Bahía Blanca | Jueves, 31 de julio

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La serie "Adolescencia" refleja lo que vivimos en charlas con familias y escuelas

La historia nos pone frente a un espejo incómodo: la desconexión entre adultos y adolescentes en la era digital. 

La serie se encuentra en Netflix.

La serie Adolescencia” que muchos estamos viendo por estos días nos pone frente a un espejo incómodo: la desconexión entre adultos y adolescentes en la era digital. Nos sacude con una historia tan extrema, que como padres nos interpela desde diferentes lugares.

En estos días fuimos preguntando a familias, en diferentes espacios, y con hijos de diferentes edades, cómo se sintieron, como los atravesó y nos hemos encontrado con muchas sensaciones y emociones encontradas: con sentimientos de desconcierto, algunos de miedo -“a mi tambien me podria pasar”-, sensación de desconocimiento, de ausencia de control, otros de resignación -“hacemos todo lo que podemos”-, culpa, y en algunos casos hasta de negación. Lo importante es que, hasta ahora, a nadie le fue indiferente, en alguna parte nos tocó y movilizó.

La pregunta es ¿Qué hacemos con esa movilización? ¿La dejamos ahí, en una angustia pasajera, o la convertimos en acción para generar algún cambio?

Cuando la ficción se acerca demasiado a la realidad

Desde hace diez años con nuestras charlas talleres en las escuelas, clubes y diferentes instituciones, venimos observando los avances, y como en edades cada vez más tempranas se van habilitando y permitiendo el acceso a los dispositivos y a redes sociales, entonces para corrernos de extremos queremos invitar a preguntarnos por otras cuestiones tan importantes, que quizás no llegan a los titulares, pero que están allí latentes y a veces hasta manifiestas: chicas y chicos que se autolesionan, que caen en trastornos de ansiedad, depresión, fobias, hiperactividad, en trastornos alimenticios, adicciones o incluso toman la drástica decisión de quitarse la vida.

Detrás de cada caso hay un vacío, una falta de orientación, un desamparo de un mundo adulto que cree sentir que está presente, pero en realidad no lo está o no sabe cómo estarlo.

Hay un entramado de riesgos digitales de los cuales intentamos concientizar mediante información, con casos reales, experiencias que nos cuentan los propios chicos, que a los adultos responsables les cuesta poder ver, minimizan o directamente pasan por alto. Elegimos hablar de roles y conductas (más que de víctimas y victimarios) porque hoy pueden estar en un lugar y mañana en otro.

Lo que observamos y escuchamos son conductas como: escraches, agresiones y violencia on line, ciberbullying, difusión de imágenes íntimas sin consentimiento, el engaño, los retos virales peligrosos, robo de identidad, adicción a las pantallas, pornografia, la creación de imágenes con inteligencia artificial, las apuestas online, y el delito de Grooming donde aquí sí siempre son víctimas. Lista que cada vez continúa aumentando y que pueden ir llevando a destruir la autoestima, a decisiones impulsivas y generar daños emocionales profundos.

El cerebro adolescente está programado para buscar experiencias intensas, pero su capacidad para evaluar riesgos y prever consecuencias a largo plazo aún está en desarrollo.Entonces ¿realmente nos interesa informarnos y formarnos sobre esto? ¿Lo estamos viendo? ¿O preferimos mirar para otro lado?

Desde nuestra propia experiencia, y describiendo únicamente lo que observamos en la realidad, cuando nos convocan a las charlas para familias o adultos responsables, la escuela suele elegir el día de entrega de boletines para asegurar mayor asistencia.

De lo contrario, la concurrencia suele reducirse a solo 10 padres en colegios con un promedio de 400 alumnos. Y cuando se trata de adolescentes, a partir de los 13 años, muchos padres dejan de sentirse convocados. Finalizó la edad del “control parental” entonces pareciera que automáticamente se transformaron en “grandes” y pasan a tener libertad y disponibilidad total de sus dispositivos, comenzando a habitar un mundo digital que los define y nos deja afuera.

Por qué decimos los define. Los chicos de hoy no solo usan internet, sino que en muchos casos son en internet. Construyen su identidad a partir de lo que publican y de cómo son percibidos en redes sociales. La validación se volvió un número: más likes, más seguidores, más visualizaciones, más comentarios. Y en esa lógica, aprenden que ser polémico, agresivo, desafiante, sensual, o depresivo genera más interacción.

La identidad digital: ¿quiénes son en redes y quiénes en la vida real?

Un tema que abordamos en nuestras charlas con los chicos, familias y docentes es justamente cómo construyen su identidad en redes sociales. ¿Son realmente ellos mismos ahí? Muchas veces, no.

La identidad digital se convierte en un personaje, un yo editado que busca aprobación. En esa versión de sí mismos, los chicos pueden ser más extrovertidos, más agresivos, más sexys, más provocadores. Porque así funcionan los algoritmos, porque así reciben atención.

A esto se suma la influencia de modelos inalcanzables. Las redes están llenas de influencers que muestran vidas aparentemente perfectas, cuerpos sin fallas, éxitos sin esfuerzo. Compararse con esas imágenes editadas e irreales genera frustración, baja autoestima y una sensación permanente de insuficiencia.

Pero en la vida del mundo físico, ese personaje no siempre encaja. Y ahí empiezan los conflictos internos: “Si en redes soy popular, pero en la escuela me siento solo, ¿quién soy realmente?”. “Si en internet me validan, pero en casa no me ven, ¿dónde voy a preferir estar?”.

A los adultos nos cuesta entender que la huella digital no es solo lo que los chicos dejan en internet; es también lo que internet deja en ellos. Los comentarios que reciben, los likes que consiguen (o no), los mensajes que los hieren, las comparaciones con otros, todo eso moldea… su autoestima, su percepción del mundo y su salud emocional.

