Bahía Blanca | Sabado, 18 de mayo

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“El día que me muera, que sea en el predio de La Armonía y viendo un partido de fútbol”

Hugo Reñones atravesó un delicado estado de salud, pero aclara que “todo se le pasa” cuando puede ir y estar en el club donde hizo historia. Al repasar sus 35 años ligado a la dirección técnica, solo pide un favor: “darle un abrazo a Lautaro Martínez”.

Fotos: Emmanuel Briane-La Nueva.

Instagram: @sergiopeysse

Twitter: @elpeche1973

(Nota ampliada de la edición impresa)

Buen clima, algunos mates al aire libre y su primer comentario de color: “vi y viví la transformación de este predio; cuando llegué, en 1990, no había nada, solo árboles y muchísimo por hacer”.

Los pibes vestidos de La Armonía pasan y lo saludan, otros paran a darle un beso y los que conocen su historia de principio a fin le dan ese abrazo fraternal que no necesita explicaciones para saber quien fue Hugo Reñones en el progreso futbolístico del club velezano en la Liga del Sur.

“Fuerza Huguito, vamos ehhh, vos podés”, el apuntó un papá de esos que colaboran con las categorías Infantiles y Juveniles todos los días de la semana.

“Me lo dice por el problema de salud que tuve, dos neumonías seguidas en menos de tres meses. En la primera la pasé realmente mal y en la segunda, al estar internado y controlado, todo transitó por los carriles normales. Hoy estoy bastante mejor”, expresó este hombre canoso, de mil batallas, que el 25 de enero cumplirá 72 años.

“Cuando se me despertaron los primeros síntomas, no me dejaron en el hospital (HAM), me mandaron a mi casa con un montón de remedios para tomar. Estuve aislado una semana, en una habitación, con dificultades para respirar y sin contacto con mi familia. Te puedo asegurar que hubo momentos donde sentí que la muerte me llevaba (sic)”, detalló poniéndose más serio de lo que estaba y afirmándose a la enclenque mesita del sector recreativo del complejo albiazul, en Don Bosco al 2.200.

“Yo creo que la segunda me agarró porque quedé muy débil de la primera, aunque nunca me informaron porque se me inflamaron los dos pulmones casi a la vez. Después del alta empecé con distintos ejercicios de kinesiología, que me hicieron muy bien para poder moverme y andar sin agitarme. Una ventaja de estar vivito y coleando es no haber fumado nunca”, afirmó quien siempre estuvo ligado a las menores o al mundo de Primera división.

“Será curioso, pero nunca dirigí infantiles”, sentencia con una memoria prodigiosa, agregando que “empecé en 1989 en Libertad y al otro año me enrolé en La Armonía para armar el proyecto de las cuatro categorías menores que iban a empezar a competir oficialmente en la Liga del Sur”.

Antes de seguir, se acordó de la promesa que hizo pero que no le contó a nadie.

“Si tengo que elegir como morirme, que sea en esta cancha y mirando un partido de La Armonía”, confió quien no hace mucho superó un ACV auditivo y que, al momento de la entrevista, solo le subió un poco el volumen al audífono de la oreja derecha.

“Me hicieron chapa y pintura y estoy nuevo”, aclaró con la sonrisa de un luchador.

--Dicho sea de paso, ¿jugaste al fútbol?

--Sí, en la Primera de El Nacional, entre 1969 y 1971. Mi carrera terminó muy temprano, a los 18 años.

--No sabía, ¿qué pasó?

--Tuve una lesión en la pierna derecha, muy fea, en la parte anterior del muslo. En un partido frente a Pacífico, en la cancha ubicada en Terrada y Charlone, el padre del Pesca Iribarren me dio un rodillazo, sin intención, que me dejó las peores secuelas. Seguí jugando por los masajes mágicos de “Poroto” Ponzoni, pero por el golpe se me formó un coágulo de sangre que, al solidificarse, se transformó en un sobrehueso, que se fue haciendo cada vez más grande con el paso del tiempo.

“No hubo otra alternativa que operar, estoy abierto de la rodilla casi hasta la ingle, y cosido a mano, no como ahora que las cicatrices no se notan...(risas). Al año empecé a jugar otra vez, pero en esa pierna me desgarraba seguido por la falta de masa muscular, así que me tuve que convencer que el fútbol no era para mi”.

--Sin embargo volviste al ruedo casi dos décadas después, como entrenador de Libertad, ¿qué pasó en todo ese tiempo?

--Trabajaba en la sucursal bahiense de Tienda Fabricantes Unidos de Buenos Aires (en Zelarrayán y Sarmiento) y no me quedaba espacio para el fútbol. Uno de mis hermanos (Alberto) trabajaba en el puerto, y mediante un contacto que me hizo él, me empecé a embarcar en buques abastecedores de combustible, con horarios rotativos y horas extras prácticamente obligadas. Fueron cinco años con más tiempo en alta mar que en mi casa.

