Bahía Blanca | Lunes, 06 de mayo

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"Quien me contuvo, además de mi familia, fue mi grupo de amigos del rugby"

Irastorza, bahiense y de 54 años, retornó a nuestro país en el último barco de prisioneros.

Miguel Irastorza -bahiense, 54 años- se aferró a un sentimiento y a un deporte para sobrellevar con la mayor entereza posible el drama de la guerra. Porque rugby y amistad son sinónimos en la cancha y también lo fueron en la vida de quien, en el día de su cumpleaños 19, suspendió el festejo en el campo por un llamado telefónico.

“Viajamos en un Hércules y en un avión de Aerolíneas. Llegamos el 4 y fuimos para la casa del gobernador. La tercera parte de la compañía era la custodia de la autoridad isleña, la otra estaba en el pueblo haciendo vigilancia y la otra, donde estaba yo, en la planta Antares de YPF. No lo sabíamos. Nos enteramos después que custudiábamos todo el combustible JP1 de nuestros aviones en una zona de cobertura situada entre el aeropuerto y Puerto Argentino”, recordó Irastorza.

Este actual colaborador del rugby de Sociedad Sportiva e integrante de Viejas Palomas, se desempeñaba como segunda y/o tercera línea cuando lo convocaron a servicio.

"Fuimos pocos los que en ese año jugábamos al rugby y fuimos a Malvinas. Recuerdo que también participó Sergio Cano, un chico de Argentino", expresó.

Si bien no formó parte de la cara más cruda de la guerra, como policía militar Irastorza padeció las mismas penurias que la mayoría de los colimbas argentinos.

"Si salías, nunca sabías si volvías. Tuve conciencia plena de que estaba en una guerra el 1 de mayo, el día del bombardeo. Porque lo primero que bombardearon fue el aeropuerto... En teoría íbamos a volver, pero después se cortó el enlace con el continente y nos quedamos al final”, recordó.

“El tema comidas no era menor. Había que rebuscárselas para conseguirla. Éramos un grupito de 17. Como estábamos cerca del puerto, íbamos y conseguíamos cajones. Al margen, teníamos dos comidas diarias", dijo.

"Me desempeñé como asador oficial. Un día conseguimos unos cajones de pollos... Los hacíamos con las barandas de los cercos, porque la turba no enciende. -Pero si estamos acá, fue porque tuvimos suerte. La turba no enciende por arriba, sino desde abajo. Y nosotros hacíamos el fuego de nuestra comida pared de por medio donde estaba el JP1... Sin saberlo”, sostuvo.

Pero si todo fue más llevadero para un adolescente en un ambiente hostil, fue gracias al rugby.

“Lo más importante que te deja el rugby son los amigos. No me acuerdo cómo salía en los partidos, si gané o perdí contra Uni o Argentino. Pero sí recuerdo las anécdotas de vestuario, los viajes...", afirmó.

"Mis hermanos de la vida, del rugby, son los que me escribían en Malvinas. Todos me tenían al tanto de lo que pasaba. Con sus cartas me daban ánimo. Y cuando volví me pasó lo mismo. Quién me contuvo, además de mi familia, fue mi grupo de amigos. Y mi grupo de amigos es del rugby”, agregó.

“Irazusta, Fidani, Souvillé, Mazzuchelli... No me quiero olvidar de ninguno. Esas cartas eran una inyección anímica. Es más, me escribían una entre todos, pero les pedí que en adelante me escribieran una cada uno. No era lo mismo recibir una, que cinco. Por lo menos, para mí en ese momento. Y con toda esta gente que te nombré, somos hermanos de la vida desde los 10 años. Nuestros hijos son amigos y con muchos nos seguimos viendo”, sostuvo.

El Flaco regresó al país en el último embarque de prisioneros.

“Los ingleses te sacaban todo y te dejaban en calzoncillos. En ese pedacito de muelle en el que estábamos previo a embarcar, logré aprender `my letter´ (mi carta). Yo tenía como 90 cartas. Les decía 'my letter, my family'. Ellos tiraban todo al diablo, pero el tipo me las dejó. Hoy las conservo, como también algunas otras que yo mandé desde las islas y que me acercaron. Les quedarán de recuerdo a mis hijos, por si algún día las quieren leer”, dijo.

“Me considero un veterano de Malvinas. Siempre digo que Malvinas no escapa de la realidad. A veces rezongo porque fuimos 10 o 12 mil tipos y hay veintipico mil pensiones", concluyó.