Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Fernández y Macri, cada cual en su laberinto...

La columna dominical de Eugenio Paillet, corresponsal de La Nueva. en Casa Rosada.

Archivo La Nueva.

   Algunos interrogantes, sobre los cuales sería apresurado buscar respuestas que necesariamente deberán esperar al menos el curso del corto y mediano plazo, se subieron a la escena política esta semana tras las elecciones del domingo en las que Alberto Fernández derrotó a Mauricio Macri. Han sido abordados por analistas y observadores, y por integrantes de los dos espacios que contienen al presidente entrante y al que le dejará la posta el 10 de diciembre.

   Veamos los más relevantes. Por el lado del Frente de Todos: ¿gobernará Fernández o habrá doble comando con Cristina Kirchner? ¿La exmandataria ejercerá el poder de veto sobre decisiones que tome quien ella designó a dedo para la candidatura presidencial, como ya se preanuncia en pasillos del Congreso? ¿Cómo jugará en el orden nacional la instalación como gobernador de Buenos Aires de un "gurka" del cristinismo como Axel Kicillof, que claramente responde a Cristina y no a Alberto?

   Y por el costado de Juntos por el Cambio: ¿Macri será efectivamente el futuro líder de la oposición, como él mismo se autoproclamó en la primera reunión del gabinete post derrota electoral? ¿Tendrán algo para decir al respecto un triunfador neto como Horacio Rodríguez Larreta, la misma María Eugenia Vidal y de hecho el mendocino Alfredo Cornejo? ¿Resistirán Macri y el macrismo puro, tras la salida de Elisa Carrió, los amagues del radicalismo crítico de terminar con la coalición Cambiemos tal como se la conoce ahora, para "barajar y dar de nuevo" como reclaman los díscolos?

   En este caso, una clave para desentrañar esos interrogantes habría que encontrarla en la reunión de la Comisión de Acción Política de Cambiemos que se realizó el martes en el despacho presidencial. Macri, y Marcos Peña, reafirmaron en esa mesa que el casi 41 por ciento de los votos que obtuvo la coalición el domingo 27 "son propios". Es decir de Macri, quien en efecto se considera el hacedor del enorme envión final y del rotundo éxito de la marcha del "Sí, se puede".

   Rodríguez Larreta tiene aspiraciones para 2023, aunque no patearía el tablero ahora. Vidal avisó que ella sigue en política, lo que conlleva una amplia interpretación. Alfredo Cornejo, en representación del radicalismo ninguneado en estos cuatro años por el socio amarillo, avisó que todo está para ser conversado y que él mismo tiene aspiraciones sucesorias, empezando por el rol de primus inter pares que buscaría ejercer ahora desde la futura oposición parlamentaria.

    Veamos a Fernández. Está claro que la coalición cristinista-camporista-peronista con la que deberá gobernar está muy lejos de consolidarse. Un primer problema sería advertir que esto ocurre cuando Alberto todavía no se ha sentado en el Sillón de Rivadavia.

   El presidente electo, salta a la vista, fue sometido a un ostensible ninguneo de Cristina la noche de la victoria en el Centro Cultural Chacarita. La doctora digitó con su propio dedito quien subía al palco y quien se quedaba abajo, mezclados con la claque. Arriba quedó La Cámpora, representada en la conducción más dura de Máximo y el "Cuervo" Larroque, más Kicillof y Sergio Massa. El segundo plano al que fue condenado Alberto esa noche resultó más que evidente, tal vez porque allí se concentraron la mayoría de los que sienten y creen que Cristina es la Jefa, y Alberto el depositario de la gestión de gobierno. Nunca del poder.

   El primero que entiende esa realidad es Alberto Fernández. No pareció casual su gesto de revancha por aquel destrato. Ocurrió apenas 48 horas después y constituyó su propia exposición de fuerza. Armó un acto "peronista puro" en Tucumán durante la asunción de Juan Luis Manzur, donde no hubo ni cristinistas ni camporistas. Solo los aliados con los que, en la intimidad del búnker de la calle México, sostiene que va a gobernar: los mandatarios provinciales, los caciques sindicales de la CGT, y varios de los intendentes del conurbano bonaerense con peso territorial.

   El presidente electo inició allí mismo en el Jardín de la República la construcción de poder propio. No delegado. En buen romance, Alberto ha comenzado el proceso de quitarse el ropaje de "títere de Cristina" con el que lo han incordiado sus rivales y buena parte de las redes sociales.

   La designación misma del equipo que manejará la transición es otro signo no menor de esa estrategia que claramente debe haber molestado a Cristina. Santiago Cafiero, Gustavo Beliz y Vilma Ibarra representan al albertismo puro. Ibarra incluso fue su pareja durante unos años, y en 2015 fulminó a Cristina con un libro de su autoría en el que desnudó las incongruencias emocionales de la abogada exitosa. Beliz tuvo que irse del país luego de ser echado por Néstor Kirchner. "Wado" De Pedro, el cuarto integrante, es el camporista "menos portador" de ese sello, y además construyó una relación con Alberto alejada de las inquisiciones del cristinismo duro.

   Para sus voceros, Alberto empezaría a poner en práctica aquella advertencia de que Cristina tendrá "cero injerencia" en el armado del gabinete. Ha iniciado también el camino inverso para dejar en claro que él y la expresidenta no son lo mismo. Y que aquella frase de la campaña sobre esa afinidad fue eso, solo una frase de campaña.

   Macri de salida, y Fernández de entrada, unidos por una sorpresiva pacífica transición, deben a la vez transitar sus laberintos...