“En 1989 arranqué el curso de Director Técnico, y ese mismo año, `Gonzalito´, el padre de Marco González, me preguntó si quería ir a darle una mano con las menores de Libertad. Como me apasionaba todo lo que tiene que ver con la formación, le dije que sí sin saber cuales iban a ser las condiciones laborales o si iba a cobrar o no”.

--Y de ahí, a La Armonía.

--A fin de ese año me llamó “Cacho” Francani, quien se alejaba de La Armonía porque tenía en mente fundar su propia Escuelita de Fútbol, hoy EFUBA (creada en 1990). En ese momento, los que llegaban a la edad límite de infantiles, se iban a Pacífico porque nuestro club no tenía menores. Entonces, para que los chicos no emigren o dejen de jugar, fue necesario armar las formativas más grandes, un trabajo arduo pero que dio sus frutos.

“En 1996, cuando el club decidió intervenir en Primera división (en ese momento la Liga exigió que las entidades afiliadas cuenten con todas las categorías), el entrenador fue Tito Francani (hermano de Cacho) y yo fui su ayudante de campo. Fue un duro peregrinar hasta 2001, cuando me hice cargo del plantel mayor”.

--Una época donde un presidente de la institución llamó a Asamblea para convencer a los socios de no participar más en el campeonato local de Primera división.

--Sí, el abogado Carrasco. Cuando ya estaba decidido no participar más en la divisional mayor de la Liga, levanté la mano y pregunté: “¿por qué vamos a tomar semejante decisión?”. Algunos me apoyaron, pero como no se nombraba a un DT, me hice cargo yo, de cara dura, porque nadie me eligió para el puesto.

“En 2021 estuvimos a un gol de ingresar en el cuadrangular de la B y en 2002 hicimos un campañón, nos ganó Villa Mitre en la final (en cancha de Liniers, 2-0 con goles de Diego Minor y Martín Carrillo). Esa derrota nos llevó a la Promoción, que perdimos 1-0 con Comercial (gol de Rubén Brizzi).

--Hasta que llegó el 2003, el primer ascenso de “Larmo” al círculo superior.

--Ese equipo lo armamos con Emiliano Periga, mi AC. En esa temporada fuimos campeones en Primera y en Tercera, consiguiendo también que las Infantiles (sumaban todas las categorías juntas en una tabla general) suban a la A.

“Ese era un plantel con chicos que no superaban los 24 años; los más grandes eran Daniel Difonzo y el `Cucha´ Durán, que se complementaban con pibitos de la ´81 y la ´83 que pintaban para cracks. Ese fue el logro más resonante de mi carrera, una epopeya imborrable”.

--Te apuro: ¿qué es lo primero que se te viene a la mente al recordar aquel título?

--Antes permitime una anécdota. En la primera final contra Pacífico, un socio de La Armonía que trabajaba en el Ejercito ofreció las instalaciones para que vayamos a concentrar la noche anterior al partido. Aceptamos, nos sentíamos River o Boca, aunque fue la peor decisión que tomamos. Los jugadores durmieron mal, estaban incómodos, desacostumbrados, y perdimos 3-1 en cancha de Liniers.

--Claro, y por ventaja deportiva tuvieron una chance extra, un último encuentro en El Fortín.

--En el primer tiempo estábamos 2-0 abajo, pero yo estaba tranquilo porque habíamos jugado mejor que ellos. En el segundo lo empatamos sobre la hora, con un golazo del “Pato” Linares. Después del 2-2, Pacífico “murió” y nosotros nos agrandamos en el suplementario, pasándolo por encima y ganando 5-2. Era un equipo muy joven pero excelentemente preparado físicamente por el Profe Fabián Holzman.

--Ese logro ocurrió el 16 de noviembre de 2003 y se cumplieron 20 años...

--Para esa fecha, todos los años, religiosamente, nos juntamos a cenar. Solo lo cortamos por la pandemia, pero llega el día y se organiza todo con el mismo entusiasmo que hace 20 años.

 

Un consejero de ley

En 2010 fue ayudante de Carlos Mungo en Bella Vista, incluso, como interino, dirigió un partido.

--¿Cuál fue?

--Ese año Bella Vista salió campeón, pero antes, Carlos había decidido dar un paso al costado por “malos resultados o diferencias con la dirigencia”, no me acuerdo bien, y cuando me lo comunicó enseguida le manifesté: “me voy con vos”. Sin embargo, me pidió un favor: “Hugo, quedate un partido más, viaja con el plantel a Tandil por el Federal B, no vamos a dejar a los chicos solos; ellos no se merecen estar sin entrenador”.

“Acepté porque me lo pidió Carlos, fuimos y perdimos 2-1 con Grupo Universitario, pero eso no fue lo peor. En la ida, el colectivo se rompió en la ruta y llegamos a la cancha treinta minutos después del horario estipulado para el inicio del cotejo. Llamamos para que nos esperen, vino una combi a buscarnos y nos llevó directo a jugar porque el árbitro y el equipo local estaban apurados. Los chicos se cambiaron camino al estadio y no pudieron hacer la entrada en calor; fue el peor día de nuestras vidas, ja,ja...”

--Tras ese viaje, ¿te ofrecieron continuar en la Loma?

