevadores) para ver un estilo industrial maduro. Su limpieza de diseño lo hacen un ejemplo en su género”, escribió. Su idea era elevarlos a consideración de la UNESCO para ser declarados Patrimonio de la Humanidad.

Cuando volvió, a fines de los 70, encontró el muelle vacío. 

El muelle que los contuvo, foto actual

Catedrales sobre pared

El pabellón argentino en la 19º Bienal de Venecia, Italia, fue diseñado por los arquitectos rosarinos Juan Manuel Pachué y Marco Zampieron. Bautizado “Siestario”, consiste en un silo bolsa inflado y pintado de rosa ubicado dentro de un galpón ladrillero. 

El silo bolsa invade el espacio y resignifica su propósito. Evoca un vestigio de la economía argentina, un fragmento suspendido en la memoria que se convierte en soporte para el sueño; un colchón de plástico blando, donde los cuerpos se hunden”, explican los autores.

La instalación se complementa con imágenes relacionadas con el pasado agroindustrial del país. Allí es donde aparece la fotografía de los elevadores de Ingeniero White.

Consultado por La Nueva, Juan Manuel Pachué –uno de los autores del pabellón--, mencionó que una de sus objetivos fue mostrar la transformación territorial del país a principios del siglo XX.

Siestario, el particular pabellón argentino en Venecia

“Trabajamos sobre un archivo y nos resultaron muy interesantes estos elevadores, por su vínculo con un momento económico pero también como objeto edilicio, además de tener toda esta cuestión de su demolición, de una perdida tan significativa”, señaló.

Sobre una pared de ladrillos vistos, se vuelve a recortar la silueta particular.

El primero en verlos

Más allá de la valoración tardía que tuvieron, hubo contemporáneos que percibieron su trascendencia. Es el caso del arquitecto Walter Gropius, fundador de la Escuela Bauhaus y uno de los grandes maestros de la arquitectura moderna, quien mostró los elevadores en 1911, en una charla que dio en el Folkwang Museum de Hagen, Alemania.

Los edificios en una publicación de 1913, presentados como modelo de la arquitectura del siglo XX

Los presentó juntos a otros edificios industriales -fábricas, silos, usinas- para graficar cuál debía ser, a su criterio, la arquitectura del siglo XX.

Dos años después imprimió un libro donde los presentó como parte de un “estilo monumental, un nuevo arte de construcción” y los definió como “monumentos nobles y fuertes”, capaces de dominar el entorno mediante su grandeza clásica, representativa de la “voluntad de su época”.