Bahía Blanca | Miércoles, 24 de abril

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Sol, frío y silencio: la postal de un domingo distinto, luego de las llamas

El edificio incendiado es motivo de una selfie, modalidad de los nuevos tiempos.

Mario Minervino / mminervino@lanueva.com

Fotografía: Emmanuel Briane

 

Las calles cortadas al tránsito vehicular en el perímetro de la plaza Rivadavia aportan al centro un silencio poco habitual, particular además para un paisaje urbano completamente distinto.

 El Sol --luego de dos días de lluvia-- ilumina las blancas paredes del Banco de la Nación y permite advertir, con más detalle, las consecuencias del incendio que desde las primeras horas del sábado afectó al histórico edificio.

Las veredas están ocupadas por restos de las chapas que conformaban la cubierta tipo mansarda del último piso. Hay también pedazos de molduras y algunos de los bloques de púas que preservaban al frente de la siempre dañina presencia de las palomas.

En la plaza se comienzan a juntar curiosos por ver al edificio siniestrado. Sacan fotos, filman y comentan lo ocurrido. Saben que el origen del fuego puede haber sido el mal funcionamiento de una caldera, especulan, se admiran de la monumentalidad de la obra, a veces parece que nunca la hubiesen visto.

A un costado del edificio, funcionarios y empleados del banco comentan lo ocurrido. Mencionan que todavía resulta arriesgado ingresar al lugar hasta tanto los técnicos determinen si hay riesgo de derrumbe de las partes afectadas por el fuego. Mientras tanto programan donde estacionarán los cajeros móviles que están llegando a la ciudad para atender la emergencia y delinean las primeras acciones para la semana. Entienden que lo peor ya pasó y que ahora están para resolver y avanzar.

Después del mediodía estará en la ciudad el presidente del banco, Javier González Fraga, que viene a traer su palabra a los empleados y, según anticipó el intendente Héctor Gay, a garantizar que el edificio será reparado rápidamente.

 

La mirada a lo alto

El incendio del banco Nación generó una reacción poco habitual en la ciudad: que todos se identificaran rápidamente con el edificio, con el lugar, con el valor artístico de la obra.

Que se sintieron apenados y afectados por lo ocurrido. Cómo si se hubiese perdido algo común a todos, parte de una identidad.

Es en parte la razón por la cual ciertos edificios y lugares de la ciudad se protegen, se cuidan, se declaran bienes patrimoniales. Porque funcionan como soporte de la identidad, de la tradición, porque son portadores del testimonio de generaciones anteriores.

Pero además todos elevan su vista al inmueble y advierten el rico juego de molduras, cúpulas y estatuas.

Los estudiosos aconsejan caminar la ciudad mirando hacia arriba, superando el 1,50 metros de altura de los ojos y así poder apreciar detalles reservados a los remates y partes altas de los edificios, donde los cambios no son tan fuertes y mantienen su idioma primero, el original. Acaso sea momento de empezar a hacerlo.