--Cuando se fue Carlos, llegó Daniel Prat, quien me pidió que me quede a trabajar con él como colaborador directo. Le dije que me perdone, que correspondía que me vaya con quien me había traído, en este caso Mungo. Actué con sentido común, no tenía ni jamás tuve nada en contra de Prat y su forma de trabajar”.

--Y de ahí a Sansinena.

--Sí, a donde no me fue bien. El club no quería llevar refuerzos y afrontamos el campeonato de la B con pibes del club, que jugaban bien, pero que les pegaban mucho también. No se nos dieron los resultados y la dirigencia decidió prescindir de mis servicios.

--Aunque no pasó mucho para que un llamado te “vuele” la cabeza.

--El de Carlos (Mungo), que me avisaba que me iban a convocar para dirigir el Sub 17. Arrancaba 2013 y mi ayudante fue el Pollo Gorosito, un pingazo. Se amó un gran plantel, con chicos que llegaron a Primera y que hoy, en varios de los casos, siguen jugando a buen nivel. El once me sale de memoria: David Rodríguez; Federico Tanner, Eduardo Florit, Martín Ferreyra, Iván Vlek; Joaquín Parra, Marcelo Norry, Seba Fuentes, Gonzalo Achares; Gastón Santillán y Lautaro Martínez.

--¿Es cierto que en esa formación Lautaro jugaba de mediapunta, más retrasado que los otros delanteros?

--Sí, solo en el primer partido fue un 9 tirado atrás, aunque él contaba con libertad para moverse por todo el frente de ataque. Tenía 16 años (uno menos que el resto de sus compañeros) y se adaptaba a cualquier función; no necesitaba cumplir demasiadas ordenes.

El seleccionado liguista perdió la final en el cuadrangular de San Juan, disputando cinco encuentros en la misma cantidad de días. Empató 2-2 con Rosario en el juego decisivo y cayó en los penales.

En ese momento, Hugo cerró los ojos y recordó el momento justo que le pronosticó a Lautaro “un futuro de Selección”.

“Se lo manifesté en el primer entrenamiento que ese plantel llevó a cabo en la cancha de Mundial Fútbol Club, que era de tierra y estaba muy despareja. Ese día fueron 35 jugadores, armé dos equipos y el `Toro´ quedó afuera. Ingresó 20 minutos en el segundo tiempo y cuando terminó el picado lo llamé y le dije: `vas a ser el capitán del equipo´. Me miró sorprendido, pero yo no tenía dudas de la decisión que había tomado”, señaló este entusiasta de la “redonda”.

--¿Qué te respondió?

--Que no la merecía porque en el grupo había compañeros más grandes que él y con varios partidos en Primera. Ya se percibía su alma de líder, fue muy positivo para el plantel, dentro y fuera de la cancha. Hoy, muchos de esos futbolistas siguen siendo amigos, y eso es lo que me llena de orgullo.

“A ese seleccionado solo le faltó la Copa, los pibes se comportaron como profesionales, no causaron problemas y dejaron a Bahía muy bien representada”.

--¿Pudiste hablar con Lautaro después de haber sido campeón mundial?

--No, pero me gustaría.

Huguito rompió en llanto, pero siguió...

“Cuando alzó la Copa me largué a llorar frente al televisor y me pasaron un montón de sensaciones por el cuerpo; me acordé de sus inicios, lo buen compañero que fue y que jamás renegó cuando tuvo que entrenar en pisos con piedras y vidrios porque no había otra opción. Lo único que le pedí a la Liga fue hacer amistosos con equipos de Primera, entre ellos el 4-0 a La Armonía con cuatro goles de Lautaro. No lo podían parar; una bestia”.

--Si hoy lo tenés enfrente, ¿que le decís?

--Que estoy orgulloso de él. Le daría un abrazo de esos que no se olvidan y lo felicitaría por el camino que hizo; porque todo lo que logró fue a base de esfuerzo y sacrificio, nadie le regaló nada.

Con la Primera local de la V... ¿Dirigió el entrenamiento?

 

--Si te llaman de un club para dirigir, ¿aceptás?

--No sé si como director técnico, estoy grande, pero por ahí de coordinador; se verá. Me gusta la forma de entrenar que tienen los equipos, pero no concuerdo con todo, siempre prefiero jugadores que piensen y no atletas. Una de las grandes falencias de los chicos que salen de las menores es el cabezazo, no saben cabecear porque nunca le enseñaron.

“Recorro todas las canchas, veo fútbol de todos los modos y colores, y me cuesta entender que haya, todavía hoy, juveniles sin fundamentos. Eso es preocupante”, destacó Hugo, quien el lunes recibió, de parte de la Asociación Técnicos de Fútbol Argentino (ATFA), filial Bahía Blanca, un reconocimiento a su trayectoria y a su labor en la formación de jóvenes valores.

Hoy, tras 25 años colaborando permanentemente, es vocal suplente y cuenta con el carnet de socio vitalicio de ATFA local, que progresa a pasos agigantados con Fabián Tuya como Secretario General.

 

La "Compu" de Cocho