Bahía Blanca | Viernes, 27 de junio

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Madagascar, la isla de los árboles mágicos y los monos saltarines

Aquí el turismo es escaso. Las luchas pasadas y cierta inseguridad no son fáciles de remontar. Los lémures y los baobabs, apuesta para captar viajeros.
Madagascar, la isla de los árboles mágicos y los monos saltarines. Turismo. La Nueva. Bahía Blanca

Corina Canale

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La tradición malgache cuenta que Madagascar fue habitada en tiempo remotos por los Vazimba, pigmeos blancos que habrían venido desde la Polinesia trayendo buenas técnicas de cultivo y el zebú, un buey jorobado.

Esta isla, la cuarta más grande del mundo, intriga a los arqueólogos con el sitio sagrado Colina Real de Ambohimanga, la “Ciudad Azul” donde se gestó el estado Malgache, un lugar de peregrinación que conserva ruinas de aquella ciudadela y de una necrópolis.

También atrae a los espeleólogos, con la gruta de la Isla Anjohibe; a los ornitólogos ,con los pájaros y las 3 mil especies de mariposas, y a los botánicos, con la Avenida de los Baobabs, árboles altos que los nativos llaman “renala” y consideran “la madre de los bosques”.

Aquellos bueyes jorobados ya no están, pero sí los raros camaleones, marmotas y perezosos y también 300 especies de ranas y seis de las ocho especies de lémures.

Los lémures son los monos nativos de Madagascar que están en peligro de extinción y cuyo nombre remite a “los espíritus de la noche”, los fantasmas de la mitología romana, por sus hábitos nocturnos.

De ojos grandes, chillidos estrepitosos, cola más larga que el cuerpo y dedos largos con los que trepan a los árboles, se los considera los simios más diferentes a los humanos.

Se los encuentra en el Parque de Lémuriens y en el Canyon des Singes, saltando entre los árboles.

Desde ambos sitios parten expediciones con guías.

Aún ahora, luego de haber sido colonia francesa en el siglo XIX, y de independizarse en 1960, la mitad de los isleños practica las primitivas creencias animistas.

Creen en la vida después de la muerte, en la conexión directa con los espíritus y en la mediación de los chamanes.

La principal entrada aérea es el Aeropuerto de Antananarivo, la ciudad capital que en el pasado fue Tananarive, y ahora es sencillamente Tana.

Tana, en el centro de la isla, es una ciudad bulliciosa, de tránsito caótico, con vendedores ambulantes que pululan en calles y mercados, como el Mercado Analake, entre bocinas desenfrenadas y autos que sueltan gases oscuros.

En los restaurantes sirven comidas a base de plátanos y arroz, y café con croissants, una costumbre heredada de los galos. Y los puestos de venta de artesanías están controlados por organizaciones que luchan contra la pobreza y defienden que se las pague bien.

A su vez, los jóvenes conducen los “pousse-pousse”, triciclos de tres ruedas con toldos multicolores, que llevan a los turistas hasta el Palacio de la Reina, la vieja residencia de la Dinastía de Merina.

Para conocer el gran atractivo de la isla, la Avenida de los Baobabs, hay que viajar 700 kilómetros desde Tana a Morondava, ciudad cercana al Canal de Mozambique.

Los 25 árboles mágicos de la avenida flanquean sus 260 metros de tierra colorada, con sus troncos altísimos apuntando al cielo.

La tala de los bosques ha puesto en peligro el ecosistema, pero el crecimiento de la población necesitó de esas tierras para el cultivo de alimentos.

Según la leyenda, los Baobabs eran tan soberbios que un Dios los castigó dándolos vuelta y dejando sus ramas enterradas y sus raíces hacia arriba. De aquel castigo nació su forma de botella.

Los antiguos egipcios usaban sus hojas para curar inflamaciones y lo llamaban “Bu-Hibab”, “fruto de las muchas semillas”, mientras que para las tribus africanas eran sagrados y sólo los sabios podían subir a ellos.

Algunos aún crecen entre los arrozales de las zonas rurales, donde cada año celebran la Fiesta del Arroz.

El mundo conoció la isla por la película de animación “Madagascar”, que cuenta las aventuras del león Alex, la cebra Marty, la hipopótamo Gloria y la jirafa Melman, habitantes del zoológico de Nueva York que por azar llegan allí y descubren que la vida salvaje no es como pensaban.