Diario de viaje, día 9: el tren a Marsella, los papás de Catalina y por qué no me subí a ningún barco
Sensaciones, experiencias, comentarios y mucho más de lo que implica cubrir los Juegos Olímpicos en el primer mundo.
Periodista. En La Nueva desde 2013. Especializado en el movimiento olímpico. Asistió a los Juegos Olímpicos de Río 2016, a los Juegos Olímpicos de la Juventud Buenos Aires 2018, a los Juegos Suramericanos de la Juventud Rosario 2022, a los Juegos Suramericanos Asunción 2022, a los Juegos Panamericanos Santiago 2023 y a los Juegos Olímpicos París 2024, entre otros eventos internacionales.
Pensándolo ahora, algo menos excitado, puedo confirmar que ir hasta Marsella y volver, en el mismo día, fue una verdadera locura. Correspondía periodísticamente, claro. Y ese fue mi objetivo.
Me levanté a las 4 de la mañana del domingo, siempre en horario local, me pegué una ducha y 4.45 estaba esperando en el acceso al RER (subtes regionales) que levanten la persiana. A las 5 apareció un muchacho y pudimos entrar y ya a las 5.07, subí.
La primera parada era Gare de Lyon, una estación que combina con muchos transportes incluido el tren de alta velocidad que me iba a llevar 700 kilómetros al sur de Francia.
Partimos a las 6.03, aún de noche, y llegamos puntualmente a las 9.25. Exaspera tanta precisión, sinceramente. Pero qué bien se siente cuando todo funciona.
El tren, por ejemplo, es de primer nivel aunque haya viajado en segunda clase. Pisos alfombrados, puertas automáticas, asientos cómodos, todas las luces funcionaban, los enchufes, el puerto USB, el WiFi...
El tren 7829 hizo dos paradas: a las 8.45 pasamos por Avignon, la ciudad que está rodeada de murallas de piedra medievales y que se hizo famosa por la canción Sur le pont d'Avignon (Sobre el puente de Aviñón). Y a las 9.10 atravesamos Aix en Provence.
En mi vagón iba atletas de la delegación de El Salvador y muchos marroquíes que viajaron hacia Marsella porque allí van a jugar la semifinal del fútbol masculino ante España, este lunes.
Compañía al margen, en la estación Marsella Saint-Charles me subí a un metro que me dejó en Rond Point du Prado y, de ahí, unos 20 minutos hasta la playa, a pie, por una calle cubierta de árboles.
Allí, a pesar de lo inmenso de la sede, el inconveniente fue que no había viento. Las regatas se fueron demorando y la primera de Catalina Turienzo, prevista para 12.33, terminó largándose a las 16.15.
Esta vez, algunos recordarán por qué hago hincapié, decidí seguir la competencia desde tierra firme y no subirme a ningún tipo de embarcación.
De todas maneras, a diferencia de la cofradía náutica del Pacífico, en Chile, la competencia se podía seguir bastante bien desde la costa. Y si no, no iba a arriesgar nada, je.
Esa decisión me ofreció una oportunidad única: me encontré con los papás de Cata y seguí su competencia junto a ellos. Es más, les presté el teléfono para que puedan seguir mejor sus carreras desde una aplicación especial, ya que ellos no tenían internet.
Juan Cruz, con binoculares, seguía a la distancia el andar de su hija, mientras que Georgina miraba la app y chequeaba posiciones. "Largó bien", "hay que pasar esta boya", "vamos Catita, vamos". Son momentos únicos, difíciles de transmitir.
La 16° posición del día no refleja fielmente la actuación de la bahiense, que había largado muy bien en la tercera regata pero un percance la dejó última. No obstante, tiene perspectivas de escalar alguna posición en los tres días de competencia que vienen, previos a la Medal Series.
El retraso provocó que la jornada termine sobre las 19 y yo tenía pasaje de vuelta para las 21.03. Así que ni bien hablé con Cata, salí caminando rumbo a la estación.
Llegué bien, a tiempo. Pude comer algo e ir al baño. A propósito, tuve que pagar un euro para acceder, pero estaba tan limpio y ordenado todo que valió la pena.
De más está decir que el tren de vuelta salió a horario; esta vez, el único percance fue que me equivoqué de vagón (nunca encontré qué número era, pero es un problema mío). La mujer que tenía el asiento donde me ubiqué en un primer momento me guió, en perfecto inglés. Me reubiqué y empecé a escribir la nota con Turienzo, aprovechando el WiFi.
Llegué a mi departamento a la 1.30 del lunes y había salido a las 4 de la mañana del domingo. Por lo que debo corregir la introducción y decir que no fui y volví el mismo día. Pero valió la pena.
Nos encontramos luego, ya desde París.
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