Padres: ¿Creemos que estamos presentes, pero en realidad lo estamos?

Hay algo prioritario: no podemos pedirles que se desconecten si nosotros no lo estamos pudiendo hacer. Ellos mismos nos lo mencionan así… “mis papás son adictos a sus pantallas”, están más atentos a sus redes sociales, al trabajo y a los mensajes en sus dispositivos, que a la conversación en casa.

Si queremos hijos menos absorbidos por las pantallas, empecemos por soltar las nuestras. Dejemos el celular cuando estamos con ellos. Mostremos con el ejemplo que la atención cara a cara sigue siendo insustituible.

La escuela: ¿hasta dónde puede intervenir?

Cuando vamos a las escuelas, nos encontramos con el enorme esfuerzo que hace la comunidad educativa para acompañar a los chicos en este escenario tan complejo. Vemos docentes y equipos directivos intentando sostener la enseñanza en aulas donde los celulares irrumpen todo el tiempo, donde los chicos llegan sin haber dormido lo suficiente, donde la falta de atención y la dificultad para concentrarse son moneda corriente.

Ante la pregunta de que si acá las escuelas funcionan como en la serie. Desde nuestra experiencia, podemos decir que cuando nos convocan, lo hacen porque están comprometidas y porque sienten el peso de la responsabilidad de intervenir, y porque muchas veces, se encuentran desbordadas por los conflictos on line y por padres que no terminan de entender o no se hacen cargo.

Durante el último año, vimos instituciones atravesadas por conflictos que estallaron en redes sociales y luego repercutían en las aulas (o viceversa): peleas, acoso, difusión de imágenes privadas, desafíos peligrosos, apuestas on line. Y frente a todo esto, la pregunta recurrente de los equipos docentes es: ¿Cómo y hasta dónde intervenir?

Porque está claro que la escuela no puede ni debe ser la única que sostenga a los chicos en este contexto. Y también es cierto que muchas veces es el primer espacio donde estas problemáticas se hacen visibles.

Los docentes ven las señales antes que nadie, escuchan lo que los chicos cuentan en los pasillos, notan los cambios de humor, los silencios, las alertas. Y si la comunidad educativa está pidiendo herramientas, apoyo, formación, es porque entiende que no puede mirar para otro lado.

Lo que sucede en las redes no queda en las redes. Impacta en las familias, en la escuela, en las dinámicas entre los chicos, en su bienestar emocional, en su rendimiento académico.

Entonces, en la serie, una pregunta que nos hacemos es, ¿quién es el protagonista? La trama nos convoca a poner la mirada en cada uno de los que son parte de ese todo, desde cada lugar y función que ocupa. Madre, padre, hermana, comunidad educativa, amigos/as, psicóloga, compañeros/as, Estado, sociedad (vecinos, empleado del supermercado, etc), empresas que manejan las redes sociales, y más…

De la angustia a la acción: ¿qué podemos hacer?

Uno de los objetivos cuando vamos con nuestro mensaje es transformar el miedo o la culpa en conciencia y acción. Pensar solo en “¿mi hijo podría terminar matando?” deja de lado manifestaciones previas y riesgos mucho más frecuentes que están hacia adentro: en la soledad, en la ansiedad, en somatizar, en la desconexión emocional.

Cuando tu hijo/a te dice varias veces “me duele la panza no quiero ir al colegio” puede ser el comienzo de una señal de alerta.

Las 3 claves: Ser, Estar y Hacer… a tiempo

El gran gesto de la serie como un ejemplo esperanzador, es el del policía que, se detiene para mirar su modo de Ser y puede darse cuenta que no está viendo a su hijo, y decide comenzar a estar. No vigilar. No controlar. No juzgar. Empezar a hacer para estar presente de verdad en la vida de su hijo.

Esa es la clave: la presencia activa. No basta con espiar el celular, con preguntar de vez en cuando “¿todo bien?”. El acompañamiento familiar sigue siendo clave en la adolescencia, aunque a veces parezca que quieren independencia absoluta. En realidad, necesitan sentir que tienen un respaldo incondicional.

Estar implica:

  • generar conversaciones diarias donde los chicos puedan hablar sin miedo a ser juzgados.

  • interesarse genuinamente en sus mundos digitales, sin demonizarlos ni ridiculizarlos.

  • ayudarles a cuestionar lo que ven en redes, a no tomar todo como verdad absoluta.

  • poner límites de cuidado, aunque eso genere conflicto

  • escuchar, observar y no minimizar ciertas emociones o conductas: llega irritado, tiene comportamientos agresivos impulsivos, no habla, se encierra horas en la habitación, en el baño, hace comentarios crueles, baja el rendimientos escolar, no quiere ir a la escuela, se aísla, se aleja de amigos del deporte, etc.

Acompañar es un proceso de aprendizaje compartido. Más que regresar a mapas antiguos, se trata de construir nuevas formas de ser, estar y hacer. Porque los chicos nos necesitan, necesitan adultos que estén y que ese estar sea con presencia activa.

Desde la Fundación elegimos creer que los cuatro capítulos de la serie Adolescencia, y especialmente su final, nos dejan una lección reveladora, estremecedora y a la vez esclarecedora, que puede ayudarnos a abrir los ojos antes de que sea demasiado tarde. Desde una mirada consciente y constructiva, nos deja un mensaje claro: estar presentes en la vida de nuestros hijos es una decisión que podemos tomar hoy... El desafío es enorme, pero no imposible. La pregunta es:

¿Elegimos seguir mirando para otro lado o decidimos actuar?

Por Romina Cavallo. Fundación Ser y Hacer