Acompañar sin invadir: el desafío de ser adultos presentes en la era digital
La adolescencia es una etapa de búsqueda y construcción de identidad, un momento en el que la validación externa cobra un peso determinante en la autopercepción. En este proceso, la cultura digital y las redes sociales pueden amplificar inseguridades y moldear emociones de maneras inesperadas.
Jamie, el protagonista de la miniserie Adolescente, representa a muchos adolescentes que enfrentan soledad, rechazo y una profunda necesidad de pertenencia. Su historia está marcada por heridas emocionales desde la infancia: su padre, en lugar de protegerlo, lo expuso a la burla cuando no logró destacarse en el fútbol. Este fracaso no fue solo deportivo, sino que quedó grabado en su autoconcepto, haciéndolo sentir insuficiente y generando un rechazo hacia sí mismo. En la escuela, la situación no fue mejor: el bullying y ciberbullying profundizaron su inseguridad. Un punto de quiebre fue cuando Katie lo llamó "incel", una etiqueta que refuerza la narrativa de exclusión y resentimiento en comunidades digitales radicalizadas. Estos espacios, como foros en Reddit y 4chan, han promovido discursos de odio y misoginia, reforzando visiones distorsionadas sobre la masculinidad y las relaciones interpersonales.
Con un autoconcepto frágil, Jamie buscó validación a través de lo que sí le daba reconocimiento: la tecnología y su desempeño académico. Sin embargo, la acumulación de rechazo y aislamiento emocional lo llevó a un punto crítico. Su amigo Raya le proporciona un arma, y lo que sigue no es el acto de un psicópata, sino la reacción desesperada de un adolescente colapsado emocionalmente. Cuando es arrestado, su asombro refleja su estado de negación y la falta de herramientas para gestionar su dolor.
Ver Adolescente deja una huella profunda porque nos enfrenta a una realidad incómoda: la de adolescentes atrapados entre la vulnerabilidad y la radicalización digital. La serie no solo narra una tragedia, sino que desnuda las fallas en nuestro acompañamiento como adultos. Nos interpela como padres, docentes y sociedad en un contexto donde las redes sociales y los discursos de odio pueden ser catalizadores de crisis emocionales.
La adolescencia es un periodo de transformación y preguntas sin respuestas inmediatas. Los jóvenes buscan pertenecer, ser validados y encontrar espacios de comprensión. En este camino, la tecnología puede ser tanto una aliada como una enemiga. Más que nunca, necesitan adultos que los guíen sin imponer, que los escuchen sin juzgar y que les brinden herramientas para navegar un mundo digital repleto de oportunidades, pero también de estímulos y riesgos.
El caso de Jamie es un llamado de atención. Nos recuerda que la educación en ciudadanía digital y emocional no es opcional: es urgente. No podemos esperar a que ocurra una tragedia para darnos cuenta de la necesidad de un acompañamiento consciente y empático. Acompañar no significa controlar ni invadir, sino estar presentes, interesarnos genuinamente en lo que sienten, en lo que piensan y en cómo interpretan su entorno.
Es imperativo abrir espacios de confianza con los adolescentes, donde la palabra circule sin miedo, donde la escucha activa y las preguntas abiertas sean la norma. Debemos enseñarles a analizar críticamente la información que consumen, a diferenciar entre comunidades digitales de apoyo y aquellas que alimentan sus inseguridades y temores.
Adolescente no es una serie fácil de ver. Nos confronta con nuestras propias desconexiones. Pero también nos brinda la oportunidad de reflexionar y actuar. La prevención comienza mucho antes de que el problema se haga visible. Y, sobre todo, nuestros adolescentes nos necesitan cerca: no solo conectados a una red, sino conectados a ellos, a sus emociones y a su realidad.
Es momento de involucrarnos activamente, de fortalecer los vínculos con ellos desde el diálogo y la comprensión. No basta con advertir los peligros; debemos construir junto a ellos caminos más seguros. Que nuestras voces sean faros en su recorrido, ayudándolos a encontrar sentido y pertenencia en un mundo que muchas veces los desorienta. Todavía estamos a tiempo.
Por: Mariana Savid Saravia.
Psicopedagoga, especialista en Neuroeducación y Educación en Ciudadanía Digital.
M.P. P:13-5610