Y ellas siguieron tejiendo: una trama con sentido que cruza océanos
El grupo Tejiendo Solidaridad inició en 2023 y no paró de crecer. Hoy unas 30 mujeres se reúnen a elaborar abrigos de forma artesanal para donar a quienes más lo necesitan. Una propuesta solidaria en el Centro Cultural El Descanso, de Arroyo Corto, que suma voluntades.
Licenciada en Comunicación Social egresada de la Universidad de La Plata. Docente en nivel superior. Redactora de La Nueva desde 2010. En LU2 Radio Bahía Blanca tiene la columna "Buenas buenas" y se desempeña como redactora creativa. Es especialista en cubrir historias humanas de superación. Además, es profesora de yoga.
En Arroyo Corto, un pequeño pueblo del sudoeste bonaerense, cercano a Pigüé, hay un grupo de mujeres que demuestra que el tejido puede ser mucho más que una tarea artesanal: es también un acto de amor, solidaridad y comunidad.
Bajo la coordinación de Andrea Cortés, el Centro Cultural El Descanso, declarado de interés cultural (inaugurado el 24 de marzo de 2023), es el espacio que reúne a 30 mujeres que en cada nuevo encuentro se inspiran para dar lo mejor de sí a quienes más lo necesitan, donando su tiempo y habilidades, aprendiendo y enseñando con humildad y entrega en Tejiendo Solidaridad.
"Donamos donde se necesite: mandamos tejidos cuando fue la inundación en Bahía Blanca, también a la Fazenda, la cárcel de Saavedra, escuelas, hogares, talleres protegidos, centros de día. Adonde haga falta", cuenta Andrea con entusiasmo.
El espíritu de generosidad y ese momento compartido entre agujas y mates, charlas y anécdotas, es el que sostiene al grupo.
“La actividad no se limita solo a El Descanso, hay tejedoras que colaboran desde sus casas en Pigüé, en Arroyo Corto y hasta desde España. Además, el proyecto se extiende a iniciativas comunitarias locales, como trasladar el taller al Hogar de Ancianos, para compartir la tarea de tejer y luego una merienda con los residentes”, dice.
También trabajan con la Escuela Secundaria: de hecho, hace poco los estudiantes visitaron el Centro Cultural, compartieron experiencias y ahora colaboran tejiendo en la escuela, incluso enviando lanas para el proyecto.
Sobre esta experiencia única, Macarena Trigo, quien forma parte de la compañía teatral Sí la luna (conformada también por Fernando Del Gener y Jimena López) que nació en CABA y se radicó en Pigüé hace 4 años, escribió un emotivo texto que captura la esencia de lo que sucede en El Descanso tras haber participado en el grupo durante un año.
“Con la compañía conocimos El Descanso por la actividad cultural que proponía y fuimos a hacer varias funciones allí. Desde el primer momento me llamo la atención el grupo de tejedoras porque ya en las fotos se palpitaba la buena onda que tenían”, dijo.
Macarena empezó a ir a las reuniones creyendo que daría forma escénica a lo que hacían allí reunidas estas mujeres, pero finalmente lo que encontró fue algo tan genuino que desestimó la idea de convertirlo en algo performático.
“Me ganaron ellas para su causa y no quise violentar o forzar la naturaleza del asunto. Es hermoso lo que sucede: somos mujeres de todas las edades, de muy distintos orígenes, con vidas muy diferentes, que encontramos el placer de reunirnos ahí dos horas a la semana en una actividad manual, en la conversación y el intercambio”, expresó Macarena, de nacionalidad española.
Mencionó que las mantas que se elaboran son hermosas y el ejercicio de desapego es increíble porque todas se regalan a quien las necesita.
“La escritura del texto surgió como un regalo de fin de año para ellas, porque quise devolver algo de lo mucho que me habían dado”, contó Macarena.
Por último, valoró la propuesta de El Descanso, un espacio muy importante en un pueblo tan pequeño como Arroyo Corto, donde no hay programación teatral y se debe generar la actividad cultural de otra manera.
Para comunicarse a través de las redes: El_descanso150
Tejer Sentido, por Macarena Trigo.
Dice la escritora Irene Vallejo que las primeras personas en cultivar el arte de contar historias quizá fueron las costureras. Ese oficio pudo ser el origen de varios términos que literatura y costura comparten: nudo, trama, hilo e incluso texto, que etimológicamente proviene de textum, la palabra en latín para tejido.
Quién sabe si no es por eso que al contemplar un grupo de mujeres tejiendo, enseguida queremos saber de qué hablan, qué se cuentan, qué piensan. Qué sostiene ese tiempo fuera del tiempo donde todo se une punto a punto. Las manos corren tanto o más que las ideas o la lengua. Avanzan incansables, certeras, confiadas. Sin prisa ni pausa. Conocen su propósito. Se saben parte de algo más grande.
Un alma sola, ni canta ni llora. Una golondrina, no hace verano.
La unión hace la fuerza.
Que nadie se impresione por la insignificancia de la tarea. Tras ella palpita la rotunda inmensidad de un bien escaso: la luz de un objetivo.
A este pequeño rincón del mundo han sabido llegar, siguen llegando, cuadrados de crochet tejidos a unos pocos kilómetros, a cientos y hasta a miles.
Desde España llegaron unos cuántos. Así de desmedido es el propósito, así de convocante.
Tejer en grupo. Habilitar esa posibilidad y cuidarla, sostenerla. Dos años ya. Veinte, treinta mujeres. De todas las edades, con diversos pasados y múltiples inquietudes.
Todo eso y lo que no alcanza a contarse mientras el mate circula, se sirve otro café y se comparte una receta de torta casera. Si Aristóteles hubiera cocinado mucho más hubiera escrito, afirmaba sor Juana. ¿Y si hubiera tejido? ¿No hay en esta urdimbre una filosofía de vida? Un modo otro de pensar y, sobre todo, de hacer.
Es fácil perderse en el palabrerío o la inercia, donde muchos dirían que no hay nada, acá, en este rincón del sudoeste de la provincia de Buenos Aires, la infraestructura es una cocina de leña, una larga mesa, cientos de madejas, agujas y deseo.
Deseo de encontrarse, poner el cuerpo y salvar distancia. Dos horas fuera del mundo no es poca cosa. Dos horas al servicio de mi causa y mis ganas. Dos horas entregadas al devenir de una tarea que beneficia, a largo plazo, a alguien más.
Estas mujeres no tejen porque sí. Es un gusto tejer, un placer, sí. También una enseñanza. Se ejercitan paciencia, destreza, estética, ritmo, sincronía, tono y hasta melodía. Pero además, al tejer para otro, un prójimo próximo o lejano, el sentido del hilo es más profundo. Pareciera brillar de otra manera esa colcha que será de alguien más. Una manta tejida a muchas manos que irá a cubrir un cuerpo sin idea del tiempo y el larguísimo cuento que lo mima.
Una manta capaz de poner luz y color en cualquier pieza. ¿No es acaso un prodigio silencioso el discreto despliegue de esta acción?
Tejer para llenarse de sentido o encontrarlo. Para salvar el día, atravesar otro invierno, disfrutar del empeño que triunfa y se impone contradiciendo al mundo que allá fuera asegura ser una porquería, en el quinientos seis, y en el dos mil también.
A eso les invitamos, bienvenidos.